Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Doña Magdalena, la madre de un queridísimo amigo, se refiere al misterio de la vida como un autobús en marcha, donde suben y bajan decenas y decenas de pasajeros. Unos tienen un corto recorrido; otros atraviesan más estaciones; pero, inevitablemente, todos, tarde o temprano, descienden, rumbo a la inevitable región de lo extracorpóreo. Es el misterio de la vida y de la muerte.
Algunas escuelas místicas, prefieren el término “transición”, ya que sostienen que no hay tal muerte, puesto que lo esencial del ser humano, aquella llama inmortal, sólo muda de traje físico, retornando nuevamente, hasta llegar a la perfección, fundiéndose con el Todo Universal.
Seres efímeros de poca fe, nos derrumbamos ante la transición de nuestros amigos, familiares, conocidos. Como también, ante tanta pérdida de la vida, en circunstancias nacionales de brutal violencia. Sin embargo, como muy bien afirma el autor místico Cecil A. Poole: “Necesitamos cambiar nuestro punto de vista acerca de este tema y enseñar a los individuos cuando aún sean jóvenes, que la transición es un proceso natural y eventualmente lo experimentarán. No es algo que deba considerarse con superstición, temor o ignorancia. Debemos prepararnos para la transición durante toda la vida. El individuo tiene el derecho de saber cuándo la transición es inminente. Debe tener el derecho de ajustar su mente y su pensamiento a este hecho inevitable que está cerca y que experimentará de cualquier manera. De nada sirve ocultarle al individuo el hecho de la transición, o peor aún, negarle que ésta ocurrirá”.
Vivimos en un escenario local sumamente incierto, donde la vida puede zozobrar a la vuelta de la esquina. Desde los abundantes casos de violencia social que documentan los medios de comunicación y las estadísticas gubernamentales, hasta el inexorable marcador del destino personal, señalando a cada quien, el final de su breve temporada en esta tierra.
Cuando Cecil A. Poole, sostiene: “La transición es parte de la experiencia de la vida y no puede negarse. No puede evitarse, como tampoco debe atraerse”, cuenta con mucha razón. Por ello, resulta totalmente inaceptable, que como sociedad, permitamos que el crimen organizado y el crimen automotor prevalezcan entre nosotros.
Hace unos días, en un restaurante, tuve la alegría de saludar a un querido ex compañero de trabajo, don Luis Alfonso Ávalos Preza, quien se jubiló el año recién pasado, para retirarse a un merecido descanso. Don Luis disfrutaba de un rico almuerzo.
Ya imaginan los lectores, cómo pude sentirme, dos días después, cuando nos llegó la triste noticia que don Luis había sido arrollado, en el Municipio de San Martín, por un imprudente conductor, que se dio a la fuga. El alegre comensal de ayer, había ahora fallecido.
Sirva esta crónica para evocarle en toda su bondad humana, y para denunciar a hechores y consentidores de éste y de otros abominables crímenes.
Y asimismo, para recordarnos a todos, que sólo tenemos este día. Este día para amar, perdonar y tratar de ser felices.