Iosu Perales
Hoy día la política se está jugando en un plano de competencia entre líderes que cultivan el personalismo. Si las estructuras de los partidos políticos pueden jugar de contrapesos y permitir que las tomas de decisión sean participativas, hoy observamos que están siendo sustituidas por la emergencia de liderazgos que concentran poder. Para estos liderazgos las ideologías son contingentes, son funcionales al objetivo principal: lograr la primacía del poder. En la estrategia de conquista del poder el factor que más cuenta en los nuevos políticos es la imagen. Dar una buena imagen en los medios de comunicación y decir una frase afortunada es el no va más de los que aconsejan a personajes que a toda costa buscan el poder.
El poder desvela la nueva idea-fuerza de la política de este comienzo del siglo XXI. Consiste en lo que podemos llamar una ideología al servicio del poder. Maquiavelo en el siglo XVI ya dejó claro que el resultado justifica la acción, o dicho de otro modo que el fin justifica los medios. Les pongo un ejemplo: en Brasil, el juez Sergio Moro se alió con el fiscal del caso Lula para fabricar una sentencia a sabiendas de que era injusta. Lula fue encarcelado, Bolsonaro tuvo el camino libre para llegar a presidente y el juez fue elevado a ministro. Es un caso claro de cómo la moral y la justicia son atacadas de forma mafiosa para poder obtener el poder.
Si las ideologías no son importantes para estos personajes populistas ¿es qué acaso quieren el poder por el poder? No exactamente. Lo quieren para servir a unos intereses. De sus políticas cuando logran ser presidentes, se desprende muy rápidamente que usan el poder para beneficiar a unas elites nacionales y al capital transnacional. Que además hagan algunas mejoras sociales es el precio a pagar para seguir manteniendo una imagen.
Los defensores de “todo por el poder” justifican su posición afirmando que escogen el mal menor. Pero Hannah Arendt escribió que “la debilidad del argumento del mal menor ha sido siempre que los que escogieron el mal menor olvidan muy rápido que han escogido el mal”. Ubicados en el ejercicio del poder, los elegidos, utilizan todos los medios para mantenerse en él, desde el asesinato a la manipulación de las emociones populares a la mentira pura y dura. Se dice de la idea maquiavélica del poder que las injusticias se deben hacer todas a la vez, cuando el electorado está todavía influido por los resultados de las urnas, mientras que los favores deben hacerse poco a poco con el objetivo de que se aprecien mejor.
Sin lugar a duda las ideologías son necesarias. Nos dan una visión del mundo, de lo que ocurre en él y de las causas; nos dan asimismo un modo de organizar la sociedad. Las ideologías en la democracia, se confrontan y deben aceptar el juego de mayorías y minorías. Pero el asalto al poder de líderes populistas de derechas como Bolsonaro, trata de aniquilar las ideologías y someterlas al descrédito primero y a la persecución después. En una línea similar hizo su campaña Nayib Bukele. Desde la trinchera del twitter disparó contra el sistema surgido de los Acuerdos de Paz, sobredimensionando sus defectos y prometiendo lo que no cumplirá. Lo hizo Bukele pero lo podría haber hecho otro candidato que supiera explotar un discurso anti sistema y manejara con habilidad el mundo de las redes sociales. La clave no fue Bukele, sino el estado de opinión de la sociedad respecto de los dos partidos mayoritarios y del sistema político institucional en su conjunto.
Hay que recuperar la política para la democracia. Pues no debemos olvidar que la democracia es el menos malo de los sistemas y no podemos dejarlo caer. Y para lograrlo hay que rescatar las ideologías. No los sistemas dogmáticos de creencias, sino como sistemas de creencias abiertos a la crítica y la autocrítica. Hay que hacerlo, pues hemos de ser conscientes de que la política sin ideologías facilita que se cuelen en el sistema de partidos fuerzas derechistas que agitando las emociones de la gente y la irracionalidad, prometen soluciones fáciles para problemas complejos, a sabiendas de que no podrán cumplir. Lo que buscan es colapsar la democracia, bloquearla, responsabilizando de ello a todos los demás.
A partir de ahora me parece de interés rescatar lo siguiente: la lucha por el poder y el afán por alcanzarlo es legítimo, cuando no es un fin en sí mismo. El poder democrático es bueno, sin él es imposible organizar una sociedad. De tal modo, cuando el poder está al servicio del pueblo y no al revés, el poder es un objetivo moral.
El poder no es a cualquier precio, no es un medio para la demagogia, no es un fin que justifica todos los medios. Frente al poder que quiere aplastar la política y la democracia, está el poder que obedece a las mayorías y que se ejerce para el bienestar de las personas.