Alberto Quattrucci
Secretario general de
Encuentros Internacionales Hombres y
Religiones Comunidad de Sant’Egidio
Paz y alegría, malady ¡ese es el aire de la Iglesia!”, dijo el papa Francisco la mañana del pasado 30 de septiembre. Comentaba las palabras del profeta: “Aún se sentarán viejos y viejas en las plazas de Jerusalén, cada cual con su bastón en la mano, de tan viejos que se harán; las plazas de la ciudad se llenarán de muchachos y muchachas, que jugarán en sus plazas”. Aquella misma mañana, recibiendo a los participantes del Encuentro “La valentía de la esperanza”, organizado por la Comunidad de Sant’Egidio, les decía: “La paz es responsabilidad de todos. ¡Orar por la paz, trabajar por la paz! (…) Que esta valentía de paz dé la valentía de la esperanza al mundo, a todos aquellos que sufren por la guerra, a los jóvenes que miran con preocupación su futuro.”
En el siglo XX, el más cruento de la historia humana, la Iglesia se une a la causa de la paz. Lanza su grito Pío XII en el mensaje radiofónico de agosto de 1939: “Con la paz no se pierde nada. Con la guerra se puede perder todo. Que los hombres vuelvan a entenderse. Que vuelvan a negociar”. Más tarde, el Concilio Vaticano II se dirigió al mundo con estas palabras: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (GS, Proemio). En este espíritu Juan XXIII escribe la Pacem in terris y Pablo VI, en octubre de 1965, habla ante las Naciones Unidas: “…Nunca jamás los unos contra los otros; jamás, nunca jamás”, y continúa: “…¡Nunca jamás guerra! ¡Nunca jamás guerra! Es la paz, la paz, la que debe guiar el destino de los pueblos y de toda la humanidad”.
También Montini, en enero de 1967, en el espíritu del Concilio, crea la Pontificia Comisión de estudio “Justicia y Paz”, para que la Iglesia afronte los problemas del desarrollo, de la promoción de la justicia entre las naciones y, sobre todo, la causa de la paz. Así, instituye a partir del 1 de enero del año siguiente una Jornada Mundial dedicada a la paz.
El Papa dice explícitamente que esa jornada no debe dirigirse exclusivamente a los creyentes, sino a “todos los hombres de buena voluntad”. Dicho de otro modo, todos los pueblos, sea cual sea su credo político y religioso, comparten la aspiración a la paz. Escribe textualmente (estamos en 1968, en la época de la guerra de Vietnam): “La proposición de dedicar a la Paz el primer día del año nuevo no intenta calificarse como exclusivamente nuestra, religiosa, es decir católica; querría encontrar la adhesión de todos los amigos de la Paz, como si fuese iniciativa suya propia, y expresarse en formas diversas, correspondientes al carácter particular de cuantos advierten cuán hermosa e importante es la armonía de todas las voces en el mundo para la exaltación de este primer bien, que es la Paz, en el múltiple concierto de la humanidad moderna”.
Hace doce años que la Comunidad de Sant’Egidio, en ocasión del 1 de enero promueve en más de 75 países del mundo encuentros, manifestaciones, momentos de oración y de diálogo sobre el tema de la paz. El título general es “Paz en todas las tierras”. Participan en las distintas iniciativas muchos hombres y mujeres de buena voluntad, independientemente de su pertenencia civil o religiosa.
También este año –en el que llegamos a la 47 edición de la Jornada Mundial de la Paz– apoyamos con alegría el mensaje del papa Francisco para el 1 de enero de 2014: “La fraternidad, fundamento y camino para la paz”. El Papa quiere “desear a todos (…) una vida llena de alegría y de esperanza”, al mismo tiempo que afirma que “la fraternidad es una dimensión esencial del hombre”. La falta de fraternidad y la difusión de la “globalización de la indiferencia” hace que se difunda y crezca el mal en nuestro mundo, desde las guerras hasta el crecimiento de la pobreza, desde las crisis económicas hasta la corrupción de todo tipo… hace falta reconocer en el otro al hermano con el que podemos construir la paz.
La insistencia del 1 de enero que habla de paz es el signo de que la Iglesia nunca se resigna a la inevitabilidad de la guerra. Sí, la paz siempre es posible.