Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Hacia finales de los años 70, en la librería Cultural Salvadoreña (la famosa librería de don Kurt, ubicada en el San Salvador de ayer), adquirí en una realización de volúmenes, una revista que llamó poderosamente mi atención por su diseño novedoso y por sus contenidos. Tenía ese sabor de lo artesanal, tan cálido, tan vívido, tan cercano. La publicación se llamaba TEKIJ (sonoro pez del bosque), y su responsable más emblemático era el profesor y poeta José Roberto Monterrosa (San Vicente, 1945).
Tiempo después, TEKIJ, inspiró al periódico estudiantil «El Cervantino». Medio impreso que tuve el privilegio de dirigir en mis últimos años de bachillerato, entre 1982 y 1983. Y fue precisamente en 1983, cuando conocí a Roberto, quien a la sazón era el director de la legendaria Casa de la Cultura de Zacatecoluca, y además editor, junto a David Baños Ordoñez, Miguel Ángel Guevara y Manuel Amílcar Carranza de «Casa de los Cantos», una extraordinaria revista donde colaboraban pintores y escritores, entre los que recuerdo a Antonio Bonilla, Julio Hernández Alemán, Ricardo Castrorrivas, Alfonso Velis, Julio Henríquez, Ulises Masís, Ricardo Lindo, Joaquín Meza, Miguel Ángel Chinchilla, Mario Noel Rodríguez y otros.
A inicios de los años setenta, Roberto, integró el grupo artístico-cultural «La Masacuata», que también tuvo su revista. Por otra parte, el paso de Roberto, por la Dirección de Publicaciones del país, aunque breve, fue muy exitoso. En esa época, la revista CULTURA se relanzó como NUEVA CULTURA. Apareció la colección TEJIK, que incluyó títulos como la antología de jóvenes poetas, titulada: «Las cabezas infinitas»; el poemario «Ceremonias lunares» de Mauricio Marquina y «Cuentos» de Alfonso Quijada Urías. Asimismo surgió la colección Nueva Palabra, destinada a la obra de los escritores noveles.
Durante esa fecunda década, desde la Dirección de Cultura, ese excepcional funcionario cultural, que fue Carlos De Sola, dio vida al proyecto de Casas de la Cultura. Roberto se desempeñó como director de la Casa de Zacatecoluca desde 1975 hasta el 2005. Su actividad fue incesante, dejando un valioso legado local y nacional.
Otro de sus logros fue mantener, incluso, durante el difícil período de la guerra civil, los Juegos Florales Salvadoreños, que llegaron a alcanzar un gran prestigio en el país. Igualmente, gracias a la colaboración de sus amigos pintores, Roberto, creó la pinacoteca «Camilo Minero», una colección plástica de gran valor.
Roberto Monterrosa, aún sin que escribiera, sería un sensible e imaginativo poeta. Su libro «Poesía pueblo», publicado hace veinte años, es un testimonio de su sentir amatorio, y de su incuestionable propensión popular. Una propensión donde siempre primó un fulgor muy libre, ajeno al corsé ideológico de muchos. Por eso, en el más estricto sentido, la obra de Roberto, ya sea plástica o literaria, es ingenua, angelical, provista del primer asombro que revela el misterioso don de la poesía.
¡Gracias, Roberto, por seguir dándonos tanta cultura! Y toda nuestra admiración, a quien, al referirse a la poesía, ha dicho: «Ternura inagotable/en la hora más triste de la vida».