Por Rafael Lara-Martínez
Professor Emeritus, New Mexico Tech
rafael.laramartinez@nmt.edu
Desde Comala siempre…
Ya nadie recuerda que el idioma materno traduce el acto poético de la fauna ante el clima ad-Verso: irra-walba-yá, tormenta-llorar-ya = llora cuando viene la tormenta, en cacaopera/ka(kta)wira. Desde otra perspectiva, su carácter políglota transcribe la diversidad lingüística del terruño: Mimus Polyglottos = centzontli/sentzunti, ave que canta a cuatrocientas (cen-tzon-(tli)/se tzun-ti) voces…
Sin asombro, las dieciocho «tesis sobre filosofía de la historia» (1940, 1955) —escritas por Walter Benjamin (1892-1940)— inician con una temática de la genealogía salvadoreña. Por «un sistema de espejos» durante la guerra civil en los ochenta, el tiempo transcurre en la repetición cíclica de las estaciones. Es obvio que el reflejo siempre invierte los opuestos. La derecha e izquierda —lo superior e inferior— alteran sus posiciones sin advertirlo. El autor describe un «autómata», un títere o muñeco, cuyo nombre oculta la verdadera identidad de las ideas rectoras. Lo llama «materialismo histórico». Según la dialéctica del reflejo, su mayor victoria —su permanencia hasta 2024— la recibe de la «teología» que suele juzgar «disminuida».
Discorde con ese criterio, desde el «martirio» de Anastasio Aquino (1833) al de San Romero (1980), el «materialismo dialéctico» adquiere su «sabiduría por «someterse» al «servicio» de lo religioso, viceversa, al doblegar la creencia a la «ciencia». Ambas esferas se complementan, ya que la acción del hecho la re-presenta el dicho de la palabra. Toda palabra es tan infinita como la multitud de cosas concretas que nombra. En verdad, las «nociones elementales del marxismo» salvadoreño, se leen en Roque Dalton (1956-1961) y en Matilde Elena López (1978) cuya «redención» de Aquino la fundamentan estos conceptos: «sacrificio», «mártir», «Padre», «reencarnación», etc. San Romero corona esa teología inadvertida. Si Benjamin predice que el materialismo histórico absorbe la teología, Centro América le enseña cómo el marxismo se vuelve cristiano. Así la migración al medio garantiza la vigencia del «sistema de espejos».
En seguida, Benjamin confirma el enlace indisoluble entre la utopía política y la «redención». La lectura sabrá quién cree en «el pecado original» como la «acumulación originaria»: la conversión «del dinero en capital». Superarlo presupondría quizás una absolución re-volucionaria edénica, corporal y anímica. El cuerpo instala el asiento terrenal del alma, de igual manera que la política fundamenta el augurio celeste. Sólo «la humanidad redimida» —viviente en la utopía terrenal— posee la capacidad plena de revelar el «pasado» difunto en su «integridad». Su anhelo de revivirlo pervive en la «intensidad…del corazón». Ajena a la historiografía objetiva, detenida en el presente, toda reflexión sobre el pasado desea restaurar el «poder mesiánico» de las figuras que beatifica. Pero, es necesaria la observación directa para conocer la experiencia «en cuerpo y alma», también al reencarnarla. Tal es la enseñanza del «aire que respiramos», de los «hombres» en diálogo y de «las mujeres» en su «entrega». La ilusión política presupone que de colmar las necesidades «materiales», el «Reino de Dios se añadiría». Acaso se trata de una simple determinación inmediata o, al menos, admite que «lo profano» favorece la llegada del «Reino». Quizás este dato lo sepa, aunque tal vez no lo conoce.
En remedo de la «Flor» (Anthos, Poesía), la profecía del «pasado» se alza hacia la eternidad divina y celestial. Pese a su colorido, la humildad de esa misma «Flor» admite ignorar el «pasado íntegro», de igual manera que las raíces soterradas se ocultan de las hojas. Estables en la rama de la esperanza, los cogollos no visualizan el principio íntimo. Los idiomas maternos sustentan esos retoños primaverales, aun si los brotes actuales desconocen su capacidad de fructificar en verdadero elemento material y espiritual uniforme. Temen aún convocar los rizomas que los alimentan.
