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Poemas de Raúl Leiva

A la sombra

DE la orilla del día has aflorado

y creces en ramajes y sostienes

la inmensidad del aire y distribuyes

cementerio de estrellas por el cielo.

El párpado del día eres tú, Sombra:

vencedora sutil, derrumbadora

de cuerpos diferentes que en la tierra

de cuerpos diferentes que en la tierra

crecen y sostiénense, embriagados

con tu licor oscuro que encadena.

Guardiana del amor, encubridora

de la pasión que erige sus dominios

en los altos picachos, en los valles,

en el dormido campo y en los ruidos

de la ciudad que sus placeres labra.

Oh, Sombra: tú conduces el deseo

por el ancho sendero que defiendes

con tu atmósfera suave, alucinante.

Los claroscuros tuyos, tus penumbras,

son la simiente donde el sueño gesta

su locura y delirio, su grandeza.

En ese propio mundo que edificas

el hombre es el obrero de la noche,

el labrador que inteligencia siembra

y cosecha de estrellas se le viene

del hondo cielo por su sueño arado.

Sombra, mi partidaria: tú has sabido

que mis duros deseos ya maduran,

que los ríos de sangre no detienen

sino que impulsan, ávidos, su rumbo

cuando tus voces ebrias les rodean.

Sombra: hermana mayor, cautivadora,

amiga de la sed y como ella

insaciable en el cruce de la aurora:

por ti dolida ya mi voz reclama

su alimento de sueños y deseo.

 

ARDER ES SU DESTINO Y SU COSTUMBRE

CUERPO moreno el tuyo, repujado

donde late el misterio de lo eterno:

de sus oleajes salgo renovado.

Qué candor estallando por lo tierno

de su gimiente seno constelado

donde la sed adolorida externo.

Tu cabellera, Amor, su sombra larga

era oscura bandera que caía

sobre mi frente con su dulce carga.

Una atmósfera rara descendía:

perfume y luz y música que embarga

la esencia de la fértil poesía.

Porque tu amor, querida, es una huella

que hasta en el corazón dejó su herida:

herida que yo adoro, porque es ella

La que mi sueño puebla. No perdida

la lumbre alucinada de tu estrella,

sino destellante en medio de la vida.

Mi sangre de tu ritmo impregnada

y eres el aire que mejor respiro:

cuando no estás, la realidad es nada.

Vacío, desazón. Si no te miro

el mundo es una rosa deshojada,

niebla amarga y desierto en que deliro.

En cambio, tu figura me electriza:

la fuerza, el sentimiento que en ti emana

abre todo minuto y lo eterniza.

El pensamiento a tu contacto mana

desnuda inteligencia en donde se iza

esete fuego voraz que nos hermana.

Porque tu cuerpo, Amor, es una lumbre

que a mi ceniza la tornó diamante:

arder es su destino y su costumbre.

A tu lado lo eterno es un instante,

un chispazo de luz sin mansedumbre,

fugitiva presencia avasallante.

¡En ti la soledad es muchedumbre!

 

ÁNGEL Y DESEO

El deseo es un ángel ignorado

en el hombre latente, sumergido:

desde lo más remoto nos contiene

sin saber que camina en nuestra sangre

y late en lo más puro, transparente.

Gobierna la existencia, es algo antiguo

como el mundo y Adán, como la muerte:

tal el vino se vierte en nuestra vida

y agítala y sostiene, alucinado.

Por el deseo existo:

me alimenta su densa, suave sombra

tal la noche devora lo innombrable.

Por él yo sé que vivo y agonizo

en un mundo violento que destruye

la forma de las cosas y su esencia.

En las olas altivas del deseo,

allí encuéntrome herido, abandonado:

desfallezco de sueño, tal un río

que muy lento en la mar halló la muerte.

El deseo me duele dulcemente

tal un fruto maduro que cayera

en la desnuda tarde

ante el asombro quieto de los días:

por él consciencia tengo de la muerte

que nútreme y devora

para dejarme solo y liberado

en un tiempo de espejo y desengaño.

En su marea duerme

un alto afán humano desflorado;

con él, por él gozosos

en la simple agonía verdadera,

columbrados un claro mediodía

que sostiene la sed y la defiende.

Hay un ángel oscuro que despierto

en ti agita su afán de tacto ciego:

vigila la existencia, el paso mío:

nutre el ansia total, lo ya absoluto

del árbol y la rosa inexplorados

que muy dentro llevamos, tal un sueño.

Deseo, Ángel total, Luzbel desnudo:

descubro en mí tu mundo de esplendor

y a la muerte detengo conmovido.

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