Alberto Quiñónez
El Salvador
“De tanto amar / la rosa de la vida
crecen también las espinas”
(Adolfo Sánchez Vázquez)
Ha pasado el tiempo y es un fruto de carbón la sangre de esta época de locos.
Y es que, sin embargo, seguimos con un pie varado en la prehistoria.
Allá, en un antes que se alarga hasta el reloj del presente,
allá, es decir: aquí, hoy, en este momento,
cuando nos comemos entre sí como menos que animales por un pedazo de tierra,
cuando alguien en una jaula pide de comer a calaveras sin alma que son libres.
¿Hace cuánto dejamos de amar algo más allá de nuestra piel?
¿Hace cuánto dejamos el alma toda en un canasto de basura?
¿Quién ahora dice, sabe, recuerda tu nombre?
¿Quién sabe tu nombre escrito con sangre bajo una piedra?
Maldigo el momento de los adioses entre hijos y madres, entre padres e hijas, entre hermanos,
entre sangre y sangre hecha de mi sangre con rabia de perro que odia,
entre carne y carne cuyo valor se estima puntos menos que la carne de un perro con rabia.
Trueno en un corazón que muere entre desiertos de fantasmas.
Tormenta en el laberinto de una medianoche sin esperanza de amar.
Laberinto con minotauros que ya no tienen ojos.
Laberinto con espinas que alguien besa.
Laberinto lleno de besos que un día fueron crucificados.
Laberinto de cruces en un desierto desierto.
Laberinto sin nadie, de hombres sin rostros,
de mujeres agrietadas.
Sí: somos menos que un rastro de perros en un lugar sin amor.
Sí: hemos sido alimento de las aves de rapiña, como perros muertos.
Sí: el futuro está nublado, amurallado, escondido, enterrado futuro de papel.
Mañana sin pasado de un pasado presente sin futuro.
Sí: ayer ha sido la tragedia,
como hoy, como mañana.
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