No obstante, continuamente, las fuentes deslumbran desde el Oriente ancestral —Managuara, Komisawal, Ka(ka)wira, etc.— pese a que el Occidente privilegie el poniente opaco a la luz solar nutritiva. El albor matinal siempre complementa los celajes vespertinos. En verdad, no hay «archivo nacional» sin el «documento de barbarie» que elimina las identidades ancestrales, regionales. La «descolonización» repite el «eterno retorno de lo mismo» al hablar de lo Otro sin las palabras primordiales. Decreta un «estado de excepción» académico para el pensamiento de la oposición reflexiva sobre los idiomas maternos. No hay debate abierto, tal cual lo testimonia la ausencia de un solo libro de sus mito-poéticas múltiples hasta 2024. El poder monolingüe se imagina a sí mismo en «nuevo vuelo angelical». Remonta de un pasado destituido —casi «siempre peor»— mientras cierra los ojos hacia el futuro. Su identidad forja el porvenir en «perfección», gracias a la «tormenta» destructiva que azota contra el entorno. Por la «victoria», el «vencedor» difunde tanto el «horror» de dominar, como asigna el impuesto de su transcripción en la palabra única que lo representa. El espejismo pre-babélico determina los nombres propios que diseñan el mapamundi historiográfico.
Su «fe» estricta en el «progreso» —en guerras y censuras interminables— busca el «apoyo popular» (demos) y la «integración servil» para establecer la «trinidad» ideal de su gobierno. En el epicentro, explota —estalla y utiliza— la expoliación de la naturaleza y del trabajo. Hay que imaginarse en verdadero «custodio del saber histórico» para investirse en artífice del «progreso» inevitable, ya que la acción transforma el «tiempo vacío» del presente en utopía por venir. El Yo-Aquí-Ahora impulsa el «monumento de la historia» a renovarse. Se concibe un instante en «Mesías» quien recibe el don de «recapitular» el pretérito abolido.
Al pensar lo marchito, no sólo ese Yo plasma el mundo difunto en letras. A la vez, proyecta una idea futurista también inexistente. Interesa que el presente excave el pasado para edificar el futuro en ese cimiento sólido. Ya se sabe que el hecho consumado —la «causa»— «póstumamente» se recuerda al indagar los «efectos» —positivos o negativos— en la presencia viva y pensante del Yo. El origen se inviste de hecho histórico relevante sin la necesidad de la experiencia inmediata. La historiografía gira en sentido contrario a la historia la cual, se dijo al inicio, repite «imágenes eternas» durante su giro circular en rescate del pasado. A menudo percibido en línea recta, no se piensa en el emblema inicial del espejo cuyo archivo en palabras recuenta los hechos.
Detenido en la reflexión, el presente exalta o degrada la vivencia muerta, para justificar el edificio de su gobierno político y académico. El valor ético del pasado lo sopesa el instante vivo que habla de lo ocurrido. El hecho se vuelve dicho durante ese trecho que lo transforma en escritura (graphos). Por ello, la «experiencia remota» la define el re-Cuerdo selectivo. Su cordialidad (philos) restaura la sabiduría (sophos) abolida —sin vivencia directa— pero legitima la presencia en los designios del futuro redimido. Cada instante, el «pretérito mesiánico» reencarna en esperanza de redención absoluta. En vaivén complementario, el viaje circular asciende por una «Escalera al Cielo (Stairway to Heaven, Led Zeppelin)» y desciende por una «puerta (mesiánica) estrecha».
La vida gira al ritmo de esa revolución sinódica del «Mesías» quien, todo momento, se presenta en la palabra. La complejidad de la palabra (Logos) conjuga lo descriptivo con lo performativo. La pre-(e)scripción pre-cede la de-(e)scripción por simple lógica. Crea los hechos y las cosas que nombra —según su índole cultural— al re-presentarlos en el idioma, a menudo distinto del originario. Esta premisa duplica la trasposición del pasado hacia el presente, de la muerte a la vida y de las palabras ajenas a lo propio. Aplica al nombre propio de lo actual y legal a lo difunto, mudo hoy. Hasta 2024, se reitera, la idea de Latinoamérica implica refrendar el acto de colonización lingüística que niega el diálogo con los idiomas maternos. La violencia epistémica inaugura la utopía.
En broche de oro final, la historiografía reclama tanto el «hecho» como su «factura» en el relato (graphos), los archivos. Obviamente, si el recuerdo vivaz reemplaza la «experiencia» difunta, también «mi palabra» sustituye la narración primordial. Así, el salto mortal hacia lo ancestral jamás debe olvidar la voz de la Mujer. Pese al permanente desdén monolingüe masculino, ella resguarda los idiomas maternos, aun si el constante rechazo intente excluirlos de su territorio pensante. La «mujer» no «se entrega», sino «nos entrega» el archivo del Verbo (Logos) primordial, fundamento del continente. Mientras el Occidente y el Centro de El Salvador, no le otorguen la voz ancestral al Oriente, no advertirán «donde nace el Sol», «Lan Sal Naka». Por la misma «oración (sentence and payer)» en ka(ka)wira, «doy a luz —Lan-anti-li, asolear/alumbrar-yo»—, la doble revolución sinódica del Astro diurno y nocturno (Aykú) orienta el transcurso del Sol (Lan) naciente, así como la travesía del brote humano, quien al germinar percibe la luz (wesha en lenca) por vez primera. La des-Orientación general rara vez re-Cuerda el albor primordial que a diario lo despierta del sueño sin rumbo. La memoria histórica salvadoreña aún no le ofrenda un memorial correcto a su propio origen, el cual le mostraría su verdadera esencia y relación con el prójimo. El idioma materno enlaza el derecho a las tierras ancestrales con la cultura.
