Fabio Castillo Hernández es poeta y gestor cultural. Miembro de la muestra poética contemporánea de la ciudad de Comayagua. Miembro co-fundador del movimiento literario “Lienzo breve”, salve organización de poetas comayagüenses. Participante en el festival de poesía de Islas Caimán, sus trabajos han sido publicados en revistas de México, EEUU e Italia, siendo traducidos al inglés e italiano.
Ha publicado: «Sociedad anónima». Antología, 1er festival del poeta inédito (2007); «La monarquía de los perros», poemario (Goblin Editores 2014); «Tratado de poesía Mesoamericana HondurasMéxico» (Goblin editores 2014) y «Antología de Poesía Hispanoamericana» (2015)
La lluvia
bajo tierra
Me asomo a la ventana.
Veo agujas rotas
que caen como espadas
y hieren el vidrio de la tarde.
El petricor huele a cansancio,
la tierra se esconde como caracol,
el agua se desliza en el vientre del aire.
La soledad se duplica
para acompañar a la lluvia
y mi cama es un puerto desolado
donde tu recuerdo encalla
en cada tormenta,
en cada grito.
Llueve,
y me inundo de miedo.
Llueve
y veo a los perros
cantar tu nombre.
Llueve
y te hacés agua en mi boca.
Ayer
A mi amigo Fabio Pacheco
Hoy entendí
que esta vida es un puño de sílabas
que se pronuncian en una sola muerte.
Que las distancias son lanzas de humo
que se desvanecen en el calendario.
Que los amigos no vuelven,
porque nunca se van.
Que el recuerdo,
el momento preciso
el instante oportuno
no nace.
Ya estaba ahí.
Evidencia
Hoy es el día en que sentimos
que la sangre se congela
en la punta de las horas.
Que el viento baja la voz
y susurra un canto de guerra
en las manos de los valientes.
Hoy sentimos como el aliento
del mentiroso se pudre
y se estrella en el concreto
mientras el sol le disuelve las palabras.
Vemos como el hambre
no es la ausencia de pan
mas bien la abundancia de vida
que se nos quiere cerrar en un discurso
que fracasa,
porque somos la evidencia
de la historia
que ya casi, casi
devora los hijos de las hienas
y los hace víctimas de sus propias cargajadas.
Tarot
Besé los arlequines
en el dorso de tus manos.
Una suerte de escalofrío
danzó en mis vértebras
y me recordó
que tus labios y la muerte
producen la misma sensación.
Tiananmen
La plaza de los gritos perdidos
Los reyes sintieron que el fuego
aruñaba la madrugada
y decidieron aplacarlo
con lágrimas de pólvora.
Eran las antorchas de Hu Yaobang
que lamían la indiferencia de las bestias
en medio de la noche.
Los cuervos arrancaron -ese día-
todos los tatuajes del cielo
y los esparcieron en el mar Amarillo.
Los gritos eran piedras
que se estrellaban contra el olvido
y volvían a las manos de los niños
convertidos en navajas.
Aún siento la sangre en el viento
que desnuda a tu pueblo
y pienso en el mío
(los tanques son rinocerontes de barro
moldeados a la medida del odio).
Hace tiempo
Hace mucho conocí
a una mujer
que colgaba su piel
en el viento
para que la brisa
de la mañana me despertara
con su aroma.
Hace mucho la conocí.
Vi como
acomodaba los días
delante de mis pasos
y me hacia
una alfombra
con las hojas del otoño.
Hace mucho la conocí.
Era mi madre.
La casa de mis padres
Esta casa es un espacio pequeño.
Donde danza un ruido desvelado y helechos que se codean con el viento.
La casa de mis padres es un reducto
donde las mariposas
escriben el tiempo en sus alas
porque las horas germinan en sus estambres.
Ese sitio es verde.
Tiene olor a madera y forma de bellota adormecida.
Una niebla te eleva sobre la espalda de los pinos y el sol,
ese sol que se me ausenta
canta historias amarillas en cada sonrisa
que ilumina el corredor.
En esta casa te encontrás a mi padre
conversando con sus libros,
reparando el filo de una nube que cayó en el tejado
o emergiendo de su interminable mundo
donde se es niño cada vez que se quiere.
En este pequeño espacio donde todo conspira
para que la felicidad te deje sin nombre
existe mi madre,
que remienda un buen recuerdo
a la camisa del tiempo
o prepara en su cocina
el siguiente bocado que espante mis miedos.
En la casa de mis padres hay cuartos de visita,
para que las huellas del alma descansen
aunque sea solo por una noche,
hay árboles y flores que simulan
perdonar a sus enemigos.
Hay muchas ventanas
por donde marcha un aire desnudo
para que los pulmones de los más pequeños
se llenen de grandezas.
Es en esta casa,
la de mis padres,
donde vuelvo la mirada al horizonte
y abrazo los puentes de mi infancia.