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Pío Salomón Rosales: un grande que parte; pero se queda

Dr. Víctor Manuel Valle Monterrosa

La pandemia causa muchos dolores. Golpea a los más vulnerables y cercena futuros de esperanza. Pone frío y tristeza en las familias.

El 19 de julio de 2020 por la noche murió, a consecuencia del COVID-19, una gran persona: Pío Salomón Rosales. Dos semanas antes había muerto por las mismas razones su querida esposa, durante 58 años, Teresita Núñez. Pronto se juntaron de nuevo para continuar su idilio.

Desde hace más de dos décadas, formo parte del grupo familiar cercano de Pío Salomón. Mi esposa Mayra Rosales es su sobrina, hija de la hermana mayor de Pío, María Eugenia Rosales quien aun vive a sus 95 años y pasa por el dolor de ver la partida de su hermano menor.

La circunstancia de emparentarme con Pío Salomón es, relativamente, de reciente data, pero tengo recuerdos suyos desde hace más de 60 años.

Pío y su familia llegaron a mi Santa Tecla natal, cuando aún era empedrada. En 1951 hubo un terremoto asolador en Jucuapa, la tierra de sus mayores. Su padre, el Dr. José Luis Rosales, se trasladó a Santa Tecla. Era un dentista que engrosaba la no muy abundante cantidad de odontólogos en la ciudad, dos o tres, y eso lo hacía notorio.

Recuerdo a Pío, con su uniforme del Instituto Francisco Menéndez, aún con reminiscencias militares, corriendo a zancadas para tomar las camionetas pequeñas que lo llevaban a sus clases en San Salvador. El Instituto, como era llamado a secas, era sinónimo de calidad académica y disciplina. Algunos de los que estábamos en el Colegio Santa Cecilia aspirábamos a que, al avanzar en la secundaria, después del Plan Básico, aún nos admitieran a culminar el bachillerato en el Instituto, sito en la actual alcaldía capitalina, pues de ahí salían los mejores bachilleres de la República.

Vi a Pío como basquetbolista colegial en el equipo del Instituto, rivalizando con la Escuela Militar, el García, el Liceo y el Externado y me satisfacía ver que el joven de las zancadas, mi casi coterráneo tecleño, era una estrella en ascenso. Sus zancadas ahora eran saltos mágicos para disputar la pelota y meterla en la cesta.

Cuando aún era jugador colegial, también jugaba con equipos de liga nacional entre ellos el Lincoln, de Santa Tecla, donde vivía con su familia desde 1951.

El viejo gimnasio de los juegos de basquetbol estaba en la sexta calle oriente de San Salvador, cerca del por entonces tenebroso cuartel central de la Policía Nacional, ahora un hermoso y remodelado edificio llamado El Castillo que después de ser deformado con ergástulas, fue remodelado en tiempos de la construcción inicial de la democracia en El Salvador, 1994-1999, para mostrar la confluencia de estilos arquitectónicos tales como el barroco o el victoriano.

Un narrador deportivo, Miguelito Álvarez, era muy florido para ponerles motes a los deportistas. A, Gustavo Lucha, un futbolista que hacía filigranas con los pies y la pelota, antes de que naciera el Mágico González, le decía “El Bordador”; al legendario Cariota Barraza, por sus grandes disparos con el pie izquierdo le decía “El Catedrático de la Zurda”, y a Pío, al verlo jugar basquetbol casi adolescente en los juegos, le puso “El cipote de oro”.

Cuando entré a estudiar Ingeniería Civil a la Universidad de El Salvador, en 1959, tuve la grata novedad de encontrarme que el gran basquetbolista del Instituto, del Lincoln y de la Selección Nacional, “El cipote de oro”, estudiaba arquitectura, carrera gemela a la mía. Y tuve la oportunidad de  conocer más de cerca a Pío Salomón, estudiante respetuoso y jovial con todos.

Ese mismo año de 1959, en diciembre, sucedió el histórico evento deportivo: Los VIII Juegos Centroamericanos y del Caribe en los cuales la Selección de Basquetbol de El Salvador quedó en primer lugar y obtuvo medalla de oro. Como nunca, Pío era el “cipote de oro” y con el brillaron glorias del deporte como Chorro de Humo Pineda, Roberto Selva, “Cotuza” Lemus, Chomingo Chávez, Juan Matheu y otros de igual talante. El país celebró y en la Facultad de Ingeniería y Arquitectura nos sentimos orgullosos de que uno de nuestros compañeros era uno de los héroes deportivos.

