Marlon Chicas – El Tecleño Memorioso
“Sin ningún viento, ¡hazme caso!, gira, corazón; gira, corazón. A los hombres fuertes les pasa lo que a los barriletes; se elevan cuando es mayor el viento que se opone a su ascenso”
Estrofa del poema “Viento” de Rubén Darío el príncipe de las letras castellanas que, a través de una bella metáfora, nos transporta a la época de infancia, en la que una piscucha, fue la invitada de honor, en los meses de octubre con sus fuertes ráfagas, descendiendo de la Cordillera del Bálsamo, surcando libremente sobre el azul del cielo tecleño.
Entorno al aparecimiento de este, existen diversas teorías sobre su génesis que nos remonta a China y al Archipiélago Malayo, hace tres mil años; en la que la cultura china, la refiere al general Han Hsin, de la Dinastía Han (206 a.C. – 220 d.C.), que luego se extendería al continente europeo en el siglo XII y posteriormente al resto del mundo. El primer “papalote” de madera que se lanzó al vuelo fue alrededor del año 400 a. C: el cual tuvo un uso científico y militar, años más tarde se popularizó como pasatiempo para niños en el siglo XVII. Otra teoría en torno a esta es atribuida al ingeniero neozelandés Peter Lynn, quien junto a su esposa produjeron un papalote de una sola línea para niños en 1971, subsiguientemente en 1974 crean una cometa de caja triangular.
En Santa Tecla, el uso de la piscucha, fue característico en el mes de octubre, debido a la presencia de fuertes ventarrones, proveniente de las grandes elevaciones geográficas que circundan al municipio, los que provocaban que niños y adolescentes, anhelaran poseer una cometa ya que, en algunos casos, no se contaba con los recursos económicos para ello, obligando a muchos de estos a construirlas con sus propios manos o con la ayuda de sus padres y hermanos mayores, lo que puso de manifiesto el ingenio de los mencionados, utilizando para ello materiales reciclados: varas de castilla, papel periódico, engrudo, hilo y plástico, otros más intrépidos elaboraban carretes de madera a fin de sujetar su piscucha, cuando esta ganaba altura.
Uno de los momentos inolvidables para los novatos artesanos era la prueba de campo, siendo los lugares escogidos para tal efecto, el predio Columbus o El Cafetalón, donde se puso de manifiesto la experticia y habilidad de algunos chiquillos, elevándolas a grandes alturas, lo que por momentos se hacía imperceptible al ojo humano, el diestro piloto asentaba toda su fuerza ante violentos vendavales, que amenazaban arrebatarle el carrete y a su pájaro de papel.
En lo particular me conformé con correr a toda prisa jalando mi cometa, confeccionada por las manos de mi madre, disfrutando de su corto vuelo, dejando escapar mi imaginación, hacia mundos mágicos, adicionalmente a ello, portaba conmigo una figura de caucho sujeta a un cordel y una bolsa plástica, simulando un paracaídas que, al lanzarlo con mis infantiles fuerzas, una suave brisa lo hacía descender, trayendo consigo un mensaje de amor de mi añorado padre en cielo.
Cómo no evocar esa época de infancia en la que divertirse era gratis, usando solo nuestra imaginación y deseos de libertad, juegos infantiles sin necesidad de computadoras, tablets, smartphone o video juegos, disfrutando de aguerridas batallas por la conquista del cielo entre cometas de colores. Brisas de octubre con sus pájaros de papel, arrebatados por la fuerza del viento hacía la copa de un árbol, de todo ello, solo la nostalgia queda de una fugaz infancia y adolescencia en los barrios pobres de mi añorada Santa Tecla del ayer.
¡Inolvidables vientos de octubre que no volverán!
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