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Pobre debate electoral

José M. Tojeira

La campaña electoral ha sido más electorera que electoral. Pobre en conceptos, viagra pobre en análisis de la situación salvadoreña, pobre en aportes al futuro. Un debate electoral en El Salvador, en el que se no se mencione para nada la desigualdad, aporta muy poco al futuro. El viernes pasado se celebró el día mundial de la justicia social y el realce y la reflexión sobre el tema, fueron mínimos. Para la derecha no existen injusticias, salvo las que padecen los ricos. Y la izquierda no se anima demasiado a hablar del tema o porque no tiene soluciones muy firmes, o para que la derecha no le diga que anda con los conceptos de los ochentas. Sin embargo, aunque no se hable mucho de ello, la injusticia social sigue siendo un grave problema en El Salvador. Y el mundo sigue considerando actual el tema de la justicia social, mientras ignorantes o interesados lo silencian en nuestras tierras. Pero para convencerse de la actualidad del tema basta con mirar la ley de salario mínimo, lo mínimo del salario, y la afrentosa desigualdad  existente en la remuneración mínima salarial según se trabaje en un sector laboral o en otro.

En vez de tocar estos temas se han preferido los insultos, los análisis sicológicos de nula calidad, catalogando a unos de sensatos y a otros de ególatras, las grandes promesas vacías o las simples frases pretendidamente ingeniosas, puestas al lado de la gran fotografía del candidato. La valentía confundida con el apellido, las rimas de los apodos con el bolsillo y otras hierbas fantasiosas, junto con la seguridad de que los diputados trabajan para nosotros. Si realmente trabajaran para nosotros, sería bueno que nosotros, supuestamente el pueblo salvadoreño, les pusiéramos el salario mínimo. Porque con esa medida seguro que empezarían al menos a trabajar en favor de los pobres con mucha mayor radicalidad y, además, unidos izquierda, centro y derecha.

Una de las muestras más patentes de la estupidez imperante, ha sido la tendencia a llamar hijo de papá rico a uno de los candidatos. Para empezar, en esa frase suele haber una especie de resentimiento latente. Da la impresión de que quien la dice, en el fondo, siente una especie de envidia oculta. Una especie de deseo subconsciente de una figura paterna algo más alcahueta y regalona. Meterse con la familia de los candidatos nunca es prudente, porque en general todos podemos tener un pariente con problemas en su moralidad o en sus costumbres, y eso no incide en política. Pero es que además, lanzarse con el tema de hijo de papá rico contra un candidato de izquierdas debería ser suicida en un partido de derechas. Porque los hijos de papá abundan mucho más en la derecha que en la izquierda. Aunque tampoco vamos a decir que algunos diputados de izquierda no tengan la ilusión de convertirse también en papás con hijos de papá. Pero sea como sea, nuestra derecha nacional está bastante llena de hijos de papá. Basta con ver algunos apellidos, ver en qué colegios bilingües estudiaron o qué estudios y viajes al exterior realizaron algunos de lo que son llamados “caras nuevas” en la política. Qué le vamos a hacer, pero es difícil estudiar en Estados Unidos sin ser hijo de papá.

Este debate de los hijos de papá, además, si quisiera ser honesto y democrático, debería incluir el tema de la herencia. ¿No nos gustan los hijos de papá? Hagamos primero un censo de ellos, con sinceridad y claridad. Y después pongamos un buen impuesto a la herencia. Un impuesto suficientemente fuerte como para que tengan que trabajar duro y no deban su éxito a la riqueza heredada. Eso sería lo lógico que debería pedir una persona a la que le cause tanto nerviosismo la existencia de los hijos de papá. Pero todos sabemos que, aunque haya que gravarla adecuadamente, impedir que una herencia siga produciendo riqueza es una locura. Incluso las herencias mal habidas, como son algunas de los hijos de papás presidentes que acapararon dineros corruptos, tierras ajenas o bancos desnacionalizados, tienen hoy derecho a existir. Eso sí, como toda herencia, debería tener un adecuado impuesto, pues no hay herencia que no haya engordado, de alguna manera, con el trabajo común de los salvadoreños. Lamentablemente, hasta este último punto no llega el debate sobre los hijos de papá. Y no llega porque, por lo visto, lo prioritario es insultar y no entrar en la realidad de las cosas.

La pasión política siempre es mala consejera. Y aunque los políticos suelen comprometerse siempre a tener campañas políticas de altura (así suelen decir al menos), casi siempre se refugian en una verborrea general y poco concreta, o caen en el insulto agresivo. La campaña actual, más allá de los éxitos o fracasos que tengan los partidos políticos, ya está perdida en cuanto momento oportuno para el debate serio sobre nuestros problemas. Ha sido una campaña enana, no de altura. Lo que queda ahora es exigirles a quienes lleguen a diputados o alcaldes, que trabajen a fondo por este pueblo nuestro que necesita más justicia social, más desarrollo incluyente, menos violencia y mejores instituciones. Si los hijos de papá, de derecha o izquierda, se comprometen a trabajar en eso, junto con los no hijos de papá, que son mayoría, puede ser que el futuro mejore más rápido de lo que normalmente esperamos.

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