Los psalmos
I
Un venado que camina por el bosque será mi espíritu, viagra un ave pescadora que reposa sobre
las aguas.
Fiera acechante entre el alto cañaveral de los pantanos, pilule mi espíritu aguardará la cercanía de
la noche para ir tras la presa.
Y de la noche y la presa hará suceso, y presa y noche serán uno en él y a la mañana los
habré olvidado.
Una sabandija que se nutre de fango será mi espíritu y de humus y estiércol haré casa y
provecho.
Una enorme y frágil ballena azul será mi espíritu y la criatura menuda del mar entrará en
mis mandíbulas y en mí será grande.
Y mi espíritu no conocerá el hastío, ni estará saciado, y bendecirá el hambre y navegará en
la paz de su presencia.
En una araña, una mosca, estará, y en su tela atrapará al mundo y perseguirá la pestilencia
de la carne muerta.
Con el pájaro que liba y el néctar será uno y será pulgón de pluma, de rosal, parásito y
garañón de una manada salvaje.
Salmón urgido por sus ovas será mi espíritu, y dejaré la mar y remontaré los ríos y conoceré
la dicha de parir en agonía.
Animal silvestre que muere será y aceptará la ley del rapaz, de la hiena y del buitre que le
picará los ojos, los oídos, para certificar que he muerto.
Y a la quietud del bosque mi espíritu liberará su carroña, y se dispersará en la nada, y
hormigas y escarabajos me cuartearán en anónimo calcio.
II
Una humilde gramínea será mi espíritu, y hablaré el idioma de la luz y daré su bálsamo a la
noche.
Un túrgido fruto será mi espíritu y dejaré que el tiempo decida mi vocación de bocado o de
semilla.
Una rama joven y altiva seré y en mi cantarán los pájaros. Y cuando venga el rayo, el
incendio, seré fuego, ceniza.
En una flor insensata y bella estaré y seré la caricia del bosque y perfumaré el silencio y me
haré fecundar del viento y los insectos.
En una vara de bambú se extenderá mi espíritu y conmigo jugará la brisa y daré refugio a
los tigres y silbaré como flauta.
Yo seré una remecida alga en la que el mar se solace, y tendré un rebaño de peces y nada
me faltará.
Seré una caña de maíz y tendré talle y nombre de gitano y un corazón granuloso y
sangriento como piedra de sacrificio.
Andaré por los desiertos como planta vagabunda y comeré del aire y arderé de calor y seré
el cactus donde alucinan los siete vientos.
Creceré a la sombra de un gran árbol y treparé por su tronco y robaré su savia y le diré,
tengo que matarte y morir, hermano.
Y habitaré como junco al amparo de un río y seré espiga de grano y me secaré como
rastrojo y veré mi muerte repetida más allá del horizonte.
Bellota, helecho, hongo de ensueño y de ponzoña, henequén, planta trepadora seré, y me
besará la lluvia y abrazaré a la tierra.
III
Mi espíritu será la sal del mundo y se disolverá en el agua y entonces seré estero, albufera,
océano.
Y la sal se recogerá al sol y corroeré la carne, me perderé en la lengua de los ganados y
reventaré una herida.
Disperso estaré en el polvo, las arenas, y seré la sequedad del desierto, lecho del mar,
sendero de hormigas.
Agonizante estrella que agota su carburante será mi espíritu, y seré enana blanca que al
universo asusta con fábulas oscuras.
Vivo estaré en metales alcalinos y tendré para siempre el rostro hexagonal del cuarzo. Y en
cada cosa encontraré mi fin.
Seré la pétrea casa de la noche y me dejaré devorar por el orín, el óxido, las aguas
enriquecidas.
Seré la piedra oferente de la torrentera y por ella pasaré hecho agua que sobresaltada busca
el mar.
Y seré agua, agua corriente, multiforme, humilde y desbocada agua, y no tendré rencor, ni
elegidos, ni recuerdos.
Bajaré, ardiente lava, por los flancos de un volcán y destruiré las siembras y pariré islas y
ofuscaré los cielos.
Seré cruda roca en el pecho de un acantilado y me dejaré derruir, paciente, por la lluvia, el
rayo, la borrasca.
Indiferente al paso del tiempo, resignado a devenir guijarro, astillas, arena, no tendré
miedo, ni frío, ni sed, ni deseos.
Y en mi espíritu girará la rueda de la vida con su rumor de cascabillo molido. Y donde ella
circule estaré yo.
(De El libro de la Penumbra)
I. Silencio
Al final de la tarde de su primera jornada, Isador había escalado el brazo sur del risco. Desde la cumbre miró hacia atrás.
