Álvaro Darío Lara
Para Ana Torres Licón, con afecto
Por la magia de ese mundo maravilloso que nos trajo la era digital, donde todo cabe en un pequeño dispositivo portátil, en estos días vine a dar con un fragmento del recordado programa mexicano “Nuevas Noches” (1982-1983) animado por el versátil y legendario cantante Enrique Guzmán (1943).
En ese programa, el invitado era el gran compositor y cantante Rigo Tovar (1946-2005), un artista excepcional, dotado de un natural y extraordinario talento, que supo fusionar admirablemente las tendencias instrumentales y acústicas de su época, con la rica y diversa tradición mexicana, dentro de ese género popular, que tan bien ha recogido las alegrías y tristezas del gran público, aquel que abarrotaba los escenarios y conciertos que ofrecía ese muchacho de pequeña estatura, de abundante cabellera, de pantalones y chamarra de cuero, lentes Ray-Ban y dotado de una humildad y carisma arrollador, que conectaba de inmediato con las multitudes.
Junto a un versátil Enrique, Rigo Tovar, canta una famosa melodía compuesta por el mismo Guzmán, en medio de un griterío que aclama a los ídolos: “Doquiera que iba yo pensaba en ti;/ahora risa me das, no lo hago más;/tú fuiste para mí una vez amor/y ahora no llegas ni a dolor”.
La vida de Rigo Tovar es una novela, una dolorosa novela, para este príncipe de la música grupera y tropical. Nacido en un hogar pobre de H. Matamorros, Tamaulipas, ciudad fronteriza con los Estados Unidos.
Rigo fue un luchador nato, desde su más tierna infancia y adolescencia, trabajando como carpintero y albañil de la mano de su padre. Esas circunstancias apremiantes lo llevan a cruzar el río Bravo, para seguir laborando, en las más duras tareas, como uno más de los muchos mexicanos y latinos en la nación del norte.
Y es en Texas, donde Rigo Tovar, tiene su encuentro profesional, con su gran pasión: la música. Forma su “Conjunto Costa Azul”, e inicia una rutilante carrera, que sólo el dolor familiar y sus enfermedades irán minando.
Siendo un jovencito, pierde a su novia en un trágico accidente automovilístico, y es, en memoria de ella, que bautiza como “Costa Azul”, a su agrupación musical.
Luego, el fallecimiento de su madre, y la muerte de su hermano y representante, Everardo Tovar, como víctima del fatal terremoto de 1985, que asoló la Ciudad de México, serán ausencias de las cuales nunca se repondrá por completo.
El trabajo musical de Rigo Tovar, recoge el alma popular con sus temas de amor, pasión, ruptura; pero también la alegría connatural de la fiesta, del albur, de la celebración primaveral, dancística de la vida, en esa su voz sensual, triste; a ratos quejumbrosa, a ratos alegre.
El terrible desarrollo de su enfermedad ocular, un mal incurable, junto a otros padecimientos como el vitíligo, la diabetes, y su adicción a las drogas, fueron produciendo un cuadro, que, primero lo alejó de los escenarios definitivamente en 1995, y diez años después, terminaría con su vida, en el 2005.
Sin embargo, para ese “Sirenito”, que electrizaba a sus fans con su recordado “saltito” en el escenario, el destino, tan extraño, incierto y misterioso para los humanos, le tenía preparada la inmortalidad del arte.
Ese arte popular, tantas veces vilipendiado, pero que sobrevive en el pueblo.
Queda su imagen para mí, junto a Enrique Guzmán, cantando, en ese, aparentemente, atípico dúo, el final de esta hermosa melodía: “Una vez fuiste tú mi reina fiel/ supiste como actuar, lo hiciste bien. / Ya vuelves a tratar no sé ahora, con quien, / A mí sólo me queda algo de hiel. / Te quise más, también te veneré, / pero fui un tonto, me equivoqué/ y ahora con niñas no trataré. / Yo no puedo mentir, bonita es, /sería digna mujer de un gran marqués, / sólo un problema hay ¡caray! /que ese marqués no quisiera ser yo”.
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