Mauricio Vallejo Márquez,
Editor Tres mil
Es increíble como algunos pasan tan ocupados. Personas a las que tengo años de no ver, pero me comunico por las redes sociales para reunirnos un día para tomar un café (reuniones que jamás se concretan) y siempre dedican miles de horas a actividades que no les ocupan más de un par de horas diarias. Excompañeros de estudios que para conversar o ir a alguna parte o asistir a un taller no tienen tiempo, sus actividades parecen ser monstruos que los absorben, pero pueden pasarse el día subiendo memes en sus redes. Increíble.
Me parecía extraño eso de dedicar todo el día y vida a elaborar una tesis para graduarse o a escribir un informe o a los estudios. Aunque en teoría no son más de una o dos horas al día, el resto se dilata en distracciones, en otras cosas que les gustan o el esclavizante empleo. Quizá el detalle está en hacer cosas que no se quieren hacer o desagradan. Es obvio que si algo no te gusta resulta cansado, y las horas parecen durar más. Para esos pobres que les toca trabajar y trabajar en lugares donde los jefes son explotadores y esclavistas tienen toda la razón, porque el escaso tiempo que les queda es para enmendar el perdido.
No voy a negar que yo también he creído no tener tiempo. Gracias a eso llegué a darme cuenta que en realidad lo que no tenemos es voluntad para hacer un hueco en nuestras agendas. Sí, aunque parezca mentira.
Hace algunos meses murió el profesor Carlos Zepeda, un maestro al que respetaba mucho y me agradaba. De esos educadores que hacen tanta falta hoy. Siempre dijimos que nos reuníamos un día, justo de esa forma. Incluso me invitaba a su casa para beber café, algo que jamás pasó y cuando su hijo me avisó de su muerte resultó un doble golpe para mí. Así me ha sucedido con personas que he querido mucho, personas a las que quiero como don Gabriel Pons al que le debí siempre una platicada por la tarde e individuos con los que me hubiera agradado tener una conversación sobre hechos históricos en los que se vieron relacionado y ya no es posible, como Francisco Andrés Escobar (aunque siempre fue él quien evitó conversar).
Pasan los días, y uno dice que no tiene tiempo. Como si dedicaramos 24 horas diarias a elaborar un informe, a estudiar, a cualquiera cosa.
Excusas, excusas y excusas para no ver a las personas que nos quieren y queremos, para hacer las cosas que nos hagan crecer, para ganar más dinero, para hacer lo que amamos.
El tiempo se va perdiendo. ¿Cuántos idiomas hubiera aprendido? ¿Cuántas amenas charlas hubiera tenido? ¿Quién sería hoy? Preguntas que solo hacen alimentar la ficción.
Definitivamente, el maestro Yoda tiene razón al decir que solo tenemos el presente. Nosotros decidimos cómo usarlo.
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