Canción a la bella distante No era mi poesía. Mis poemas no eran. Eras tú solamente, perfecta como un surco abierto por palomas. Eras tú solamente como un hoyo de lirios o como una manzana que se abriera el corpiño. Eras tú, oh distante presencia del olvido! Clara como la boca del cristal en el agua, tierna como las nubes que atraviesan el trigo por los lados de mayo. Dulce como los ojos dorados de la abeja; nerviosa como el viaje primero de la alondra. Eras tú y tenías delgadas de esperanza las manos que me huyeron. En tu sien, extraviadas, bullían las sortijas. En tus perfectos ojos abril amanecía. Estoy tan impregnado de tu voz siempreviva que hasta esta inmensa noche parece que sonríe y percibo el borde líquido de tu alma. Andabas como andan en el árbol los astros. Rezabas en silencio como una margarita. Oh quién te viera abriendo esos libros que amabas con el alma inclinada a la luz de las fábulas! Qué viñeta de rosas tenían tus mejillas cuando abrías los labios de amor de las palabras. Y qué resplandeciente ciudad de serafines descubrías, de pronto, en el cielo de estío. Quiero besarte íntegra como luna en el agua. Mañana en los delgados calendarios de ausencia te encontraré buscando una pedrezuela tierna para marcar una hora lejana que aún espero. Recuerdo aquella tarde cuando quise besarte. Tenían los cristales un fondo de mimosas y la antigua ventana mecía los jardines. Las llamas de los árboles se tornaban oscuras y un ángel de eucalipto se apoyaba en el muro. Escuchamos de pronto la carreta profunda que atraviesa los prados con su carga de junio. Pienso en aquella tarde y me encuentro más solo! Las casas recogían la luz del occidente, los caminos bajaban como arroyos en llamas, la brisa estaba fija en el borde del álamo. Pienso en aquella tarde y no sé por qué lloro…
Canción a la cadena del blanco amor Ayer te volví a ver, barrio de mis once años y encontré la mitad de mi nostalgia apoyada en una clara cruz de malva, custodiando una sal de blanca usanza, sobre el delgado muro de tu casa. Miré tu monasterio en la colina, con tres siglos de paz en los aleros y con palomas que abren en el cielo su corazón de musical garbanzo. Oí cantar los gallos, como entonces, con sus sombreros de oro y hojas frescas; miré la casa en que moría siempre por hambre, por olvido y por decoro, caballero macilento y solo. Y vi un copo de lana que nevaba en la biografía de la abuela. El ángel de la rueca tenía sueño y en sus alas de pana, la tristeza había doblado en dos la antigua rueda. Cómo te recordé dulce Lucía muerta, con tu cesto de pan fuera de tiempo, llorando de vacío en la vereda… Desde entonces estás blanca de enero, perdida en la salud azul del cielo y para ya no despertarte… sueño.
Canción a Teresita
(Apasionadamente)
Pálida Teresita del Infante Jesús, quién pudiera encontrarte en el trunco paisaje de las estalactitas, o en esa nube que baja, de tarde, a los dinteles, entre manzanas blancas, en una esfera azul.
Caperucita parda, quién pudiera mirarte las palmas de las manos, la raíz de la voz. Y hallar sobre tus sienes mínimos crucifijos, bajando en la corriente de alguna vena azul. Colegiala descalza, aceite del silencio, violeta de la luz.
Cómo siento en la noche tu frente de muchacha, encristalada en luna bajar hasta mi sien. Cómo escucho el silencio de tu paseo en niebla, bajando la escalera de notas del laúd.
Cuando amanece enero, con su frío de nácar, sé que tu pecho quema su materia estelar; y que la doble nube de tus desnudos hombros se ampara en la esquina delgada de la cruz.
Cómo escucho en la noche de caídos termómetros, volar, rotas las alas, el ave de tu tos; y llorar en la isla de una desierta estrella a jóvenes arcángeles enfermos como tú. Teresita: esa hierba menuda que viene de puntillas desde el cielo a las torres; ese borde de guzla que nace en los tejados; esa noción de beso que comienza en los párpados; la trémula angostura del abrazo en los senos: todo lo que aún no irisa la sal de los sentidos y es sólo aurora de agua y antecede a la gota, y tiene únicamente matriz en lo invisible; lo mínimo del límite, le que aún no hace línea, eres tu, Teresita, castidad del espectro. La comunión primera de la carne v el cielo. Cuando el olivo orea su balanza de nidos, cuando el agua humedece la niñez del oxígeno, cuando la tiza entreabre en las manos del joven la blancura de un lirio que expiró en la botánica, allí estas tú, Teresita, víspera del rocío, en la hornacina pura de un nevado corpiño, con tu fantasma tenue, concebido en la línea ligera y sensitiva en que nacen las sílfides.