Avanzamos en las carreras y en la década de los 60 la Universidad de El Salvador entró a un ambicioso programa de reforma académica en el cual se estableció un Consejo de Becas e Investigaciones Científicas que funcionó por varios años. El programa incluía becas de posgrado en el exterior para formar los cuadros de alto nivel que demandaba la universidad de primera calidad que se buscaba consolidar. Fue una idea fecunda del rector Fabio Castillo Figueroa que continuó en el siguiente rectorado de Rafael Menjívar.

Lamentablemente esa promisoria experiencia fue cercenada en 1972 cuando, en un zarpazo de lesa cultura, el gobierno del coronel Molina intervino militarmente a la Universidad de El Salvador y le causó daños de los que aún no se repone totalmente.

Gracias a ese programa de alentar los estudios de posgrado, entre los estudiantes salvadoreños en varias carreras, a la altura de 1970 y 1972 había  jóvenes profesionales en Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Bélgica, Alemania, para decir algunos países.

Recuerdo nombres como los arquitectos Ramón Melhado y Ricardo Jiménez Castillo, los abogados Rina Angulo, Rubén Zamora y José Fabio Castillo. Pío Salomón Rosales, arquitecto, fue a Bélgica, Albino Tinetti fue a Cambridge, Massachusetts; mi persona fue a Pittsburgh, Pensilvania.

La cosecha de esos cuadros de esperanza se dispersó por obra y gracia de la fuerza bruta. Cada uno de los estudiantes de posgrado siguió el curso de sus vidas entrelazadas con el decurso del país.

Entre 1991, cuando regresé a El Salvador después de dos décadas de ausencia no voluntaria, y 1999 que volví a salir del país, ocupé cargos políticos estrechamente vinculados al proceso negociador que puso fin al sangrante conflicto armado.

En 1996 comencé una relación con mi actual esposa Mayra Rosales y pronto me enteré que había entrado al grupo familiar del viejo y admirado amigo Pío Salomón Rosales. Un amigo común me lo describió en una ocasión así: “Gran profesional, persona decente y amable ser humano”. Totalmente de acuerdo, le dije.

El año 2003, Pío visitó Costa Rica donde mi familia y yo residíamos por asuntos de trabajo. Estuvo en casa y conversamos mucho. En esa ocasión me enteré que su hijo Luis Edgardo se había casado recientemente en Estados Unidos con la compatriota  Eliana Moreira, hija del ingeniero Roberto Moreira.

La noticia me llamó la atención. En la década de los 60 Pío Salomón Rosales, Roberto Moreira y Víctor Manuel Valle éramos estudiantes de la Facultad de Ingeniería y Arquitectura de la Universidad de El Salvador. Nos veíamos todos los días del año escolar en los pasillos y en los campos de la facultad. Pío en Arquitectura, Roberto y mi persona en Ingeniería Civil.

Ni la pitonisa más creíble –si es que hay alguna- nos hubiera convencido de que 50 años después seríamos del mismo grupo familiar: la hija del “Pollo” Moreira casada con el hijo de Pío quien a su vez es tío de mi esposa Maya. Son los impredecibles caminos de la vida.

Roberto Moreira era un estudiante también muy jovial y buen deportista. Practicaba el futbol. Además, su hermano Mario era un perenne rebelde contra las injusticias y asiduo huésped de las cárceles como prisionero político y pasajero de aviones al exilio que se estilaba en los tiempos aciagos de nuestro país. En 1972, cuando el Gobierno intervino militarmente la Universidad de El Salvador, Mario fue capturado y enviado al exilio y nunca retornó a El Salvador. Murió en Costa Rica en el 2004 y Roberto fue al entierro. En esa ocasión tuve la ocasión de darle el pésame por la muerte de Mario y acompañarlo en su entierro.

La muerte de Pío Salmón Rosales ha conmovido las memorias de muchas personas. El deporte está de luto. Nuestra familia pasa por un doloroso pesar; pero alivia un poco saber que el “cipote de oro” ha entrado a la noche eterna cuajada de las muchas estrellas que él con sus gestas prodigó en abundancia.

Estos días sombríos e inciertos me ha tocado referirme a la partida de muchos conocidos y seres queridos. Y me viene a la memoria un par de versos del poema “Invierno” del gran poeta salvadoreño nacido en Jucuapa, Vicente Rosales y Rosales (1894-1980), tío por el lado paterno de Pío Salomón Rosales:

“Con estos casos se hacen hoy los diarios.

¡Tal vez mañana se refiera al nuestro!”

Creo que en el caso de Pío calza bien ese término tomado del francés: bonhomía: que, según los diccionarios, encarna la cualidad de ser bueno, la natural inclinación para  hacer el  bien, y la templanza de genio. Por eso será recordado. Por eso es grande Y un grande queda en el recuerdo de todos los que tuvimos la fortuna de conocerlo y tratarlo.

Un grande que  parte; pero se queda.

Santa Tecla, 20 de julio de 2020.

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