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Poemas de Julio César Orellana Rivera

Toda tú eres bella 

Tu piel río de leche, see

tus besos comiéndose

mi boca y tus dedos

son diez puñales blancos

que rasgan mi piel

y recorren mi talle.

Son heridas suaves

provocando éxtasis,

arrebato de santo.

No quiero que termine

la agonía, el jadeo

constante, delicioso.

Prefiero que el caudal

y fuerza de tu río

ebúrneo me hundan

y me ahoguen despacio,

sin prisa, a que retires

tus labios que destilan

leche y miel. Deseo

terminar la faena

satisfactoriamente.

Si por Adán y Eva

del Paraíso fuimos

desterrados, prefiero

mil veces el entierro

de la manzana en mi boca

que la tediosa, lenta

santificación. Me moriría

de aburrimiento, me mataría

el tedio y la desesperación

si tu piel ebúrnea me faltara.

Para H. Lammar

Domingo 12/04/2015, 4: 20 p.m.

La bella primavera bella te trajo, 

ausente de vestiduras

y de inviernos que queman.

Tu madre, feliz,

Bárbara te nombró:

después del inclemente frío,

Bárbara te quedaba bien,

porque eres bárbaramente dulce,

tierna y no fría

como el níveo invierno.

Caminas por las avenidas

con tu andar menudo

y gallardo. En la escuela

florecen tus sueños

de asfalto. La Providencia

acompañe tus sueños

y despiertes con laureles

ceñidos en tus sienes.

Para Bárbara Rivera

Lunes 13/04/2015, 9: 40 a.m.

Soy yo tu roto silencio,

tu beso crepuscular

interminable,

el joven sueño

que tuviste en la verja

vecina

contemplando las vecinas rosas.

Soñaste, quizás,

con aquél hombre sin futuro,

desgraciado

que nada te ofrecería;

mas sin embargo,

el caudal de corazones

por las ventanas saldría,

como río de su curso

desbordado

y los cuatro o cinco

chicos

jugarían

al Ladrón librado

en el traspatio de la casa.

Todo sueño se cumple,

se pospone

o se aplaza.

Tú ya cumpliste el tuyo

no con cinco ni cuatro,

sino con dos niños

que son tu cruz,

tu martirio

y tu redención.

Para H. Lammar

Jueves 23/04/2015, 7: 14 p.m.

Llegaste cuando el invierno

agitaba su pañuelo blanco de despedida.

San Salvador era una pintura sombría

donde la tarde dio su último bostezo.

Galopaban los dioses

con destino a la guerra,

tirando rayos que se enredaban

en los ramajes del viento y como fusta,

restallaba en la espalda

del volcán echado.

El invierno se asomó

cual enjambre de gotas furiosas

que punzaban en la urbana aldea,

en el asfalto,

en los transeúntes.

San Salvador quedó hecha un asco,

una confusión.

Como en ríos indóciles

navegó la basura a los tragantes.

El atasco vehicular

y el claxon de los coches

con su zumbar de avispas africanas

estallaba en la cabeza de la ciudad.

Las avenidas y los centros comerciales

fueron el laberinto de Teseo

donde perdí mis pasos

y el Minotauro de la angustia

me devoraba el corazón.

El nosocomio tenía voz de mujer

e hizo impropio su dolor:

“No fue parto normal,

el bisturí tocó su cuerpo.

¡Pobrecita!”.

Esa noche fuiste la ausencia no deseada,

la aflicción presente,

la caricia retenida,

el beso que quise darte

y no pudo ser.

Sólo vi a tu madre que valiente,

venía de ganarle la batalla a la Muerte

y con voz de paloma herida,

dijo: “Fue niña”.

Para Andrea María Orellana Alas

Miércoles 29 de abril de 2015, 7: 25 a. m.

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