III. Adendum lingüístico
La fantasía política del retorno al Paraíso terrenal presupone la idea de una lengua universal que restauraría la «interacción» continua entre el ser humano y su entorno ecológico. Hasta 2024, el decreto legislativo convierte al idioma nacional en la cartografía única de lo Real. Puesto que «las cosas hablan silenciosas de sí mismas» —comunican su esencia química (H2O) y anímica (limpieza…)— la tarea humana «traduce» ese «lenguaje mudo» en nombres orales y escritos. La nominación les otorga un título, a la vez de declarar el principio fundacional del «animal político (zoon politikon)». Antes de comunicar, el lenguaje humano revela la «intimidad» espiritual de los hablantes y el «enlace de lo social».
Sin embargo, la «pluralidad» lingüística multiplica los nombres para objetos idénticos; con mayor razón para nociones abstractas (democracia, justicia…). No existe un «nombre propio original» para cada cosa, sino hay varios «sobrenombres» y apodos que esconden la «esencia» del Mundo luego de su Creación, es decir, luego del Big-Bang. El enlace indisoluble entre el lenguaje humano y la política condiciona el proyecto de una re-volución. Parecería que la sociedad ideal obliga a nombrar el Universo en un solo sustantivo que comunica su esencia paradisíaca primordial. Todos los demás idiomas —sus «pseudónimos»— ya no clasifican en el anuncio de la llegada del Reino. De 1821-2024, la ilusión independiente impone un solo idioma nacional y anula todo estudio de las lenguas originales en la academia (véase la ausencia de manifiestos en lengua materna para todas las revueltas indígenas). El texto benjaminiano deja en suspenso interpretar la correlación entre la teología lingüística —»el hombre llama (las cosas) por sus nombres propios» (Génesis II: 19-20)— y la nueva esfera política. La lectura determinará cómo se apellidaría ese «Adán» revolucionario cuyo giro sinódico restituirá el «nombre propio» del Universo entero.
El olvido fundacional incorpora El Salvador al área literaria castellana, exclusiva, y adrede acalla la perspectiva mesoamericana del marxismo (Bruno Bostees, «Marx con Morgan. La vía mexicana hacia la comuna», «Antrópica’, 2022: 281-296). «They practiced communism in the household». Mientras la cita anterior de Lewis H. Morgan en la obra de Karl Marx confirma la necesidad del «calpulli» —las tierras comunales en cada región autónoma— este antecedente doméstico de varios levantamientos en el siglo XIX-XX desaparece de la escena descolonizadora salvadoreña. Más aún, la omisión flagrante elimina toda referencia a los idiomas ancestrales que sustenta la vida comunitaria a diario. Si la comunidad y la comunicación se reúnen en la identidad ancestral —arraigada en el ecosistema— el clamor de la descolonización liberadora no debe omitir que jamás habrá una «vuelta o retorno futuro» a las tierras comunales gracias al idioma colonial. Aun si no se restituye la variedad lingüística original, rechazar un diálogo con la diferencia no ofrece un modelo fiel del reclamo a lo popular (demos). La paradoja con-funde su proyecto de cambio político con la continuidad del habla colonial. Con-fiesa la unidad de los opuestos, la transformación del hecho en la permanencia del dicho que resguarda su memoria. Al vindicar la «visión del vencido», rara vez se investigan los idiomas maternos, tal cual lo demuestra la inexistencia de manifiestos coloquiales plurilingües. Los «tesoros culturales» que funda la «descolonización» confirman la vigencia de la séptima tesis de Benjamin. «No hay documento de civilización» —ni siquiera el «redentor»— «sin el horror» del «barbarismo» que destituye la voz ancestral.
Nota: todas las citas provienen de Benjamin, salvo las anotadas entre paréntesis. La ilustración y el epígrafe inicial aparecen en María de Baratta («Cuzcatlán típico. Sección de Oriente», 1951), así como en diccionarios náhuatl y náhuat.
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