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Poesía de Reynaldo Bordas

SIN TÍTULO

Este texto no debería discursear sobre ir al parque
sino sobre tu chiflido
afuera de la oficina
que mide las puertas
o el camino
El chiflido que no hace crecer flores
ni provoca celos de pájaros
pero es como colmillos que irritan mi esclavitud laboral y moral
que contrapone mi pereza de cartas correos y mensajes.
Me levanta por fin de mi silla
tiro el lápiz y apuño los ojos.
El chiflido otra vez y una manzana en la bolsa
o un cigarro o una bolsa de maní embolsado.
El chiflido de zapatero
de transportista
de jugador
de lustrador
de mandato o de imposición.
Y vayamos al parque.
Como dos bancos a quienes las coronas,
las flores, las manchas y la brisa le hacen inagotables los días.

Este poema no debería abordar sobre ir al parque
sino sobre un sonido ocurrente
un soplo más bien a través de tus labios fruncidos
la canción de dos hombres,
cuando los problemas se suben a la cabeza
cuando las simples ganas de acercarse
me hacen ceder a los golpes del teclado
entre planes e informes
el parpadeo del monitor
a la falla sísmica que se inquieta debajo de mi escritorio
y después del silbido
ir al parque a pie
ocupar una banca cálida y estacionaria
mientras los guises abren la boca de tragaluz.

DESCRIPCIÓN DE UN SIMPLE SALUDO
Te aparecés con el short arremangado
una camiseta suelta al cuerpo.
Voy a recibirte,
echás la mano a mi hombro
preguntás cómo estoy.
Limpia los rostros el viento como si quisiera sombrearnos la risa.
Es mediodía y en mi casa
hay en la mesa además de los acrílicos y la manta
un vaso con avena y dos empanadas.
Nadie puede concebir que seamos felices en esas realidades:
Dos pesos en mi bolsa,
un cigarro húmedo en la tuya
y de ganancia un mordisco en la oreja.

CUENTO DE UN PANTALÓN
Lo dejaste en la cama el día que amanecimos
bebiendo y fumando.
Lo doblo en el perchero y debería bailar con él
como las señoritas con su vestido de quinceañera .

Noto el desgaste de pretina ruedos y costuras.
Sigue siendo angosto
las mismas manchas almidonadas
las mismas marcas del planchador.
Mis brazos
deben dormir entre sus mangas formar una tijera humana.
Después prenderle fuego.
Debería usarlos o cortarme un short con estilo.
No importa,
la ropa no es culpable de cubrir su inmundicia.

PLANA DE UN HOMBRE REGALÁNDOSE AL ATARDECER

Canso en mi rostro
una amarillez decadente de fin de jornada,
de cierre de archivadores y negocios.
Tengo en mi bolso el valor de los tenis blancos que me pediste.
Pienso en el humear
del gallopinto con queso que mi Mama frió para la cena.
Vos del otro lado de la calle te morís por vagar.
Viéndome como un huérfano enfermo ve a su Papá adoptivo.

Descanso en el portón del trabajo;
con la misma ropa de hace seis años
tengo la quincena que me costó desvelos, dolores de cuello y viajes de sol.
Vos aseado
y transitoriamente piadoso con un joggers nuevo
prensándote las pantorrillas jugás con dos monedas.
Entonces vacío mi cartera de proveedor-usuario.
Darte los 500 a cambio de desquiciar dos horas
oírte decir que soy tranquilo y buena onda.
Sin embargo el bocado del hambre y la sed me hizo depositar los billetes.

Esta vez, no en tus brazos en trenza
no en un taco de billar o cajilla de cervezas.
Esta vez, el gallopinto con queso lo saborié desde hace rato.
Alimento que me mandará a dormir dignamente,
al que decentemente
vos no podrás invitar a la novia que te buscaste y anochece la visita.

REÍTE HOMBRE, LEONEL
Al poeta Guerrillero Leonel Rugama
Poeta,
no pretendo en este texto
dialogar tu juiciosa seriedad.
Únicamente imagino que estás en una plaza,
esta vez no como monumento brillante y enflorado
Sino vivo. Con la boca extensa
las cejas en formalidad
ancha la montura de tus anteojos
que facilita ver a las palomas en su mañana amarillenta.
Reíte, Leonel, mientras enrollás el hilo para la lechuza
corré por el parque mordiéndote el labio,
que no reviente el aire la manila.
Mojá tu cara en la fuente
comprá algodón de diez pesos.
Hacé fila para los chinos.
Ensuciá tu camiseta.
Secate la frente en la manga.
Enamorá a las chavalas.
Caminá por los andenes
con el pantalón negro de gabardina con las manos en los bolsillos.
Ayudá levantar a la chavalita que se cayó en el subibaja.
Comprá tajadita, echale chile.
Poeta, no pretendo que esto sea una elegía.
Atardecé en la plazoleta,
comprá una pulsera.
Ojeá los libros usados de la acera.
Por fin te veo sonreír.
Después cansado regresá a tu casa
acostate en la hamaca de la cocina
comé cuajada del tapesco y charrasca.
Reíte, poeta, ya no hay huecos de tanqueta Sherman.
Lo que hay es otro muchacho como vos que escribe,

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