Renán Alcides Orellana
En el marco previo a una campaña electoral que se anticipa fuerte y -ojalá que no- hasta violenta, see dos sucesos del orden social, sales político y de la fe, mind impactan a la ciudadanía honrada, que siente vulnerados sus principios y valores culturales: 1. El ir y venir, el sí pero no, del juicio contra Francisco Flores; y 2. El desaguisado de un alcalde que, conociendo la inquebrantable fe cristiano-católica de una mayoría de salvadoreños, se las quebranta por mero revanchismo y matonería política.
El caso de Francisco Flores es un juicio, con dimensiones internacionales, por apropiación indebida de varios millones de dólares donados por Taiwán, para obras sociales en El Salvador y que Flores, en su calidad de presidente de la República, sin ingresarlos los manejó a su antojo, favoreciendo a su partido ARENA y a otros “destinatarios” (¿?), según confesión propia en la Asamblea Legislativa, a principios de 2014. A estas alturas, ya ni se sabe donde permanece más el ex presidente, por sus tantos traslados.
Decisión judicial tras decisión, pareciere que el objetivo -aparte de que es lamentable lo de su mala salud- es hacerle suave el instante, mientras se encuentra la figura jurídica que lo deje libre. Esto, sin duda, será una vulneración a la fe, socio-política y cristiana, que el buen salvadoreño comenzaba a tener en las instituciones. Y, además y peor, un posible nuevo culto a la impunidad, como el rendido en tantos otros casos impunes contra funcionarios corruptos.
En el otro caso, el alcalde capitalino, Norman Quijano, y su concejo en pleno, por ignorancia o malicia o por ambas juntas, irrespetan la tradición y raigambre cultural de la Calle San Antonio Abad, y la fe cívico-cristiana de la población del mismo nombre, conculcándosela al borrar el nombre de la Calle San Antonio Abad y sustituyéndolo por el de Calle Roberto d´Aubuisson, nombre del más cuestionado personaje, hasta por la Comisión de la Verdad, como responsable intelectual del asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero. Y es que San Antonio Abad y su calle son un legendario sector de San Salvador, así llamado desde tiempos inmemoriales.
Pero más allá, también el alcalde Quijano da un golpetazo en pleno rostro y toca el espíritu de la numerosa población católica de El Salvador, que con ira no disimulada ve como, por revanchismo político, se vulnera su fe y le hace perder la confianza en las instituciones que, por cuestión de principios, están llamadas a fomentar la justicia y la armonía social. Es indudable y evidente el divisionismo que la medida edilicia ha fomentado -se afirma que hubo división o desacuerdo entre concejales católicos (¿?) para la nominación, pero se impuso la presión partidista-; el candidato a diputado Juan Valiente ha declarado: “d´Aubuisson no estuviera de acuerdo” (LPG, 3/XII-2014, página 20) y también muchos correligionarios de acendrada fe católica, porque ¿cómo harán coherente la evocación de su líder político con la invocación con devoción a Monseñor Romero, cuando suba a los altares, ya próximo a subir? ¿Habrá fe pura y coherente, o no?… y así también, lo cuestiona el resto de la población, que ya antes vio como revanchismo político de Quijano contra Venezuela, el quitarle su nombre a un conocido boulevard…
Así vulnera el poder político la fe espiritual y cívica del pueblo que, por esos desaguisados, pierde la confianza en las instituciones… pero también, cierto es que nunca pierde la fe en sí mismo; y piensa, como escribiera Roque Dalton, “llegará la luz que te decía…” (RAO).