Un torbellino de color pardo y de granos grandes como garbanzos cubría el estrecho valle.
De una oscuridad vertiginosa bajo los impotentes rayos del sol poniente, los enormes granos invadían la luz como una avanzada de los ejércitos de la noche.
Una noche cónica y seca en cuyo interior giraba un trasto inútil —el bagazo del Jaiam—, mientras la ubre marchita del odre se disgregaba en astillas y polvo.
Aquello era la muerte.
El amado valle de su infancia quedaría vedado a sus pasos. Desde entonces, Isador lo llamó el Valle de la Luna Roja.
La noche anterior, el viejo Jaiam y él habían salido a la desastrada huerta para saludar a la luna nueva.
Embozados en mantas negras, descalzos, hicieron sus abluciones en silencio y luego recitaron nueve versos de fraseo demorado.
Cada verso guardaba un nombre antiguo y venerado de la diosa blanca y todos juntos celebraban sus poderes y temperamentos.
Prendieron una hoguera y ofrecieron a la luna rojiza pan ácimo rociado con miel. Después se retiraron al tonel.
El viejo Jaiam veló el descanso del muchacho. Antes de entrar en un sueño, Isador creyó sentir sobre su frente la áspera mano del carpero.
Soñó con un desierto líquido, terso y arisco como el lomo de un cabrito y combado e inabarcable como las llanuras del poniente.
La llanura errante buscaba descansar su peso vivo sobre la tierra en un abrazo recurrente, y en cada abrazo dejaba escuchar un rumor de llamado.
El rumor fue creciendo en la caverna del sueño, e Isador escuchó su nombre repetido por un tropel de yeguas dulces, apremiadas de deseo… dor… Isa… dor, Isa… dor, Isador, Isador…
Al divisarlo por primera vez desde una colina, años más tarde, Isador haría un descubrimiento: aquel desierto inexplicable era el mar, el país del legendario Ulises.
En la mañana, el viejo le entregó algunas provisiones, una manta, un pellejo de agua y le ató a la espalda las duelas de su herencia.
“Ahora debes irte, Isador”, le dijo el Jaiam. “Trepa el risco y camina con rumbo sur. No vuelvas nunca a este lugar. Date prisa, la muerte no tarda en llegar. No veas hacia atrás cuando estés en la cumbre”.
Aquella parca despedida fue para Isador el primer soplo de la cercanía de la muerte.
Era un niño al partir, pero cuando alcanzó la cumbre del risco su infancia había terminado.
Al amanecer de la segunda jornada, cuando descendía por la ladera exterior, Isador era sólo un hombre caminando en desierto.
Un hombre apenas, con ojos para medir distancias, predecir dónde la piedra romperá el arco de un vuelo, distinguir el ala del rapaz y la del ave migratoria.
Un hombre apenas, despiertos los sentidos para redimir en el curso de cada día su efímera vida entre el infinito firmamento y la vastedad del desierto.
Un hombre apenas, en cuyos sueños hay hambre y llueve o matar a la liebre es más fácil.
Un hombre con el pecho sonoro y dolido de recuerdos de una infancia breve y abrumadora de belleza.
Un hombre solo, un desierto a la deriva en la inmensidad del desierto.
Talvez para compensar la parquedad del viejo carpero.
Talvez para saberse vivo más allá del instinto.
Talvez para no perderse entre los abigarrados signos de un mundo arcano.
Sin motivo válido, talvez, Isador alimentó un amor secreto por las palabras.
Sonoras y frescas como una jarra de arcilla, las palabras conjuraban para él un paisaje tolerable.
Palabras con el sabor antiguo y mineral del agua, de la sal pétrea. Palabras tiernas y frágiles, amables al olfato como hojas de cilantro o de menta.
Palabras firmes y acogedoras como un gran árbol. Palabras humildes y nutricias como un plato de habichuelas.
Palabras de hechizo para recogerse al sueño, como un brasero bienhechor en las noches de helada.
Palabras como un tejido de buen hilo para vestir la desnudez agobiante de un mundo sin límites.
Palabras, conjuro mágico para revivir el pasado y verse y sentirse en él como en un sueño llevado de cabestro.
Palabras, vieja y fecunda ceniza donde fincar el asombro del presente.
Palabras, mágicos signos de cuyo misterio surgía la voz tutelar del viejo Jaiam y gracias a las cuales su sombra volvía a sentarse frente a la hoguera al leer Isador las duelas de su herencia.
