Óscar Nájeras
Escritor
El terremoto había sido el diez de octubre, cialis habían pasado pocos días, cure pero desde el primer día me había agregado a los grupos de ayuda, tenía dieciséis años de edad, y mi deseo de servir al pueblo, como hasta hoy era desbordante.
Ya había estado en el edificio Rubén Darío, en el gran hotel San Salvador.
Llevamos alimentos preparados a las zonas más dañadas de San Salvador.
Siempre me gusto el servicio y mas si iba acompañada de aventura, por eso nunca le dije a mi madre que estuve a punto de perder la vida bajo los escombros del Rubén Darío y del gran hotel San Salvador, ambos eventos el mismo día, fue algo que oculte hasta los que me acompañaban.
Aun tengo frescos recuerdo de todo eso, entre ellos que mientras caminábamos en las cercanías del parque Hula Hula, mi grupo tenía hambre. De pura casualidad encontré un pastel, supuse que lo había dejado alguien que corrió durante fue el terremoto.
No le dije a nadie que lo había encontrado en la calle, estaba bueno olía bien, y cuando alguien pregunto: quien te lo dio vos? Solo dije: es Mana. Y seguí comiendo para no contestar más interrogantes sobre el bendito pastel.
A mi querida ciudad de Cojutepeque había llegado un modesto circo, era el circo del pueblo.
El dueño del circo, un artista muy coloquial casi siempre mal ponderado, se comunicó con las autoridades de las ciudad, estos convocaron a todos los grupos de servicio social.
No habían de decir la propuesta, cuando yo ya había dado un paso al frente.
El circo daría una función para recaudar alimentos y alimentos para ser llevados a las zonas destruidas por el terremoto.
Los payasos del circo nos ayudaron a maquillarnos. En esa época yo tenía una colección de afiches de los circos internacionales que visitaban El Salvador, y siempre me había gustado un estilo, el que usa Cepillín. Y así fue.
Fueron varios los que llegaron a la convocaría, pero pocos los que participamos.
Desfilamos por las calles de Cojute, haciendo payasadas que a la gente les divertía, iniciamos desde el parque Rafael Cabrera, hasta llegar al tiangue municipal, lugar donde estaba la carpa del circo.
Cuando fuimos a que nos maquillaran pude observar la convivencia de la gente del circo, todos trabajaban uno para todos y todos para uno.
Hicieron sopa en una olla grande para todos, compartían todo, la alegría y hasta las tristezas.
Por la tarde cuando se llevó a cabo la función, solo actuaron los profesionales, nuestro trabajo de atraer el público ya había terminado y el espectáculo era para los que si sabían, y si que sabían su oficio; la gente colaboro y se divertido.
Mientras la se recaudaron los víveres, aunque la gente del circo tuvo acceso, nadie de ellos tomo nada para ellos.
Es más además de su talento, donaron de lo poco que ellos tenían.
Ese fue “El circo del pueblo” de Serapio el dicharachero, y yo fui payaso por un día.
Óscar Nájera.