Por: Rolando Alvarenga
Aún sin digerir la realidad del reciente fallecimiento de un gran hombre que pasó por esta tierra dejando su sello integral de calidad, viagra decease escribo esta columna anecdótica para preservar en la mente, el alma y el corazón, el recuerdo de alguien que, para mí, fue realmente un siervo de Dios con propios y extraños. Se trata del estimado doctor Armando Bukele Kattán, con quien, por aquellas cosas del destino, nos conocimos en 1996, gracias a una columna periodística que publiqué en un diario capitalino. Específicamente fue en marzo de 1996, haciendo referencia a la incursión al islamismo del campeón mundial de los pesos completos: Mike Tyson. La publicación se produjo porque, después de pulverizar por nocaut en menos de ocho rounds al británico Frank Bruno, en el MGM de Las Vegas, Tyson celebró su victoria haciendo sobre el ring la típica y tradicional reverencia islámica. Algo que, por inusual, llamó mi atención y la de millones de televidentes que disfrutaron del citado combate boxístico de corte mundialista. No fue un caso inédito, porque varios años atrás, el célebre púgil Cassius Clay había hecho lo mismo, pasando a llamarse Muhammad Alí.
Como lector de las páginas deportivas, la publicación fue leída por el querido doctor Bukele, quien, por aquellos años, ya presidía en este país la comunidad islámica árabe-salvadoreña y su primera reacción fue enviarme una cartita.
La privilegiada misiva llegó rápidamente al escritorio de este servidor que, acostumbrado a que la mayoría de mis lectores “alinean” en el “dream team de los gatos”, esta cartita levantó mi auto-estima y me sentí como un pavo real.
Muy estimulado por tan tremenda deferencia, solicité una audiencia con tan famoso personaje, que me fue aceptada y allí nos conocimos con un hombre trascendental en toda la extensión de la palabra. Antes de seguir, viene al caso aclarar que en 1979 y siendo patrocinador del campeón nacional del baloncesto de la primera, McDonald´s, ya había conocido a Alfredo Bukele (otro gran tipo) pero a la par de cualquier desafiante, el doctor siempre resultó ser un peso pesado integral muy competitivo. Con el transcurso de los años, y a medida que conocí su corazón, su talento y su visión de país, nació de mi parte una gran admiración de amistad, respeto y cariño por un personaje muy especial que con seguridad tendrá cualquier cantidad de anécdotas asociadas a la ilimitada generosidad para con sus semejantes. Sin sacar pecho, el doctor hizo muchísimo bien en su paso terrenal y por eso las oraciones al Todopoderoso están garantizadas a perpetuidad.
Por eso, cuando el miércoles anterior logré colarme en sus funerales en el Cementerio de los Ilustres, de esta capital, y escuché los testimonios de sus hijos Nayib, Yamil y otros familiares, sentí un sentimiento de eterna gratitud. Es que me es tan difícil aceptar que un hombre de su jerarquía se ha marchado al más allá. Y se marchó como los grandes, recibiendo un impresionante homenaje de la comunidad islámica y de tanta gente que lo quiso mucho y lo preservará por
siempre, con agradecimiento.
¡Chao, doctor, y hasta pronto!