Pastor sin ganados. Niño despojado de su infancia. Tejedor sin rueca. Huérfano de su origen y huérfano de su distante padre adoptivo. Isador solo sólo tuvo las palabras.
Y sus palabras habían de servirle un día para habérselas con el mundo. Serían su barca, su red de pesca y el instrumento de su canto cuando Isador descubriera el mar y el amor.
No obstante, durante sus primeros años de errancia, sus palabras hubieron de ampararse en el suelo germinal del silencio.
(De Isador en el desierto)
Invocación
Entrañable vendaval de miserias, en tus manos de labrador nuestras almas sin consuelo
Bosque de ripio, a orina y fuego tus aguas tormentosas, y en tu suelo los altos tambores del sol
Enramada de palmas, tus hijos en largas horas de llanto y sequía bajo tu manto protector
Jacinto ciego en el desamparo de un presente inalcanzable
Mar pródigo, valle inagotable de fertilidad, dónde tus milagros
Anónimo cuerpo ahorcado a una larga noche, la noche desaparecida de tus hijos
Ave de las exhalaciones, nunca en ningún lugar, y en la llama votiva de nuestro pecho tu amado recuerdo
Aceitero de esquina. Nadie nunca de vos recado cierto
Cometa de los reclamos y de los cobros, signo de la tormenta inminente o recién pasada, rostro resignado en su desconcierto de los mismos arrasados de siempre
Padre ejemplar, suelo patrio de zompopos y taltuzas, de vos nada, nunca
Abuela delantal blanco, pellejo basura abandonada bajo tu sol implacable, coño repleto sin tregua de ejércitos bárbaros
San Rodablás, milagrero de la impunidad
Santo patrono del lumpenaje, las putas, los contrabandistas de plaza
San Rodablás de los zancudos, de la sopa sebosa, de los ojos espantados y secos de tus niños diarreicos, fogonazo y vórtice tu palabra
San Rodablás de los pavimentos caldeados, de los desalojos, de los callados caídos un día de temporal con choza y familia a la quebrada
Palo de jiote, señor desollado, el de la piel muda robada de sueños, el despojado de sus huellas, amada pesadilla de tus hijos
¿Por qué nos hemos abandonado?
Éxodo
Todo se silenció de repente, señor.
Todo se detuvo de repente, hubiera visto usted.
Todo se apagó así, sin más, qué cosa.
El vocerío de las escuelas y de las plazas del comercio.
La lectura de noticias en los informativos.
La explicación ponderada y a pizarrón lleno de fórmulas
en las cátedras universitarias.
La digitación de letras y números
en incontables teclados electrónicos.
El run-run de los motores estacionarios.
El llanto, la risa de los niños.
El golpeteo de las almádanas contra lozas de concreto.
El crepitar rumoroso y fecundo de la luna en los sembradíos.
La matraca férrea de carretones y carretas
y la de un trenecito lastimero
a galope remolón entre Apopa y Aguilares.
El apagado y repetido petardo de las placas de zinc
bajo la inclemencia del sol.
El borboteo de las ollas de sopa en las cocinas.
Los gemidos y susurros de los amantes.
Seis millones de teléfonos quedaron mudos al unísono, señor.
Qué barbaridad.
Dejaron de silbar como delfines enloquecidos las turbinas de los aviones.
Cayó sobre el asfalto y se secó de inmediato
la última gota de lluvia condensada en el cielo.
Dejaron de volar los pájaros, dejaron de cantar.
Se marchitó en sus cauces el agua de los ríos.
Dejó de hacer olas el mar.
Todo se silenció de repente, señor.
Todo se detuvo de repente, hubiera visto usted.
Todo se apagó así, sin más, qué cosa.
Mis hijos, extrañados y poseídos de un mudo estupor, se levantaron.
De su silla. De su lecho. De su banco de labor.
Allá va Vitelio Luna con su ropa embalada en una caja de cartón.
Salieron a las calles congeladas
bajo un sol de ajusticiamiento.
¿A dónde vas, Julia Mejía, con tus hijos chelitos chalatecos?
De los quirófanos. De las aulas.
De las casas amontonadas en las barrancas de los cerros.
De las barcas. De las cantinas.
Salieron a las calles dañados por un silencio
espeso como manteca de cerdo.
Acurrucados en su extravío sin saber a dónde ir.
Una madre levantó del suelo a su hijo
y con él en brazos
salió despavorida a la calle.
Los novios en los parques suspendieron el beso furtivo
y bajaron a la calle calada por una fría claridad de morgue.
Se fue la Chenta Flores con su marimba de nietos.
