Por Sofia Miselem/Matamoros/AFP
Una caravana de una veintena de autos, custodiados con una patrulla federal al frente y otra atrás, avanza a gran velocidad en el noreste de México por las «carreteras de la muerte», infestadas de bandas criminales que roban, secuestran y matan.
Entre los viajeros hay «paisanos», como llaman a los migrantes mexicanos en Estados Unidos, que viajan cargados de regalos para pasar Navidad con la familia.
También hay residentes locales temerosos de transitar por Tamaulipas, una región que ha sido campo de batalla de narcotraficantes y en la que se registra el mayor número de las 26.000 desapariciones del país.
Para brindar seguridad, en 2013 la policía federal lanzó el «operativo escalón» que escolta a vehículos civiles a lo largo de la temida carretera 101, que a veces cobra un aspecto fantasmal, con restaurantes y comercios desiertos o cerrados en el camino.
«Voy aquí por miedo a los problemas que hay, asaltos, violaciones, te quitan los carros, el dinero. No puedes viajar con tranquilidad, tenemos que apoyarnos en este operativo», comenta a la AFP Carlos Ortega, un jardinero de 55 años residente en Nueva Jersey, que viaja a su natal Puebla (centro) con su hija y dos amigos.
Ortega se enteró del «operativo escalón» por un folleto que le entregaron luego de cruzar la frontera desde Brownsville, Texas, como parte del programa oficial «bienvenido paisano».
Tamaulipas es cuna del cartel del Golfo, que por muchos años fue de los más poderosos de México y que reclutó a soldados de élite para convertirlos en los temidos Zetas, sus sicarios.
Pero Zetas y Golfo rompieron con una sangrienta disputa que sembró el terror y terminó por debilitar a ambos cárteles, además de que sus jefes fueron capturados o murieron en operativos militares.
Te bajan, cobran cuota
Difícil saber si los que asolan los caminos son Zetas o simples criminales que aprovechan el temor, comenta a la AFP un hombre que vive en Texas y que en su lujosa camioneta viaja frecuentemente a México.
El vehículo viene cargado de juguetes, bolsas y cajas de firmas comerciales estadounidenses. Tan solo por viajar lo han «parado» tres veces.
«Fue con armas largas, me bajaron, me iban a revisar, me pidieron mi camioneta. Venía con mi familia, le dije ‘no tengo nada en contra de ustedes, mejor te doy la cuota'», dice al asegurar que estos individuos piden entre 30 y 70 dólares al viajero.
El hombre se coloca justo detrás de la patrulla líder. Pero sigue intranquilo.
«A la hora de los trancazos, el federal que llevamos adelante no va a poder con 10 camionetas que van a robar», dice.
La caravana arranca para su trayecto de 300 km hacia la capital del estado, Ciudad Victoria, sin paradas ni siquiera para el baño. Los policías llevan prestos sus rifles de asalto.
«La velocidad de crucero es de 90km/h y la de criterio 100km/h», comenta un policía.
Pero el velocímetro raya por instantes 150km/h para devorar kilómetros de vastos cultivos. La caravana se extiende como un serpiente con poco espacio entre los carros.
Para los que se aventuran sin escolta policial, hay un «punto seguro», un paradero resguardado por policías y militares donde viajeros cargan gasolina o estiran las piernas.
El «operativo escalón» acelera cerca de San Fernando, el tramo más temido, donde en agosto de 2010 fueron masacrados por narcotraficantes 72 inmigrantes de Centroamérica, Brasil y Ecuador.
«San Fernando es lo más difícil, ahí hay secuestros, te quitan tu auto, te asaltan, mataron a migrantes», comenta Rafael Portales, de 37 años, un comerciante que compra autos estadounidenses para venderlos en México.
En ese macabro pueblo, en 2011 hallaron 193 cadáveres en fosas clandestinas. Eran de migrantes que fueron secuestrados cuando viajaban por esa carretera y luego asesinados.
Cerca de Ciudad Victoria, el conductor de la patrulla líder agita la mano por la ventana para marcar el fin del «operativo escalón».
«De aquí ya cada quien. ¡Que Dios nos bendiga!», dice el hombre de Texas que continuará a otra ciudad.
«Ya no regresaron»
En un humilde barrio de Ciudad Victoria, Carlota Hernández, de 42 años, relata que su esposo Livorio y su hijo Jorge desaparecieron junto con un vecino en agosto de 2013 cuando fueron a comprar una pieza automotriz a un «yunke», terrenos en la carretera donde vehículos son vendidos en piezas.
«Le estaban arreglando una camioneta al vecino. Se fueron al yunke, ya no regresaron», relata.
Días después de la desaparición, en una casa adonde criminales llevan a víctimas de secuestro, encontraron las pertenencias de sus familiares junto con las de otras personas.
«Detuvieron a cuatro. Me entrevisté con ellos para que me dijeran dónde están, pero dicen que no saben», recuerda con tristeza.
Jamás hubo comunicación para pedir rescate. Piensa que pudieron ser víctima de reclutamiento forzado, aunque por momentos teme lo peor.
A su lado, Guillermo Gutiérrez Riestra, quien conformó el colectivo Familiares y Amigos de Desaparecidos en Tamaulipas, sostiene que este distrito registra desde 2011 unas 11.000 personas desaparecidas, entre ellas su hija.
El ministerio del Interior afirma que en Tamaulipas hay 5.000 desaparecidos, casi la quinta parte de los casos en todo México.
«La gente no denuncia», dice Gutiérrez Riestra. «La mayoría de las desapariciones ocurren en carreteras.
Un jefe Zeta fue detenido y le encontraron 50 licencias de conducir, lo que indica que la mayoría fueron ‘levantados’ (secuestrados) en carreteras. Pueden ser traileros (camioneros), obreros, profesionistas, universitarios. También migrantes, los más maltratados», indica.