Suave, sombra, celeste, soledad silenciosa.
¿Quién te entreabrió ese hoyo de dalia en la sonrisa? ¿Quién te vistió de clara canela carmelita como a una mariposa? ¿Quién colocó en tus plantas los descalzos patines de celuloide y ámbar? ¿Quién te ungió las manos de divina tardanza para que no pudieras jamás herir las cosas?
Tenue, tímida, tibia, traslúcida, turgente.
Por tu amor, la madera se vuelve una sortija y la niebla, sonata al pasar por los álamos. Por tu amor, en el éter se conservan los trinos, las plegarias se tornan cascabeles azules y la espiga, una trenza del color de los cálices.
Delgada, dulce, débil, divina, delicada.
Tu doncellez intacta crea nardos ilesos sobre ese fino valle del aire en los cristales, cuando sólo es un trémulo sonido que no alcanza a embozar en el tímpano el espectro del canto. Novia que viajas sola en un velero de hostias. Enamorada pura en la edad de la garza.
Niña, nupcial, nerviosa, nívea, naciente, núbil.
Cómo veo tus manos pasar por los bordados y abrir una acuarela de anclas y corazones; tus ojos que conocen esos duendes de cera que andan con las abejas al pie de los altares.
Cómo siento tus trenzas ocultas en una gruta, donde se agrupa el oro bajo un toldo de lino.
Ideal, ilusa, íntima, irreal, iluminada.
¿Quién podrá olvidar tu nombre, Teresita? ¿Tu nombre que comienza en una noche de estrellas y ha cambiado el sentido de la lluvia y las rosas?
Lo pronuncian los niños al llamar a las aves, o al decir que las cosas les nacen en los ojos.
Las bellas colegialas que recogen en coro una llovizna azul en el hoyo de las faldas.
Las novicias que cantan entre muros de nieve y crucifijos pálidos.
Los monjes que hicieron de su sangre una nube para guardar los campos con escuadrillas de ángeles.
Por tu finura de ángel con alas de violeta y tu ternura inmensa que, a veces, se hace pena, un Amor Infinito escribió en el cielo la inicial de tu nombre con un grupo de estrellas.
Canción espiritual del árbol derribado No fue el ciclón con sus campanas desgarradas. Fueron los hombres que viven a tu sombra. Trajeron hachas finas por el aire. Trajeron siete hachas por el aire. Siete delgadas concubinas de odio. Fue una tarde de ancho ocaso rojo. Tenían los leñadores sal verde y afilada en las axilas. Los golpes de las hachas corrían por el bosque con pies planos y huecos. Se volvían las ramas azules de sonido. Hasta que cayó el árbol sobre el dulce costado cual alto dios antiguo, con un ruido plural de abejas verdes y venas arrancadas. Con aroma de pan y de azucenas se abrieron sus cimientos. Pero quedó su alma: una fruta alargada y transparente, sin agua, sin albúmina, sin tiempo. Su alma de libres llamas corporales, con cintura de heno y pálida camisa de avena. Con un temblor de candelabros líquidos entró en la inmensa desnudez del cielo. Se hizo un gran silencio de manzanas vacías, y de la orilla de todos los bosques partieron a la música navíos, y una hojarasca de aves invisibles. El viento prolongó, al pasar, mi pulso, y la materia ardiente de mis sienes. El viento llenó el agua de cipreses y silencio. El alto viento levantó del árbol la sustancia anillada de la música, el peso de acuarela de los pájaros, las balas de coral de la madera. Qué material tan puro el de sus yemas. Qué cera tan sagrada la que entreabrió sus flores en tenue sexo de inquietos alfileres. ¿No volveremos a ver manos azules subiendo por el aire del otoño? ¿No veremos ya más su domingo encendido de cerillas por los niños traslúcidos del día? ¿No veremos ya más esa muchacha ciega que en puntillas buscaba una sortija de resina? Deja que ponga bajo tu nuca blanca esta almohada inquieta de peces de mi anhelo. No has muerto. No eres hijo de odio ni de muerte. Vives ahora en el piso más delgado de los cielos.
Extraído de Media voz