Los albañiles y los electricistas descendieron de sus andamios
a la calle sin polvo por la que saldrían huyendo.
Paletas, tenazas, cabos de cable tirados por el andén.
Los músicos interrumpieron para siempre un compás de ensayo.
Violín en mano. Arco en mano. Corno entre las manos.
Y un hombre sobre el piano lloraba desconsolado
como si abrazara un ataúd sonoro.
Salieron sin corbata de palomita a dejarse ofender
por una luz densa como caldo frío. Soldados de bandera y fusil,
putas francas, laboratoristas, salieron a la calle.
Criminales y guardianes abandonaron sus prisiones
para salir a odiarse a la calle.
Y en el cielo no quedó una sola nube.
Dormidos bajo el peso del silencio, mis hijos se pusieron en marcha
como sonámbulos concertados en busca de las fronteras.
Se fueron todos, señor, qué barbaridad.
Sin llevar apenas nada consigo.
Con lo que traían puesto.
Con una mano atrás y la otra adelante.
Con toda su carga de nochedumbre por siglos de espanto
sobre los hombros. Cansados de tanta ignominia.
Aturdidos de tanto día incierto.
Hastiados de tanta mentira. Dolidos más allá del grito y la impotencia.
Horrorizados de sus propias sombras.
Asqueados de sus propias manos impotentes.
Sin más protesta que la obstinación de sus cansinos pasos en fuga.
Se fueron todos.
Con el minuto justo para sacar a la madre de la casa.
Con tiempo apenas para arrastrar de la mano al hijo
desde la puerta de la escuela.
Íngrimos o en puñados.
En fila india o de cinco en fondo.
Se largaron rumbo a las fronteras.
Sabedores de haber nacido para perder.
Con tantas derrotas aceptadas como pelos tienen en la cabeza.
Se fueron todos.
Hipando rabias. Taciturnos.
Con la única convicción de amar su pellejo.
Sabedores de haber nacido para ser traicionados.
En medio del reguero de cáscaras podridas y bolsas plásticas
dejadas en cada autopista, calle, carretera, vereda de vecindario.
Nietos de un jaguar que da miedito y mucha pena en un circo chinaquero.
Se marcharon en busca de una mínima luz.
De un mínimo cielo.
Se fueron todos, señor, todos se fueron.
Mis ojos impotentes los vieron marcharse
sin alcanzar a detenerlos ni a unirme a su éxodo: se iban de mí.
Se fueron todos, todos, qué horror.
Todos.
Luego vino una grisura de noche.
Y el firmamento se derrumbó sobre mis flancos
en un demorado estropicio de galerón de fierros retorcidos
por un terremoto interminable, ensordecedor.
Un terremoto de pavor que arrastrara consigo clavos, columnas,
recuerdos de generaciones enteras, árboles, capiteles, lagos,
lomeríos pelones, redes de cable, a la Virgen del Rosario y el horizonte.
Y desde entonces no hay manera de que amanezca
sobre mi osamenta exhausta, señor.
Life is entertainment
Banalizados los tiempos sagrados de la siembra,
el sueño, el trabajo.
Banalizados los ritos de paso de las edades,
banalizados los cuerpos, los sentimientos.
Banalizados y puestos en exhibición para su venta
el amor, la amistad.
Profanados los templos donde se rinde culto a la vida:
un desconocido, un libro, las montañas, la mar, el silencio.
Dinero y sólo dinero vale tu existencia,
y poco o nada importa cómo te lo hayas procurado.
Déjate ver mientras lo gastas.
No basta con tener para ser: ser es consumir.
Consume de todo.
Todo es relativo.
Sólo tienes una vida, no la desperdicies en dudar.
Consume. La oferta no tiene fin.
Diseña tu vida. Invéntate y reinvéntate.
No esperes más milagros que los que puedas pagar.
Life is fashion
I
Dioses de diseño, hechos a la medida de cada miseria personal ?dios mickey mouse, dios peter pan, dios rambo? y sus reinos son disneylandia o un centro comercial.
Dios gurú, dios chamán. Y tu mundo es una colección de recetas para ser feliz.
Dios mafiosillo y tahúr, satisfactor de todos tus deseos y más, a cambio de un alma en diezmos que no podrás negarle.
Dios banquero, que te vende el paraíso en rigurosas mensualidades. Dios cruzado g-i-joe, que te manda a pelear sus guerras.
Dios psicotrópico, y tu mundo es mullido, aterciopelado, de tonos tenues y poblado de seres felices.
