A la sombra
DE la orilla del día has aflorado
y creces en ramajes y sostienes
la inmensidad del aire y distribuyes
cementerio de estrellas por el cielo.
El párpado del día eres tú, Sombra:
vencedora sutil, derrumbadora
de cuerpos diferentes que en la tierra
de cuerpos diferentes que en la tierra
crecen y sostiénense, embriagados
con tu licor oscuro que encadena.
Guardiana del amor, encubridora
de la pasión que erige sus dominios
en los altos picachos, en los valles,
en el dormido campo y en los ruidos
de la ciudad que sus placeres labra.
Oh, Sombra: tú conduces el deseo
por el ancho sendero que defiendes
con tu atmósfera suave, alucinante.
Los claroscuros tuyos, tus penumbras,
son la simiente donde el sueño gesta
su locura y delirio, su grandeza.
En ese propio mundo que edificas
el hombre es el obrero de la noche,
el labrador que inteligencia siembra
y cosecha de estrellas se le viene
del hondo cielo por su sueño arado.
Sombra, mi partidaria: tú has sabido
que mis duros deseos ya maduran,
que los ríos de sangre no detienen
sino que impulsan, ávidos, su rumbo
cuando tus voces ebrias les rodean.
Sombra: hermana mayor, cautivadora,
amiga de la sed y como ella
insaciable en el cruce de la aurora:
por ti dolida ya mi voz reclama
su alimento de sueños y deseo.
ARDER ES SU DESTINO Y SU COSTUMBRE
CUERPO moreno el tuyo, repujado
donde late el misterio de lo eterno:
de sus oleajes salgo renovado.
Qué candor estallando por lo tierno
de su gimiente seno constelado
donde la sed adolorida externo.
Tu cabellera, Amor, su sombra larga
era oscura bandera que caía
sobre mi frente con su dulce carga.
Una atmósfera rara descendía:
perfume y luz y música que embarga
la esencia de la fértil poesía.
Porque tu amor, querida, es una huella
que hasta en el corazón dejó su herida:
herida que yo adoro, porque es ella
La que mi sueño puebla. No perdida
la lumbre alucinada de tu estrella,
sino destellante en medio de la vida.
Mi sangre de tu ritmo impregnada
y eres el aire que mejor respiro:
cuando no estás, la realidad es nada.
Vacío, desazón. Si no te miro
el mundo es una rosa deshojada,
niebla amarga y desierto en que deliro.
En cambio, tu figura me electriza:
la fuerza, el sentimiento que en ti emana
abre todo minuto y lo eterniza.
El pensamiento a tu contacto mana
desnuda inteligencia en donde se iza
esete fuego voraz que nos hermana.
Porque tu cuerpo, Amor, es una lumbre
que a mi ceniza la tornó diamante:
arder es su destino y su costumbre.
A tu lado lo eterno es un instante,
un chispazo de luz sin mansedumbre,
fugitiva presencia avasallante.
¡En ti la soledad es muchedumbre!
ÁNGEL Y DESEO
El deseo es un ángel ignorado
en el hombre latente, sumergido:
desde lo más remoto nos contiene
sin saber que camina en nuestra sangre
y late en lo más puro, transparente.
Gobierna la existencia, es algo antiguo
como el mundo y Adán, como la muerte:
tal el vino se vierte en nuestra vida
y agítala y sostiene, alucinado.
Por el deseo existo:
me alimenta su densa, suave sombra
tal la noche devora lo innombrable.
Por él yo sé que vivo y agonizo
en un mundo violento que destruye
la forma de las cosas y su esencia.
En las olas altivas del deseo,
allí encuéntrome herido, abandonado:
desfallezco de sueño, tal un río
que muy lento en la mar halló la muerte.
El deseo me duele dulcemente
tal un fruto maduro que cayera
en la desnuda tarde
ante el asombro quieto de los días:
por él consciencia tengo de la muerte
que nútreme y devora
para dejarme solo y liberado
en un tiempo de espejo y desengaño.
En su marea duerme
un alto afán humano desflorado;
con él, por él gozosos
en la simple agonía verdadera,
columbrados un claro mediodía
que sostiene la sed y la defiende.
Hay un ángel oscuro que despierto
en ti agita su afán de tacto ciego:
vigila la existencia, el paso mío:
nutre el ansia total, lo ya absoluto
del árbol y la rosa inexplorados
que muy dentro llevamos, tal un sueño.
Deseo, Ángel total, Luzbel desnudo:
descubro en mí tu mundo de esplendor
y a la muerte detengo conmovido.