Luis Armando González
Recién inicia 2016 y es inevitable preguntarse por las perspectivas que se abren para el país de aquí en adelante. Para ello es preciso partir de lo más relevante sucedido en 2015, capsule diagnosis pues es previsible que las dinámicas que se generaron en el año que acaba de finalizar se mantengan e incluso profundicen en el 2016.
De entrada, nurse cialis hay que hacerse cargo del repunte de la economía. Es leve, no rx buy ciertamente, pero si el mismo continúa y se consolida es posible que terminemos 2016 con logros económicos firmes y significativos. Se trata, obviamente, de una posibilidad, no de algo seguro, ya que cambios en el entorno mundial repercutirán para bien o para mal en el desempeño económico nacional.
Lo anterior permite hacer una reflexión sobre el significado del crecimiento económico, a propósito del cual se suscitó un debate interesante al cierre del año pasado y que ahora es conveniente retomar. Un eje de ese debate giró en torno al porcentaje del crecimiento del PIB, es decir, acerca de si la cifra de crecimiento ofrecida por el gobierno era o no la real.
Desde la derecha y sus portavoces “académicos” se escucharon cuestionamientos al optimismo gubernamental, insistiendo en que en el crecimiento no era el óptimo.
Es oportuno decirles a la derecha y sus voceros que el debate sobre el crecimiento del PIB es algo secundario respecto del debate sobre la distribución de la riqueza, la equidad y el bienestar social. O sea, el crecimiento del PIB en sí mismo es poco relevante, siendo lo verdaderamente relevante lo que se hace con ese crecimiento en beneficio de la sociedad –si es positivo— o cómo se reparten sus costos, cuando ese crecimiento no se produce o cuando se entra en una situación de crisis.
Hasta ahora, quienes desde la derecha insisten en el crecimiento piensan en términos de los grupos de poder que históricamente se han beneficiado del mismo; y, cuando hay estancamiento o crisis, su preocupación es la salvaguarda de los intereses de esos grupos de poder, no los intereses de los grupos sociales mayoritarios.
De ahí que la discusión sobre cuánto creció o dejó de crecer el PIB sea una discusión carente de sentido, si se la reduce a algo meramente económico.
Entrar en el juego de las cifras y los tecnicismos permite a la derecha y sus “académicos” moverse en un terreno que, por ser ajeno a los intereses de la mayor parte de la población, es el más favorable para desviar la atención de lo que en realidad es lo más importante: cómo afecta el crecimiento (o la falta de crecimiento) a la sociedad.
Es desde ese punto de vista que debe juzgarse el desempeño de un gobierno. No hay, pues, que jugar el juego de la derecha con su obsesión por las cifras, sobre todo porque hay condicionamientos estructurales que ponen límites no sólo al crecimiento del PIB, sino de otros indicadores macroeconómicos.
Los “académicos” de la derecha lo saben y por ello llevan el debate hacia ese terreno donde se saben seguros de ganar la batalla por las ideas.
Otro de los temas que los “académicos” de la derecha sacaron a relucir fue que los avances económicos destacados por el gobierno obedecían a factores externos; con ello pretendían opacar los esfuerzos del Ejecutivo por apuntalar la economía salvadoreña en 2015.
Resulta curioso que “expertos” en asuntos económicos no parezcan darse cuenta de lo inevitable que es, para economías como la nuestra, verse condicionada por la dinámica económica internacional.
No se trata de algo nuevo, si se recuerdan las tesis de la economía “trunca y dependiente” en las que se educaron, por cierto, buena parte de esos académicos derechistas.
Claro está que en un mundo globalizado esos condicionamientos son mayores.
De donde se sigue que argumentar que la economía salvadoreña mejoró por las dinámicas positivas internacionales no constituye ningún reparo serio a los esfuerzos del gobierno.
De hecho, lo que se tiene que evaluar es si esos esfuerzos son los que han permitido capitalizar la dinámica internacional positiva.
E incluso, lo que es más importante, se debe evaluar si esa capitalización está orientada hacia políticas públicas que favorecen al conjunto de la sociedad, especialmente a los sectores sociales más vulnerables.
Por supuesto que un enfoque como el propuesto brilló por su ausencia en los análisis económicos predominantes con los que cerró el año 2015.
Se entiende que haya sido así, dada intención de oscurecer los esfuerzos gubernamentales por apuntalar la economía del país y por priorizar el bienestar de la sociedad por encima de los intereses y el bienestar de los grupos de poder económico.
Como quiera que sea, es importante que la economía nacional despegue, y es importante que lo haga sobre unas bases que le permitan sacar provecho de las dinámicas positivas internacionales, pero también encarar de una mejor manera las situaciones internacionales de recesión o de crisis.
Esas bases nunca antes se cimentaron de manera firme (de ahí lo de “trunco y dependiente”) y el esquema (neo) liberalizador calcado de Chile y de EEUU, en los años noventa, desarticuló lo poco que se había hecho en la historia del país para poder maniobrar, con relativa solvencia, en un entorno económico globalizado.
Los que dicen que saben de economía deberían estar claros de lo que se acaba de apuntar.
También deberían estar claros de que rearticular el aparato económico nacional es una tarea de una envergadura tal que quizás consuma varias décadas de esfuerzo sostenido.