Dios automóvil, el vientre protector, la vulva complaciente, pinga imbatible de doscientos cincuenta caballos de poder.
Dios hotel cinco estrellas, dios impunidad, dios transa.
II
Parejas, matrimonios de marca, amantes a la medida, divorcios de diseño. Y cada nueva relación es acompañada de declaraciones mediáticas al estilo de los famosos de la farándula.
Aunque toda tu audiencia sea unos pocos amigos, un teléfono, un par de redes sociales, y el deseo de que haya muchos morbosos conectados, urgidos de enterarse y de inventarte chismes.
«De lo que se trata es de tener una imagen que vender. Si no, ¿por qué crees que Cristo dedicó tanto tiempo a hacer milagros? Pura promoción. Tenía que vendernos su imagen, encontrar el nicho mediático en que colocar su marca para luego anunciarnos su producto, que es el Reino de los Cielos. Eso es marketing, lo demás son pendejadas».
Bautismos y primeras comuniones de marca para chicos de diseño.
De diseño el cura, el pastor, el trajecito, el templo. De diseño los padrinos, las tarjetas de invitación. De diseño el agua bendita. De diseño la fiesta.
Colegios, universidades, burdeles, funerarias de marca.
«Debemos asumir profesionalmente que la nueva educación participa de un concepto contractual entre un cliente que requiere un servicio y un servidor que se lo provee desde una experticia dirigida por las necesidades del mercado laboral: industria, comercio, servicios».
«Despídete en grande. Funeraria Royal Resurrection, la mejor manera de llegar al cielo precedido por la fama. Para tu último evento, te ofrecemos capillas VIP, hermosas weep-leaders de minifalda y pompones negros, discursos, obituarios de diseño y, por supuesto, tu comida, tu bebida y tu música favoritas. Funeraria Royal Resurrection. Deja que en el cielo se enteren quién se instala hoy de huésped con privilegios».
Tetas, narices, nalgas, cabelleras, labios, juventudes de marca y diseños exclusivos.
Para compensar traumas infantiles, elevar autoestimas en déficit por divorcio, cuernos, desdén, frigidez o impotencia.
O por la comprobación de que tu hija crece inexorable, la desconsiderada puta, y sus pretendientes te llaman señora y se ríen por lo bajo al ver tus pantalones tronconeros y tu patética soltura juvenil.
Alargamientos, encogimientos, recogimientos, corregimientos, remozamientos, apretamientos, injertos, liposucciones.
Para torcerle la mano a Natura y echar en reversa las prisas del Tiempo: protesta activa de consumidor del gran mercado del mundo contra las chapucerías de Dios.
(De San Rodablás el deshabitado)
I.
Atrás quedan las ruinas de Troya en llamas.
Ulises ata una cabuya al palo del trinquete.
Da la orden al piloto. El piloto suelta amarras.
El viento hincha las velas.
La nave parte con el ímpetu de un potro rampante.
Naves hermanas la siguen.
Buscan el rumbo de casa.
El viento las empuja bajo el hechizo
de una buena fortuna que tardará en llegar.
Ese viento es la poesía.
II.
Los ojos de la chiquilla convocan el aire
bajo el auspicio de tambores y metales
Sus pies arremolinan el aire
y lo hacen subir alrededor de su cuerpo.
Vuelo de velos, faldas rojas, celestes, oro.
Vuelan sus manos
y con ellas todos los pájaros de Oriente.
Salvaje la cabellera
convoca oasis, palmeras, racimos de dátiles.
Así nació el viento al mundo.
III.
El viento impetuoso, hiriente.
El viento frío de los acantilados.
El viento del mar del norte.
Ese viento que sin piedad vuelca las barcas,
aceptó dormir en el cuenco dulce de tus manos,
pequeña hechicera.
En ellas lo arrullaría la seda de tu sol.
Y el viejo guerrero siempre lo supo.
IV.
Si el oficial de aduanas te dice:
Esta nube aborrascada
No se parece a tu mandíbula.
Este árbol desgarrado no es tu ceja.
Si en la puerta de la fiesta el anfitrión te dice:
No tienes lugar aquí dentro,
traes sal de piedra y briznas de sol en las solapas.
Si el médico duda:
Esta invasión de sotanas negras envaradas en la costa
no pueden ser los pálpitos de tu pecho.
No te preocupes.
Si te cuestionan:
Este cielo hecho girones
no se parece a tus ojos.
Este niño decrépito embarrado de todos los lodos
no tiene tu edad.
No te arredres.
Responde: sí, soy yo.
Mi nombre es viento.
(De Cuaderno de viento)