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LA PATRIA HIPOTECADA. POR QUÉ SIEMPRE VOLVEMOS AL FMI

Por David Alfaro
09/04/2025

Tener que recurrir a prestamos del FMI y de la banca multilateral sólo deja en evidencia tres cosas:

1. El rotundo fracaso en materia de políticas fiscales,
2. La evasión de los grandes capitales,
3. La enorme corrupción y saqueo de los fondos públicos.

Cuando un país vuelve a tocar la puerta del Fondo Monetario Internacional o de la banca multilateral, no lo hace por gusto, ni por estrategia, ni por una supuesta visión modernizadora. Lo hace por necesidad. Y esa necesidad, cuando se vuelve crónica, desnuda sin piedad el estado real de las finanzas públicas y de la clase política que las administra.

Recurrir a estos préstamos, especialmente en economías subdesarrolladas como la salvadoreña, deja en evidencia al menos tres verdades incómodas:

1. El rotundo fracaso en materia de políticas fiscales.
Promesas de desarrollo sin respaldo técnico, reducción de impuestos a los más ricos, gasto desmedido en propaganda y megaproyectos sin retorno social. Las cuentas no cuadran porque fueron diseñadas para nunca cuadrar. El déficit no es una sorpresa: es una consecuencia premeditada.

2. La evasión de los grandes capitales.
Mientras el pueblo paga impuestos al consumo hasta por un pan dulce, las grandes fortunas y empresas cuentan con esquemas de elusión, privilegios legales y pactos fiscales diseñados a su medida. El Estado mira para otro lado, temeroso de incomodar a quienes realmente mandan. Resultado: una estructura tributaria regresiva que asfixia a la base y premia al vértice.

3. La corrupción y el saqueo de los fondos públicos.
En cada ciclo de endeudamiento hay una élite que se enriquece. Licitaciones amañadas, sobreprecios, empresas fachada y fortunas inexplicables que desaparecen tras una cortina de opacidad institucional. ¿Dónde están los fondos? En paraísos fiscales, en mansiones, en cuentas personales. Y la deuda… la deuda se le hereda al pueblo.

Conclusión: la trampa está servida.
El préstamo no es una solución: es el síntoma de una enfermedad sistémica. Cada nueva deuda contraída con el FMI no sólo posterga el colapso, sino que lo profundiza. Se gana tiempo, sí, pero al precio de hipotecar soberanía, democracia y futuro. Y mientras los funcionarios sonríen en sus giras internacionales, el pueblo paga con más pobreza, menos servicios y una factura que no firmó, pero que igual debe pagar.

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