René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES
Compatriotas, por aquello de que la coyuntura electoral es la que pone el ritmo de lo que se dice, se calla y se piensa, es pertinente que hoy haga una reflexión desapasionada -pero llena de pasión democrática, una “callejada”, en verdad, si no comprendemos el misterio de las paradojas- sobre lo que significa la dignidad; y otra reflexión sobre la conciencia como brújula de las decisiones. Esas son las premisas de la democracia. Estoy obligado a hacer una reflexión sobre lo que han significado para la cultura política estos meses de sucia propaganda, de santas inquisiciones y de fraudes ideológicos que han querido ensuciarnos.
Hemos sufrido una propaganda vil que ha querido mutilar el proceso de cambio que, sin importar razones, el pueblo quiere. Sin las raíces y los sentimientos puestos en el pueblo, ningún gobierno, ninguna ideología y, por raro que parezca, ningún programa asistencialista (financiado con los impuestos del pueblo) puede tener impacto en la conciencia, mucho menos cuando quiere cobrarnos “el favor” a fuerza de palabras vacías y vicios propios de los gobiernos de derecha contra los que se luchó, tanto y tan fuerte, hasta el punto de una guerra cuyo resultado final soñábamos como algo distinto, y por eso estuvimos dispuestos a dar la vida y a abandonar nuestros sueños juveniles. Pero las ratas son hábiles para invadir hasta los sueños colectivos.
A tres días de las elecciones, cuando ya todo fue dicho o callado, quiero hacer un llamado a las dirigencias de los partidos y, especialmente, a los militantes que formarán parte de las juntas receptoras de votos, quienes son los que hacen legítimas las elecciones, aunque muchos de ellos no sepan en qué consiste eso que los políticos llaman democracia electoral mientras, debajo de la mesa, reciben cheques de oscura procedencia en medio del libro “Mi lucha” (Hitler) o de “Pobrecito poeta que era yo”, eso es lo de menos porque la traición es la misma.
La llamada más preocupante que hacen los partidos es por “la defensa del voto”, porque eso indica que algo anda muy mal en esta democracia electoral, ya que la necesidad de defender el voto significa que los partidos que no tengan la gente para hacerlo van a sufrir un fraude al menudeo, pues “en arca abierta hasta el justo peca”, lo que Roque tradujo como “los véndelotodo”, y la sociología de lo cotidiano asume como “el que entre lobos anda a aullar aprende”. Esa preocupación sobre la certeza del fraude al menudeo es la que se tenía en los años de la dictadura militar (el ejército llenaba descaradamente las urnas) porque la oposición real sabía de antemano que iba a haber fraude, y esa fue una de las causas de la guerra civil. Pero los ejecutores -in situ- del fraude al menudeo eran los ciudadanos comunes que, por un almuerzo o por un miedo irreal, fungían como vigilantes de la poderosa estructura territorial del partido oficial. Es increíble que después de un cuarto de siglo de la izquierda en el sistema político el fraude siga siendo una preocupación, lo cual es una obscenidad que cuesta más de cien mil vidas si contamos desde la masacre de 1932. Pero, recordar a los mártires es fácil si tenemos los libros correctos y olvidar su sacrifico es imposible si tenemos corazón.
Compatriotas que custodiarán las urnas: ustedes son parte del pueblo al que le gustan las cuentas cabales; son el mismo pueblo, con distinto color pero con el mismo dolor; ustedes no le robarán el voto a un partido, le robarán el voto a sus hermanos, sus vecinos, sus compañeros de trabajo o de estudio, y ante una orden –solapada o directa- que les den dirigentes inmorales de mancharse las manos con tinta indeleble (que es la versión de la sangre en la democracia) robando los votos que puedan, debe descollar la memoria de los mártires de la justicia que, en lo político, exige ponerle fin a los fraudes. Esa es la misión del revolucionario… no hay nada más noble ni más revolucionario que defender la decisión del otro, defender su voto, esté o no presente. Un fraude no es menos fraude si se hace en nombre del pueblo. Nunca antes como este 3 de febrero el pueblo estará en manos del pueblo.
Ningún militante está obligado a obedecer una orden lesiva al pueblo; una orden inmoral debe ser ignorada y denunciada. Estas elecciones son la oportunidad para que redimamos la dignidad y que, como dijo Galeano, “podamos ser desobedientes cuando recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común”, lo que se complementa con lo dicho por el Che: “ser capaces siempre de sentir en lo más hondo cualquier injusticia realizada contra cualquiera. Esa es la cualidad más linda del revolucionario”. El pueblo debe ser el defensor del pueblo y todos estamos obligados a no quedarnos callados ante la abominación de robarle a este hasta sus votos. Estos meses han sido los más peligrosos de nuestra historia, y quiero que los partidos valoren que de nada sirven las elecciones si están bautizadas en fraude; que de nada sirve hacerse llamar demócratas o revolucionarios si traicionamos la decisión popular. Partiendo del hecho de que hay muchas izquierdas (y ningún grupo puede decretar el monopolio sobre ese imaginario) una de esas vertientes pregona una liberación que tiene como centro el respeto a la dignidad de las personas, a las que no se les puede pedir que se ensucien las manos traicionando a sus hermanos para que unos pocos conserven o ganen privilegios; a las que no se les puede tratar como sirvientes que deben agradecer la caridad que “es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba” (Galeano).
La satanización de los sueños colectivos para convertirlos en herejías o saltos al vacío es algo necesario en las luchas populares, debido a que eso nos hace saber que estamos en el rumbo correcto de la protesta, ya que la verdad siempre es satanizada por ser revolucionaria. Nadie puede decir que el pueblo se equivoca porque eso es convertirlo en un objeto, un títere o, peor aún, es privatizar los sueños. Es inaudito que alguien se defina revolucionario y le tema a la verdad y a las decisiones del pueblo, que le tema a los que piensan diferente. La democracia y la revolución que lleva en su seno no es una iglesia en la que todos deben pensar igual, es “una opción preferencial por los pobres”, cuyos mártires nos ordenan ¡no al fraude!