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Paz en Colombia y en América

José M. Tojeira

El viernes se constituyó, hospital con el impulso de la Embajada de Chile, treat el Grupo Salvadoreño de Amistad con la Paz en Colombia. La paz camina en este país hermano y tiene ya un rumbo irreversible. Con dificultades todavía, stuff con oposición de alguna fuerzas partidarias de soluciones más violentas, pero con el apoyo de la mayoría que quiere una Colombia en paz. Apoyar el proceso, para que la paz sea en Colombia de la mayor calidad posible nos beneficia a todos. Y es ahora, precisamente, cuando se juegan los elementos más complejos. La firma de la paz, que esperamos próxima, será una fecha de mucha visibilidad y festejo. Pero la implementación de acuerdos tendrá dificultades, porque es precisamente en el desarrollo de los acuerdos donde se podrán dar choques concretos, dificultades, diferencias e incluso confrontaciones. Nuestra propia experiencia salvadoreña nos dice que eso es así. Las reacciones e incumplimientos frente a la Comisión de la Verdad es un ejemplo entre otros de las dificultades habidas. Frente a otras discusiones que iban quedando pendientes, los asesinatos y homicidios, pocos gracias a Dios, fueron frenados con energía. Todavía podemos recordar la misa de cuerpo presente de Darol Francisco Véliz, a la que asistieron no sólo miembros del cuerpo diplomático, sino diputados de todos los partidos políticos, con la misma y unánime expresión y voluntad de condena.

Como en nuestro proceso de paz, Colombia ha contado también con el apoyo de países amigos. Noruega y Cuba aparecen como países garantes del proceso, mientras que Venezuela y Chile acompañan el proceso. Chile, con una política internacional inteligente, está promoviendo que este proceso tenga un respaldo ampliamente latinoamericano. Con la experiencia de solidaridad latinoamericana hacia un Chile golpeado por la dictadura de Pinochet, este país ha desarrollado en su brillante proceso democrático un fuerte sentido latinoamericano y solidario con el desarrollo en paz y justicia de la región. Y en Colombia está presente el que queremos todos, al igual que Chile, que sea el último de nuestros conflictos y guerras civiles. Los latinoamericanos queremos vivir en paz e ir conquistando cambios y desarrollos sociales a través de procesos pacíficos y dialogados. Injusticias sobran en nuestros países y todavía es un escándalo el hecho de que nuestra región sea en conjunto y a nivel mundial la que tiene mayores desigualdades económico sociales y la que sufre mayores índices de violencia. Pero no son las guerras civiles el mejor camino para conquistar la paz, sino el cultivo de una mayor cohesión social a través del fortalecimiento de las instituciones, el diálogo y la promoción de la justicia social.

A los salvadoreños nos interesa además de un modo especial la paz en Colombia. Es un país con una fuerte influencia cultural e incluso política y últimamente económica en nuestras tierras. La lectura de Gabriel García Márquez ha sido probablemente la más cultivada en nuestros bachilleratos. Poetas como Álvaro Mutis han ayudado a pensar a muchos de nuestros artistas. Belisario Betancur fue el presidente de nuestra Comisión de la Verdad, todo un documento en beneficio y pro de la paz que no hemos sabido aprovechar adecuadamente. A nivel universitario se han establecido relaciones promisorias con excelentes universidades colombianas. Como fruto del desarrollo y crecimiento importante de Colombia, una importante corriente de inversión económica se ha desplazado hacia nuestras tierras especialmente en el sector bancario y de la aviación civil. A los salvadoreños nos conviene, incluso desde un punto de vista egoísta, la paz en Colombia. La relación cultural es más fluida con un país en paz. E incluso la relaciones económicas gozan de una mayor seguridad jurídica cuando el país inversor está en paz. La guerra o la violencia nunca han sido realidades que sirvan a relaciones internacionales sólidas e integradas.

Del proceso de paz de Colombia podemos también aprender. Es evidente que nuestro propio proceso de paz despertó en este país hermano un interés profundo, especialmente entre aquellos colombianos que trabajaban por la paz y querían impulsarla en el propio país. Y aunque sin duda los colombianos aprendieron de nuestro proceso, también han impulsado lo que sin lugar a dudas hay que considerar importantes avances en estos procesos de paz tras guerras civiles. Los avances más importantes, a mi juicio, son el de tener un plan desarrollado de reparación de las víctimas, búsqueda de desaparecidos y un proyecto bastante bien diseñado de justicia transicional. Elementos que fallaron en nuestro propio proceso y que implican, en el caso de Colombia, un avance en el campo de los Derechos Humanos. El hecho de dejar pendientes de juicio los delitos de lesa humanidad, entre otros, da también una mayor seguridad de ese nunca más que han siempre ansiado y deseado todos los que con mayor o menor protagonismo han participado en movimientos de paz.

Colombia es un gran país. Si Centroamérica es lugar de paso y de vínculo entre países, El Salvador debe impulsar, desde su propia política exterior, un diseño de país puente entre potencias indudables, como México y Colombia, o Sudamérica y Estados Unidos. No un puente que se pisotea o se utiliza para el trasiego de drogas, sino un puente vínculo de relaciones positivas, justas y enriquecedoras para toda la región centroamericana y por supuesto para estos países hermanos que son a su vez limítrofes. Apoyar hoy la paz en Colombia es poner semillas de relaciones justas y positivas con uno de los polos que puede ayudarnos a insertarnos mejor en América Latina y favorecer, al mismo tiempo, esa dimensión que debe caracterizarnos como puente, lugar de encuentro, de amistad y de construcción de un futuro común con mayor desarrollo y justicia social.

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