El valor de la palabra es algo que no se puede medir. Es tan alto y valioso el poder que tiene, tadalafil hasta el punto de ser determinante en la historia.
La palabra logra derribar dictaduras, denuncia injusticias e incluso aquel que escribe logra que su pensamiento y su nombre siga sonando aún después de muerto, mucho tiempo después. Tanto que llega a verse como inmortal.
La historia se conoce gracias a estos escritores que decidieron mostrar la realidad, lo que vieron, presenciaron o escucharon. Llegamos a conocer las civilizaciones, los tiempos, las culturas porque algunas personas se dedicaron a este humilde oficio de escribir, de plasmar lo que se ve a través de letras en papeles.
Sin embargo, existen escritores que no sólo se dedican a hablar de su tiempo y de su entorno. Autores que deciden jugarse la vida para denunciar las injusticias, defender los derechos humanos, señalar al tirano. Ante esos me inclinaré siempre.
Nuestro país tiene una tradición literaria de denuncia que comenzamos a ver con Oswaldo Escobar Velado, Pedro Geoffroy Rivas y Matilde Elena López. Estos poetas denunciaron las injusticias de la época. Tras estos la Generación Comprometida con poetas como José Roberto Cea y Roque Dalton vimos ese fuerte compromiso por mostrar lo que vivíamos. Luego en la década de 1970 nos encontramos con poetas tan consecuentes como Rafael Góchez Sosa y José María Cuéllar. Cuéllar fue un poeta con mucho compromiso y fue militante del Partido Comunista Salvadoreño y se jugó la vida.
El poeta Alex Canizales me contó que lo conoció en un mitin político. Canizales era un niño y entre la revuelta se topó con él al finalizar el evento por el acoso de los grupos represivos del gobierno en turno.
Chema Cuéllar me encantó cuando lo conocí. Me encontré en la librera su poemario Crónicas de infancia y no paré de leerlo. Recuerdo bien ese “Me importa un pyto…” tan desenfadado en su obra. Y tras conocer la historia de su vida lo llegué a admirar aún más.
Los poetas que se comprometieron con la lucha me parecen no sólo sensibles, sino valientes y dignos de admirar. No es fácil sacrificarse por otros, es un acto de grandeza. Me siento orgulloso de que Mauricio Vallejo, mi padre, es uno de ellos. Y me siento comprometido a difundir la obra de todos ellos, porque sus vidas fueron valiosas, pero también dejaron obra digna de conocerse y estudiarse.
No podemos dejar en el olvido la historia que hemos vivido, ni aquellos que se jugaron la vida escribiéndola con tanta valentía.
Mauricio Vallejo Márquez
coordinador
Suplemento Tres mil