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Poniendo la mano sobre el corazón

Álvaro Darío Lara

Escritor y poeta

Efectuando una agradable escucha de viejos discos, unhealthy volví al gran Agustín Lara (1897-1970), site cuyo nombre, see al igual que muchos de los de su generación, daría para una barroca novela. Nada más y nada menos que: Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano Alfonso del Sagrado Corazón de Jesús Lara y Aguirre del Pino. Es el caso idéntico de otros extraordinarios intérpretes e inolvidables compositores como: José Mojica, Ernesto Lecuona, María Grever y seguiría la lista, si no hago un alto, para recordar, mi primer encuentro  con “El Flaco de Oro”, cuyo fecha exacta y lugar de nacimiento, sigue siendo también una novela de intrincado misterio.

Allí estaba yo, pasando las acostumbradas vacaciones de finales de año, durante mi infancia, en Glendale, Los Ángeles, en casa de mi madrina Angelita Amaya, ese 1977. Era noviembre, y una fuerte ola de nostálgico dolor recorría los Estados Unidos, y América Latina, por la muerte del inmortal Elvis Presley, quien meses antes se acababa de despedir de este mundo ruin, víctima de las mortales píldoras del olvido. Y digo, ahí estaba yo, por las mañanas, cuando doña Clemen, la madre de mi Madrina, (nunca supe si era Clementina o Clemencia) colocaba -ritualmente- los discos de Agustín Lara, mientras me hacía los hot cakes, canturreando aquellas letras, cargadas de perfidia y melancolía: “Noche de ronda/ qué triste pasa/qué triste cruza/por mi balcón./Noche de ronda/ cómo me hiere/ cómo lastima/ mi corazón./ Luna que se quiebra/ sobre la tiniebla/ de mi soledad/ a dónde vas/”. O también, ya al final del día, cuando fumaba, lanzando maravillosas coronillas de tabaco. Eran –otra vez- las mismas melodías, que hablaban de salones, donde hombres engominados y de trajes caros, adoraban a las diosas cabareteras que danzaban provocativas, agitando sus caderas y rica plumería, entre alcohol y humeantes sueños. Muñecas caras y traicioneras: “Vende caro tu amor, aventurera. / Da el precio del dolor, a tu pasado. / Y aquel, que de tu boca, la miel quiera. / Que pague con brillantes tu pecado/”.

Desde entonces, Lara, me cautivó. Me cautivó ese mundo, que era turbio y bello. Dual como la vida: “Como dos puñales, de ojada masquina. / Tus ojazos negros, ojos de acerina. /Clavaron en mi alma, su mirar de hielo. /Regaron mi vida, con su desconsuelo. /Tus ojos bonitos, tus ojos sensuales. /Tus negros ojitos, como dos puñales”.

En casa también se escuchaba. Y lo asocio siempre al trago blanco, al ron, al whisky, que tanto gustaba a papá. Desde luego, al hielo picado; a los platillos que rebosaban de limones partidos, maní, queso duro, y otras boquitas, en las ocasiones que papá compartía con sus amigos. Madrugadas cuando cantaba “Granada”, a todo pulmón, haciendo también cantar a sus amigos, el tenor Luis Villavicencio Olano y a don Guillermito Martínez. Y por supuesto, las películas, que se trasmitían los domingos, donde el autor de “María Bonita”, compartía con otros astros y divas de la época de oro del cine mexicano, verbi gratia: Pedro Vargas (su compadre del alma), Toña la Negra, Sara Montiel, Ninón Sevilla y Lola Flores.

Por ello, cuando  en 1997 (veinte años después de mi primer encuentro con Agustín), mi amiga, la escritora nicaragüense Carola Brantome, me envió el libro “Luna que se quiebra” de Mercedes Gordillo, dedicado al músico-poeta, supe que ese segundo encuentro con el ex marido de  María Félix, era –indefectiblemente- el definitivo.

 

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Fotografía de Omar Barahona. «Sin título». Portada Suplemento Cultural Tres Mil-Sábado 23 de noviembre 2024