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Por fin escribí una novela

Carlos Burgos

Fundador

Televisión educativa

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No me van a creer, estuve considerando escribir esta novela durante sesenta años, narra una insólita experiencia de mi vida. No es tan añeja, logré sobrevivir para narrarla como «El sueño hondureño».

Cuatro compañeros de estudio nos reuníamos por las tardes en el parque Rafael Cabrera de Cojutepeque, en la década de los años cincuenta. Comentábamos que en ríos de Honduras se encontraban pepitas de oro, en Yoro llovían peces, en la montaña de los árboles brotaba miel en lugar de savia y existían inmensas extensiones de tierra sin cultivar.

Eso nos motivó para decidir partir un lunes a las cinco de la mañana. A esa hora solo dos nos reunimos, y arrancamos con Toño Rosales, a rodar tierras, tras «El sueño hondureño», antes no existía «sueño americano». Tomamos un bus para San Miguel, y de aquí otro para el Amatillo.

Habíamos suspendido los estudios de bachillerato y pretendíamos ser independientes, obtener recursos para la comodidad de vida. Según nuestro pensamiento todo era fácil de alcanzar.

En la frontera El Amatillo tuvimos trabas, éramos menores de edad, primer escollo en nuestra ruta. Regresamos a Santa Rosa de Lima a solicitar al alcalde municipal un permiso para salir del país. Volvimos a las seis de la tarde. A esa hora ya no había medio de transporte. Esperamos con algunos hondureños.

Apareció un camión de carga que regresaba de San Salvador, y pedimos jalón al motorista. Subimos a la cama y nos agarramos del barandal. Ya en camino comenzó a llover, nos empapamos. Cuando la lluvia cesó, uno de los hombres nos dijo: «creo que ustedes vienen a buscar trabajo, aquí no van a encontrar,  además parecen mocosos mimados, no deben saber oficio, los  va a llevar putas». Otro hombre le sugirió ya no molestarnos, no lo habíamos ofendido y se iban a liar a golpes, pero el busca pleito desistió. No pronunciamos palabra, no sabíamos frente a quien estábamos.

Como no preguntamos para dónde iba el camión fuimos a parar a Choluteca. El siguiente día comenzamos a buscar trabajo y no había plazas vacantes, el tercer día vimos a dos lindas chicas, hermanitas. Nos enamoramos al instante y se nos olvidó seguir buscando trabajo, mientras se agotaba el dinero que llevábamos. Formalizamos una relación con estas cipotas y continuamos para Tegucigalpa. La realidad fue dura, pero ¿qué pasó después? ¿Logramos el sueño que perseguíamos?

Algunos prelectores me han dicho: «en esta novela se registran escenas románticas, acciones dramáticas, enfrentamientos violentos que la vida presentaba a hondureños y salvadoreños residentes. Es una novela de intensas vivencias en las que el lector puede recrear aquellas escenas donde hombres y mujeres de ambos países se fusionaron a través del amor».

Qué tremendo es este afán de escribir una novela, es una obra de largo aliento, debe tener coherencia de principio a fin y mantener el interés del lector desde la primera frase.

La estudiante universitaria Nolvia Serrano (18) como prelectora del primer borrador me expresó «Leí esta novela con tal emoción que en las acciones finales quería meterme para dar otra salida a la historia». Me impresionó su comentario.

El filósofo, escritor y catedrático universitario de Literatura Rafael Rodríguez Díaz (73), autor de siete libros, después de leer mi novela escribió: «El autor impactó mi memoria histórica con las vivencias de salvadoreños, quienes sin más recursos que su fuerza de trabajo y su amor, se fusionaron con hondureños en la misma patria grande».

Un amigo de Cojutepeque después de leerla me preguntó:

–¿Qué harías si volvieras a nacer en aquella época?

–Volvería a rodar tierras por aquel país.

–Eres tenaz con tus recuerdos –reímos.

Los lectores que deseen leer mi novela «El sueño hondureño», su costo es de $ 5, tiene 227 páginas, y pueden llamar a los fonos 7060 4669 o al 2274 4047, o comunicarse por el email: [email protected]. Ah, y con modestia, regresaré el costo si no les gusta. Yo no hablo, habla la novela. Oigámosla.

 

 

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