CARLOS ANCHETTA
CAÍN
Puro camina Caín por la tierra,
siempre a la deriva por los subterráneos,
por las alcantarillas donde se acumula las heces del reino.
Las mujeres de Caín están locas, desquiciadas, drogadas,
piden una moneda en las avenidas de neón,
un poco de nicotina para soportar el frío que les entra por las piernas.
Caín hereda las guerras, las balas, las cámaras de gas,
la bomba de hidrogeno, las latas de atún podridas,
tiene prohibido bostezar en una linda cabaña
con fuego en la chimenea y niños rubios en derredor.
Caín tiene que dar la cara, romperse a balazos y a trompadas,
caer de cabeza desde los puentes colgantes,
mirar dormido mientras lo arrastran al pabellón
donde lo despojarán de sus órganos frescos.
Caín es un poseso tirano.
Un devorador insaciable.
Se balancea por las ciudades que saben su peso,
que conocen el valor de su historia.
Caín en un callejón con la teta de su mujer acuchillada,
Caín en un banco con un cigarrillo en la mano,
Caín cruzando mares en busca de cannabis,
de aguafuertes a plazos.
Caín frente a un espejo con una línea de humo blanco.
Un trago para Caín.
Larga vida para el hombre.
De Abel no se tienen noticias.
Nadie lo conoce.
PADRENUESTRO
Padre,
ya todo ha terminado.
Occidente te tiene enfermo, moribundo.
¿Por qué no planeaste que Fátima naciera en Oriente?
Falta de cálculo divino ¿eh?
Ahora tienes que lidiar con la sublevación de la sangre
que se oye campar en la vigila roja de Beijing,
que se transforma en jaguar en la noche del sur,
que se desliza con mambo en la larga noche caribeña,
que se vuelve enigma en el pozo inmenso de la canción del cáñamo.
Padre,
estás acabado.
Pobre de ti que eras bueno.
Padre,
ya no tienes casa.
Los ladrones hacen de las suyas en el adviento.
Mira tus lujosas estancias ahora.
Prostitutas con pantimedias adornan tus vestíbulos,
miles de homosexuales bendicen y comen tu cuerpo,
beben tu sangre en tu trono vacío.
Mira cuántos mercenarios invocan tu nombre en vano.
Ahora es un burdel tu antiguo hogar.
Ahora es un mal chiste, un pésimo chiste.
Padre,
ya tienes tu propio infierno.
Pobre de ti que eras bueno.
Padre,
ya nadie te hace caso.
Y no eres el Becerro de antaño.
Ya nadie te recuerda en el Mar Rojo.
Me dejaste solo, padre.
No sé qué hacer con tanto amor y con tanto odio
porque soy tu prototipo milenario.
Padre, no dejes de decirme cómo matar y odiar,
no permitas que pierda la fe en tu dominio.
¡Ay, padre!
Cuántas ganas de tus hijos tengo.
Cuántas atrocidades amorosas quiero regalar.
¡Ay, padre!
Ya no estás en la tierra ni en el cielo,
ya no estás en ningún lado.
No contabas con la divinidad del hombre.
Qué engañado estabas al creerte invencible.
Y ya ves, todo acabó.
Estás muerto.
¡Muerto! ¡Muerto!
Qué terrible, señor.
¡Muerto! ¡Muerto!
Padre,
pobre de ti que fuiste bueno.
Amén.
CONTEO
Más de cuarenta veces dije No este día.
Una a la vendedora de verduras.
Una y un guiño a la muchacha predicadora.
Tres a mi conciencia.
Cinco a mi paladar estropeado.
Más de diez a mi sed alcohólica.
Dos a mis manos.
Una al ordenador.
Cuatro a los gatos del vecino.
Tres a mi novia imaginaria.
Dos a mi guardia rutinaria.
Cinco a la llama de la cocina.
Una al conteo infantil de la caja gris.
Dos a la ducha.
Una al balcón de la mujer de mi enemigo.
Más de cinco a la puerta de ella.
Y una a las ganas de morirme.
No cabe duda que me he sentido vivo este día.
SU AMOR SE PARECE AL ODIO
Ella,
en nada se parece a mí.
aunque la busque con mi mano herida.
Yo no la quiero así, buscándome siempre,
perdida en mis proezas,
pidiendo mi atención para que la acueste en los ríos de mi espalda.
Yo no quiero que me hable de libros,
de cine, de metafísica, de Chopin,
solo para agradarme, solo para ponerse a mi alcance,
Yo no quiero a nadie así.
Yo no quiero un doble, una repetición mía.
Yo solo conmigo me basto.
El otro día me habló de Dios con fastidio.
Eso es el colmo.
Ahora quiere deshacerse de su Dios por mí.
Esto está tomando dimensiones insospechadas.
Está claro que quiere ganarse mi confianza,
pasar como mi biógrafa íntima,
o lo que es peor,
como mi costilla perdida.
Ahora solo falta blasfemar a todas horas.
escupirle la cara a la moralidad,
maldecir esta vida invivible y soñar con la muerte
cada vez que se acueste con el dolor de la juventud.
Esto tiene que parar.
Debo ponerle fin.
Ahora que venga le gritaré Judas hasta el cansancio
y me iré por el salvoconducto imaginario.
Si no funciona mi táctica me veré obligado a rematarla con dos sonrisas,
varias nalgadas y tres gotas de semen.
Entonces sabrá que la odio, que no la quiero,
que desprecio su amabilidad y sus motivos.
Tal vez así ya no vuelve, y si lo hace, tiene que venir distinta
para empezar a desaparecerla, en silencio.