POESÍA
Antígona Katsadima
Los achipilados
Tras no poder ayudar desde el piso, toca la puerta
el gato mojado llamado remordimiento;
estamos entre papeles y ruinas de viajes antiguos,
no podemos asistir a ninguna fiesta hoy,
ni coger el metro para ver a nuestros hermanos.
Desde cuando los pies se hundían en un fondo de algas,
ese sentimiento idéntico de perder el equilibrio
me susurra que el mecánico se ha ido de viaje sin vuelta
en vez de nosotros achipilados,
ubicados en una casa sola y en el presente,
sin poder cambiar coordenadas.
La fábrica de letras se disturba por el chillido
del ascensor antiguo al lado de la puerta,
pero el corazón tiene mucho espacio,
corredores, aulas, cuartos.
En este momento se conecta con el pasado
de las raíces y la casa de las esperanzas despiertas.
No es lírico sino real poder abrazar
el momento en que viajas hacia aquel abrazo
de tus padres y sus rostros unidos.
El conductor
El conductor no tenía amigos,
los viajeros no lo miraban de verdad,
a lo mejor pensaban que habían comprado
un autocar con un pájaro feliz.
Este autocar tenía que ser mágico
como su ánimo de vacaciones.
Pero, el conductor empezaba cada día
a trabajar desde las ocho de la mañana,
contestaba a las preguntas del pájaro,
conducía con cautela,
hacía lo que era lo suyo sin que la gente
se lo reconociera.
Un día el autocar se estropeó y él ha hecho
lo suyo otra vez.
De repente todos comentaron cuánto se lo había
costado, que su trabajo era tan cadencioso.
De allí en adelante, el conductor no iba de noche
a la playa para que se perdiera en la pleamar.
El contacto con los ojos era lo suficiente para él,
las alas del pájaro no se perdían de su vista.
El auriga y los pájaros
El desmayo vino contra la ráfaga del viento
como plegaria de sus pájaros pequeños
que volaban alto.
Yo estaba entre la muchedumbre, sudada,
tras haber subido los peldaños
de la piedra antigua.
En un suspiro, el universo me giró la cabeza
hacia lo esencial,
las rocas que respiraban hondo la belleza de existir.
El viaje había llegado a ser personal sin vocerío ni abejas.
La montaña fue alta como el ciprés
en el que me fijaba con mis cinco años,
era nido de sol y lluvia.
Al cerrar mis ojos, con las piernas puestas en alto,
mi preocupación después de que me acordara de mi infancia,
era poder seguir adelante como un auriga decidido
pese al aire sofocante y los peldaños gruesos.
Pasaron unos segundos.
La mirada tenía que empezar otra vez.
El aliento sopló un globo de emociones
desde mi corazón hacia el aire de la estatua suprema.
En este momento, las culturas se juntaron,
tras vivir el desmayo como un renacimiento en esa tierra ajena,
adonde la madurez cantó su experiencia.
El auriga y los pájaros
tenían que vivir un instante juntos,
sin los comentos de los que siempre pagaban
para no entender nada.
Atenas, Enero 2021
Los sin techo
Homenaje a los poetas de la calle
Poema premiado por la Fundación Andrés Barbosa Vivas, de Bogotá, Colombia
Quisiéramos alcanzar aquellas manzanas entre el cielo y la calle
pero una mirada encarnada hacia los otros hizo que los álamos
nos silbasen: Lo íntimo es la calle…
Volvimos así a la época de las búsquedas planetarias
en que las nubes al azar se despejaban la propia pregunta
¿Quién es esta mirada insistente?, como el placer
de la derrota y de Baudelaire se iba por la calle al igual que
para mis adentros.
Yo soy nosotros y nosotros somos yo,
no hay que ir muy lejos para husmear a los malditos
que no lograron éxitos ´´all inclusive´´ con piscinas privadas;
nada más que mirarnos así por nuevos que siguen andando
y pasando por álamos y tertulias llegando lejos al aire libre.
Quisiéramos aquellas manzanas en medio del horizonte vacío
como si fueran el arte y René Magritte por encima del todo
pero es que aquí estamos los sin techo o los con calle
andando y silbando y pasando por la pregunta íntima
para cada uno de nosotros: ¿Quién es esta mirada?
Me quedaré con el cuerpo lleno de música, de Rubén Darío,
soñando con la Sinfonía en gris mayor mientras el camino
por la calle del poeta en Palma de Mallorca alimente el sueño
teatr(e)al sobre lo concebido que dé a un ámbar nocturno;
a la luna menguante o sonriente, colchón de cada poeta
después de haber arrullado su silencio callejeando como si fuera Εl Οtro.
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