Por David Alfaro
05/02/2025
El poder, cuando se ejerce de manera autoritaria suele dar la ilusión de control absoluto y éxito incontestable. Sin embargo, hay una verdad que la historia nos recuerda constantemente: “A muchos malvados les va bien. Los vas a ver triunfar. Los vas a ver quedarse con la mejor parte de todo. Y ese es el mundo real. Pero… nunca estarán en paz.”
Esto nos lleva a cuestionarnos sobre el verdadero costo del poder y la aparente prosperidad que rodea a figuras como Bukele y su clan. Su gobierno ha sido aplaudido por algunos y criticado por otros, pero lo que es innegable es el impacto de sus decisiones sobre la democracia y los derechos humanos en El Salvador.
🔸El “éxito” de Bukele. Desde su llegada al poder en 2019, Bukele ha cultivado una imagen de líder moderno y efectivo. Su estrategia contra las pandillas le ha valido un respaldo popular considerable, dentro y fuera del país. Con un discurso que mezcla populismo y demagogia, ha logrado consolidar su control sobre las instituciones, debilitando la oposición, dominando la Asamblea y el sistema judicial, y reduciendo los espacios de crítica a su gobierno. A primera vista, su mandato parece un éxito: su popularidad sigue en alza, su figura es omnipresente en redes sociales y para muchos salvadoreños, su gestión ha devuelto la seguridad a las calles. Pero, ¿a qué costo?
🔸El precio de su modelo de gobierno. El aparente éxito de Bukele ha venido acompañado de una preocupante erosión democrática. La independencia judicial ha sido demolida, la reelección presidencial -prohibida en la Constitución- fue facilitada mediante una Corte Suprema afín, y el régimen de excepción implementado para combatir la violencia ha llevado a la detención masiva de miles de personas, muchas sin pruebas en su contra.
Las cárceles están desbordadas. Se estima que alrededor del 30% de los detenidos son inocentes, atrapados en redadas masivas donde el debido proceso quedó en segundo plano. Organismos de derechos humanos han documentado abusos, torturas, desapariciones y asesinatos, lo que ha generado denuncias de represión estatal. Lo que en la superficie parece ser un triunfo en seguridad, en realidad se sostiene sobre un sistema que restringe libertades, fomenta el miedo y silencia cualquier voz disidente.
🔸El éxito sin Paz. A menudo, los líderes autoritarios alcanzan logros concretos, como fue el caso del General Hernández Martínez, hoy Bukele: reducen la criminalidad, imponen su orden y eliminan la oposición. Pero detrás de estos “éxitos” subyace una realidad ineludible: el poder basado en la coerción y el miedo no otorga paz ni a quienes lo ejercen ni a quienes lo sufren.
La historia nos ha demostrado una y otra vez que los regímenes sustentados en la represión rara vez logran estabilidad duradera. Quienes eligen este camino pueden acumular riqueza y poder, pero viven atrapados en una dinámica de control perpetuo, en la que cada disidencia se percibe como una amenaza y cada crítica como una traición. Bukele, en este momento, se muestra imbatible. Pero el desgaste del autoritarismo es inevitable.
🔸¿El futuro de El Salvador? El caso de Bukele nos plantea preguntas fundamentales sobre el tipo de sociedad que queremos construir. ¿Es aceptable perder libertades a cambio de seguridad? ¿Hasta qué punto puede justificarse la concentración de poder si da resultados en el corto plazo?
El pueblo salvadoreño, tarde o temprano, deberá enfrentar estas preguntas. Mientras tanto, Bukele sigue adelante, cosechando triunfos a su manera. Sin embargo, la historia ha demostrado que el éxito cimentado en la represión y el miedo rara vez garantiza paz verdadera.
El poder absoluto puede dar la ilusión de estabilidad, pero siempre deja una huella oscura. Y, tarde o temprano, esa misma oscuridad alcanza a quienes intentan gobernar con puño de hierro, recordándoles que ningún control es eterno y que la historia siempre pasa factura…