ACOTACION NECESARIA
Para curarme de ignorarte, para abandonar esa obsesión
de golpear mi alma contra el olvido, insisto
en tu descripción.
Eres una novela de folletín escrita para ser cobrada
por entregas, con capítulos alternos de realismo
y surrealismo; con carátula erótica de Miguel Ángel Orellana
y contraportada feyista de Antonio Bonilla.
Tu diminuta geografía, víctima de legiones melancólicas
y batallas infinitas, yace moribunda entre millares de páginas,
desnuda y trémula,
trémula y desnuda,
como sirena sorprendida por mareas rojas y redes pesqueras,
orlada de bosques moribundos y ríos casi extintos.
Por momentos, surges con visos de comedia, pero lloras;
o apareces con los lúgubres trazos del drama, pero ríes.
Eres una amalgama milagrosa, la patria prometida, mi santuario
a cuyos templos acude el tiempo sediento e indetenible.
Ahí por igual se arrodillan y confunden energúmenos y duendes,
quijotas y quijotes que por no morir
desovan futuro sobre los famélicos días
mientras
suenan al unísono los tambores de guerra allende los mares
y tiemblan los templos, las plegarias y los duelos
que ya quisiera cargar en mi bolsillo.
Millones de pájaros inopinados trazan la ruta del ciego
y el sucinto aplauso abre los ojos.
¿Por qué habremos de extraviarnos?
¿Cuál es el color de la sed que nos impele?
¡Oh país, cáscara amarga para curar mi desánimo!
¡Oh patria, estamos naciendo en algún lugar, pero
por favor, no se lo digas a nadie!
INVENTARIO DEL OLVIDO
No sé, pero al salir de la catacumba donde la luz me anima
y me habita,
algo he dejado olvidado.
Traigo la sensación de que al salir súbitamente
algo mío quedó prendido en las paredes,
en el jardín mínimo de los colibríes,
en la mampara donde cuelgan en perpetua alegría: el capirucho,
las flautas vírgenes, los sombreros, el tecomate,
las plumas, mis señales.
Traigo una ausencia en mí que no puedo explicarme.
Quizás, es mi vieja calavera que otea desde la madrugada
mi afán de no morir inédito de rebeldía
en este tiempo sucesivo.
O a lo mejor, es ese teponahuaste milenario y melancólico
de melodías prehispánicas.
No sé, pero algo puto mío he dejado.
Debe ser ese retablo donde están mis obsidianas, mi arcilla fechada
con numeración maya: mi oficio de brujo,
o la sombra de mi facha inconclusa
de pequeño diosecillo onicófago sin cofradía.
Pero no.
Todo se vino conmigo.
Es más, aquí en mi templo ceremonial, en esta carne
que nunca será de buitres,
están tatuados esos nombres que día a día me inventan el camino.
¡Estoy completo! ¡Y esta mi soledad, ahora lo sabe!
PORQUE TE ESTOY MIRANDO
De algo uno tiene que agarrarse
para que la esperanza
no se nos vaya de bruces,
puede bastar una flor, un lampo
una luciérnaga,
una canción de Roberta Flack, lo que sea:
la esperanza no sabe de cosas de mundo
cuando se nos mete en la camisa.
De algo uno tiene que agarrarse
para no hundirse,
para no sucumbir,
para seguir bogando o mantener el vuelo.
En ocasiones, para asirse
es oportuno el durísimo golpe de la memoria,
el trémulo batir de unas alas infantiles
o acaso una caricia inventada en el iluso tranvía de la nostalgia.
Me retracto: la nostalgia sólo es un tímido sustantivo,
transitorio y volátil
que palidece y huye cuando caen los estertores,
y yo hablo de esencias, de musgo y presencia perenne,
hablo de asirse de algo más que un efímero suspiro.
De algo uno tiene que agarrarse para seguir adelante,
de algo.
Yo solamente me agarré de tu mirada y sigo de pie.
ELOGIO A LA MEMORIA
A Monseñor Óscar A. Romero
¿Cuánto tiempo hace que dejamos de vernos?
Y ya ves, esta ciudad ya no es la misma, ya no es aquella
que en nuestras pupilas taciturnas dibujábamos
con sus angostas calles extasiadas de arboledas
o que dormían plácidamente bajo la tranquilidad de los semáforos.
La floresta aquella donde tú y yo inventamos el primer amor, ya no existe,
paradójicamente
cayeron también los alegres árboles
con sus ramajes en alto como pidiendo clemencia,
y los pájaros con sus nidos a la espalda emigraron
quién sabe adónde –porque eso sí, nadie sabe adónde fueron los pájaros–;
se marcharon, se fueron simplemente
con el último estertor de los mesones del barrio,
se fueron quizás
a compartir su congoja con las frías estatuas de los parques capitalinos
o se tomaron por asalto los campanarios
para graznar en cada marzo un responso por el obispo martirizado.
Aquella calle que caminábamos juntos, de súbito
se trocó en una alameda sin álamos
y sobre ella, ahora
pastan salvajes armazones metálicas donde bulle el asalto
y brillan los puñales a la luz del día
o estallan casquillos y pólvora mientras rueda un corazón
y la resignación se agolpa en las gargantas.
