A LA MANERA DE MANRIQUE
Para Jimmy y para Hugo
¿Dónde está ese alguien que fui
y que ahora me ha recordado el viejo librero?
¿Dónde el espejo claro de mi negro cabello
creciendo libre por debajo de mis orejas?
¿Dónde mi escape de las aburridas clases
para emprender la ruta azul de las azules mariposas
que volaban y volaban más allá del anunciado Paraíso
de los crédulos mortales?
Me enardecía la flor de la pasión. Me fumaba las horas
sin ningún reparo de códigos y de libros sagrados.
¿Y dónde están ahora las luces que anunciaban
la rebosante copa, allá en las fiestas interminables
de la Divina Providencia? ¿Dónde las carcajadas de Óscar?
¿El baile infinito de Paty? ¿La locura de Martín y la silente
embriaguez de Coto?
¿Dónde la guitarra de Milton y los discos y vasos y cigarros
en tu casa, Víctor Hugo?
Afuera rugía la guerra.
Los viejos gordos se empecinaban en burdas elecciones.
Mientras otros dinamitaban los puentes.
Y otros descuajaban los árboles en 500 fragmentos,
llenándonos de miedo, dolor y odio.
Pero en la alegre Providencia, y en aquel hotel
y restaurant de la mar pacífica, todo era bello,
como una virginal madrugada.
Finalizó la película, con una lágrima del respetable,
con un beso frío,
con un adiós en la estación de trenes.
Como en los versos de Manrique todo al final pasó. Pasó.
Octubre primero de 2016.