Reinerio Belloso
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Cierta crítica se ha liberado en los últimos días por los recientes resultados de las elecciones para concejos municipales y diputados en relación con los ya tradicionales pronósticos de las diferentes casas encuestadoras de nuestro país, hospital todo debido a que en su gran mayoría, ambulance esos resultados pronosticaban una diferencia porcentual de entre 10 puntos hasta, en algunas de ellas, más de 30 puntos de ventaja del partido FMLN respecto al partido ARENA, principalmente para la alcaldía de San Salvador. La sorpresa ha sido que en muchos de los casos más emblemáticos los resultados reflejaron diferencias sustantivas respecto a las encuestas, ¿cómo entender estas diferencias?
Probablemente exista un sinfín de factores que expliquen este fenómeno. Sin embargo, quisiera, en esta ocasión, ofrecer mi humilde opinión desde la óptica que me compete: la psicología. En este sentido quiero comenzar por explicar que los procesos electorales son un clásico ejemplo de comportamiento humano, pero no cualquier comportamiento, sino más bien a una conjugación de variantes de la conducta. Por ejemplo, me quiero referir a tres conceptos que explican ese comportamiento pero desde la perspectiva psicosocial, así, el término conducta se refiere al conjunto de actos observados en un ser humano; la actitud es una forma de conducta pero con una condición cualitativa diferente, es decir, que las actitudes son el resultado de un proceso histórico en la persona y, por lo tanto, tienen una connotación ideológica, implican además la postura que la persona toma respecto a un concepto, una idea o fenómeno social concreto que puede ser de tipo religioso, político, sexual, étnico, entre otros. Un tercer factor es la acción, la que podemos definir como la cristalización o realización concreta de la actitud. El acto de agredir a alguien por cuestiones religiosas o políticas sería un claro ejemplo de acción como producto de una actitud; ejercer el voto sería una acción, producto de una actitud política (ideológica). De los tres conceptos anteriores, solo la conducta y la acción son visibles y fácilmente medibles; la actitud, por su parte, es invisible y, por tanto, más difícil de medir y resulta que lo que las encuestas miden es precisamente las actitudes, lo que la persona dice que hará o dejará de hacer en un momento determinado.
Hay un cuarto concepto al que habría que considerar con un tratamiento diferente pero que influye de manera categórica y es el factor emocional. En tal sentido vale la pena manifestar que los momentos electorales son fundamentalmente emocionales para los votantes más que racionales. En condiciones socialmente estables todos estos factores pueden ser más o menos predecibles por las encuestas debido a que puede existir más coherencia entre lo que la persona dice que hará (su actitud) y lo que realmente termina haciendo (acción).
Apropósito de lo que escribo, quiero hacer referencia a las investigaciones del sociólogo de la Universidad de Stanford Richard LaPiere (1934-1967) quien en 1934 publicó un artículo “Attitudes vs. Actions” en la revista científica Social Forces, donde se discute la idoneidad de la encuesta para medir actitudes en general y el racismo en particular. En dicho artículo no se cuestiona necesariamente a la encuesta como herramienta metodológica, sino más bien al uso que se hace de ella. LaPiere hace una fuerte observación a los indicadores tradicionales que sirven más para captar lo “manifiesto” (el desiderátum social), es decir, la aspiración o deseo que aún no se ha cumplido frente a lo “latente”, dicho de otra manera, lo que está por suceder y en detrimento de indicadores más adecuados. LaPiere investiga, por aquel entonces, la opinión de rechazo que los estadunidenses tenían respecto a cierto grupo étnico, rechazo que era evidente en las declaraciones que los estadunidenses proporcionaban en las encuestas, es decir, que el cuestionario reflejaba una actitud real de los encuestados. Al final de su investigación, LaPiere descubre que había una diferencia drástica entre lo que los encuestados opinaban respecto a lo que en realidad terminaban haciendo, en otras palabras, los encuestados eran mucho más positivos frente a las personas por las que mostraban rechazo al momento de la consulta, a este fenómeno se le conoce como “de la actitud al acto”. LaPiere concluye que las actitudes, al menos cuando son medidas por las encuestas, no predicen de forma efectiva lo que las personas terminan por hacer, principalmente en condiciones socialmente complejas.
En el caso particular de El Salvador bajo condiciones sociales mucho más inestables en estos momentos como por ejemplo los factores económicos, de inseguridad, políticos, educativos y no menos importante la aguda polarización ideológica expresada en una agresiva propaganda política dirigida a la manipulación de los aspectos emocionales como el miedo, el hambre, la violencia y otros, hace que las encuestas midan correctamente la actitud de un momento muy concreto en el tiempo o lo que popularmente llaman “la fotografía del momento” una actitud que si bien es cierto puede ser estable, esta puede sufrir giros significativos en la práctica (acción) en una cantidad importante de salvadoreños por los factores antes descritos y si a esto le agregamos las enormes complicaciones en la nueva forma de votar, dicho en buen salvadoreño, el “enchibolamiento” que se tuvo, ya podemos tener una posible explicación dentro de tantas del por qué fallan las encuestas.