Te digo que este país ya no es el mismo, aquel
donde vivimos el asalto al delirio, el miedo al deseo,
cuando tus sueños y los míos se hundieron almibarados
en los ojos azules de una muchacha que sonreía
mirando de reojo mis zapatos abiertos de tanta lluvia.
¿Cuánto tiempo hará eso? ¿No lo recuerdas?
Hoy lo sé: el tiempo es un fantasma que ya no asusta,
el tiempo es la imagen del país que mora en la memoria,
y para ti y para mí, el tiempo es
esta fiera que no admite mansedumbre
y que se alza cada día ante la palidez del asco.
¡Oh sombra mía, poesía!
¡Gracias por quedarte conmigo, en el buen lado!
REITERACIÓN
Estoy en lo que hablamos la última vez,
estoy
en eso de seguir andando y negarme al cansancio;
en eso
de encontrarme en otros ojos, en esos
que no brillan con el filo de las serenatas
y que ignoran el loco amor que les profeso, en aquellos
que acaso se secaron en su llanto
y amanecieron hirsutos bajo el cadáver de la esperanza.
Es decir, estoy en eso
de no doblar mi afán por un mañana distinto
para guardarlo luego en la bodega de las frustraciones,
ahí donde van a parar los fallidos amores,
ahí donde se cubren con detritus las paranoicas proclamas
y se esconden con devoción las truncas banderas.
Por eso, de vez en cuando,
–y esto no es un simple decir–
salgo a padecer de humanidad, salgo
a empaparme de mí mismo
para sucumbir a solas de intemperie violenta.
Salgo, salgo, salgo, me voy de mí mismo,
para purgarme de polillas y letra muerta
y regresar a mi templo, así como lo quiero: liberado
de fantasmagorías y parafernalias.
Como verás,
estoy en lo que hablamos la última vez:
sigo siendo el mismo.
PALABRAS PARA UN NIÑO LLAMADO LEONARDO
Cuando se nace en mayo, Leonardo,
uno viene destinado a las flores, pero antes, a las espinas.
Ahí aprendemos a ser pequeños diosecillos, malcriados
y amorosos: ¡somos felices!
aunque para demostrarlo nunca cantemos victoria.
Y te cuento: hay placeres como eso de tocar los materiales
con que se hacen la guerra y la paz, moldearlos, vivirlos,
y quedarse con el sabor de no haber tocado nada.
¡El silencio siempre es grande!
O bien, sentarse en cualquier lugar de San Salvador
–tú también puedes hacerlo en Bahía–
y mirar el mar herido por una tarde de gritos anaranjados
y después sentirte solitario, recostado sobre la nada.
Pero también podrás sentir, si así lo deseas,
una columna de pájaros deseando ser piedras
o una bandada de piedras deseosas de convertirse en pan.
Y nada será posible.
Y todo será posible.
Entonces sabrás que el amor se lleva en el bolsillo
–cóncavo o pletórico–
y que gracias a ese ardid
las estrellas siempre estarán ansiosas de nuestras manos.
Y las llegaremos a tocar. Lo sé.
Lo que ignoro es ¡cuánto dolor merece ese vuelo!
PETICIONES
Pido una ventana estrecha uniéndose al cielo
con sus persianas ondeando
como banderas pacíficas, creíbles,
libres de toda truncia;
pido un hueco de manos para mi cansancio vespertino
donde quepa completa mi soledad,
donde quepa sin límites mi vieja obstinación
de vivir partido en dos
y un viento fuerte sembrado de leves golondrinas, pido.
Como pueden ver, no he pedido mucho todavía, no.
Pero pido también
mi libertad condicional para asaltar este tiempo
que se tiende frente a nuestros ojos,
abominable
como una estela de cadáveres
o de bultos humanos o carne fofa sangrada
sin cauces y sin rumbos.
Pido una tierra nueva con góndolas absurdas,
inusitadas
transitando la lluvia y el viento de un cielo escampado
que vayan y vengan de aquí y allá
con su cargamento de risas ungiendo niñas y niños,
desarticulando reyertas,
inoculando besos, piñatas,
entendimientos.
Pido el resto de mi vida con una mujer
que sepa penetrar mi llanto
y que se arrope pulcra con mis días famélicos
orgullosamente bella de amar. Clamo, sí
por esa mujer a la estatura de todos los poderes,
paralela a la sombra de todos los hombres,
equitativa en la balanza de todas las miradas
o en el fuego fulmíneo del calendario sucesivo.
Como verán, y como se darán cuenta
ya he pedido algo y no estoy satisfecho.
Pido más.
quiero la devolución de mis hijos y el amor
de ellos robado a mansalva, quiero
nombrar las cosas de distinta manera,
inventar la libertad deslizándose entre las olas
como peces fugaces o agua sucinta que se niega
a reposar en las ánforas de unos pocos.
Quiero pedir más, lo quiero, para darme por satisfecho.
Pido tus manos diáfanas como esta mañana de agosto
que se desplaza centrífuga hacia la tarde;
pido mi derecho a tener derechos
como relámpagos sorprendidos en la negación
de sentirse cautivos de la penumbra;
pido, pido, ¿y por qué no?:
mirar a la luna desde el ángulo más preciso
para que su luz hacia mis ojos
disparada sea.
Pido, pidan, pidamos
o todos pueden creer que esta bazofia social
está cercana al paraíso.
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