Iosu Perales
Recientemente López Obrador, ha pedido al Estado español que pida perdón por los estragos de la conquista. En plena campaña electoral los partidos nacionalistas españoles, entre ellos el Partido Popular y el PSOE, han respondido con cierta ira al presidente mexicano, negando tal posibilidad. Ese es el punto de partida del presente artículo.
“¿Por qué me matas sin justicia?” le dijo Cuauhtémoc a Hernán Cortés, poco antes de su ejecución.
Tan inútil es intentar tapar el sol con un dedo, como querer ocultar que la conquista de América se llevó a cabo con métodos crueles, aplicados masivamente, que dieron lugar al exterminio de comunidades y poblaciones indígenas en una magnitud de genocidio. Ciertamente las matanzas no fueron resultado único de las armas, de las torturas, sino que también tuvieron su causa en la viruela, el sarampión, el tifus, la gripe, la difteria, las paperas, la sífilis y la peste neumónica. Enfermedades contagiosas llevadas por los españoles, no sujetos a control sanitario alguno, algo que probablemente nos indica qué tipo de gentes embarcaron en las naves de los conquistadores y sobre todo qué tipo de personajes eran los financiadores de la empresa y los monarcas reinantes. Es así que los indios caían como moscas al contacto con bacterias desconocidas.
Los historiadores señalan entre 50 y 60 los millones de indígenas matados de una u otra forma. Pero no es mi interés participar en un carrusel de números, ni siquiera en discutir la leyenda negra versus leyenda rosa, más allá de lo obvio. Es verdad, que en las sociedades dominadas por incas y aztecas regían normas y códigos brutales. Reyes, sacerdotes y guerreros no dejaban espacio a la libertad. Los sacrificios humanos eran recurrentes y no se trata de idealizar ese pasado. Pero peor sería lo que vendría después. Masacres, asesinatos colectivos, amputaciones de manos y pies, heridas curadas con aceite hirviendo, violaciones, toda suerte de crímenes que parecían sacados de unas mentes perturbadas. La España que en América, asesinaba a mansalva como instrumento privilegiado de su voracidad de oro y plata, en ese mismo momento perseguía, torturaba, mataba y expulsaba a musulmanes y judíos. Lo que tenemos en el siglo XXI es una España, que todavía no ha podido liberarse del fundamentalismo y la intolerancia incubada desde entonces. La España de hoy se hizo produciendo ríos de sangre e invocando una unidad basada en una cristianización y castellanización compulsivas.
La empresa de una América que ya estaba descubierta cuando Colón desembarcó, fue una empresa financiera en el marco de la expansión europea. Lo de civilizar los territorios conquistados no es sino un relato que pretende blanquear la barbarie de una chusma. Lo cierto es que la cristianización obedeció por encima de todo a la necesidad de someter y controlar emocionalmente a las poblaciones originarias. Los religiosos que acompañaban a los desalmados españoles no fueron otra cosa que un instrumento subordinado a la cacería humana. Pretender que fue la llegada de la civilización es una desvergüenza. Las grandes culturas autóctonas, maya, azteca e inca, fueron devastadas por los conquistadores.
Hay un paralelismo unido por la conquista de América y la reconquista de España, que lo desvela la historia oficial: en ambos casos el mercantilismo expansionista explica muchas cosas. Los indios americanos no concebían la propiedad privada, no usaban la plata y el oro como moneda sino para adornar sus cuerpos. Se trata del socialismo indígena al que se refiere en estos días el pizarrista Santiago Abascal. Imponer el modelo explotador del colonizador era una prioridad. La solución fue el expolio, el robo de tierras y de sus riquezas, unido a la destrucción de la vida comunitaria.
En la misma línea, expulsar a los musulmanes tras siete siglos de presencia, fue parte de un proyecto que se consolidaría en el siglo XVI, consistente en imponer un Estado nación único e indivisible de adscripción cristiana, que fue el motor de un impulso mercantil. Aquella España se asentó en una matriz castellana y se nutrió de una ideología de la conquista: la épica, la gesta “civilizatoria” y cristiana sirvió de argamasa para la empresa fundacional de la España del siglo XVI. Y la España de hoy, impositiva, la que quiere coser una unidad imposible mediante la violencia, es la heredera de una empresa tan voraz como ignorante que construyó un nacionalismo agresivo e impostor.
La aparente prosperidad y el rutilante poder de España en el siglo XVI, resultaron ser falsos y una ilusión sin recorrido a largo plazo. Pues se basaron casi totalmente en la afluencia de plata y oro de las colonias españolas en América. A corto plazo, la afluencia de metálico ofreció medios a los españoles para comprar y disfrutar de los productos del resto de Europa y Asia, pero a largo plazo, la inflación de precios eliminó esta ventaja temporal. El resultado fue que cuando se secó la fuente de materiales, en el siglo XVII, quedaba poco o nada. Como se sabe no hubo en España ni revolución burguesa, y lo que ocurrió en los siglos XVIII y XIX fue una sucesión de regímenes atrasados, que entregó el poder político a militares y grandes propietarios, y el poder ideológico a la iglesia católica. España fue llegando tarde, una y otra vez, al progreso.
¿Debe España pedir perdón a los pueblos americanos? Depende de las relaciones que se pretendan. Si se quiere una relación entre iguales, la petición de perdón sería siempre un factor constructor de una cooperación estratégica. Por cierto que también debería pedirse perdón a los musulmanes y sefardíes. Pero si se quiere perpetuar una relación paternalista, asimétrica, tutelada desde la vieja mala idea de la madre patria, -como me temo-, el perdón no tiene espacio.
Otra cosa es que España, esté preparada para pedir perdón. Pienso que no. No es casualidad que mientras que Francia, Bélgica, Gran Bretaña, Italia, Alemania, Australia, Indonesia, Canadá, EE. UU. o Japón, lo han hecho a sus excolonias y en algunos casos a los indígenas de sus países, en las elites políticas españolas el arrepentimiento no pasa por sus cabezas. La actitud de Aznar, respecto del bombardeo y guerra de Irak, a diferencia de Tony Blair, que pidió perdón, no es sino la continuidad de una posición histórica prepotente y soberbia, propia de quien auto ensalza sus supuestas glorias para esconder sus debilidades.
Ahora bien, es cierto que el surgimiento de las naciones latinoamericanas trajo consigo regímenes injustos, estrechamente vinculados a un modelo colonial explotador y excluyente de las poblaciones indígenas. Los poderes, las castas criollas, organizaron sus países en clave europea. La emancipación de América, no supuso la libertad real para todas sus gentes. Por eso, López Obrador ya ha pedido perdón. Ello no lo arregla todo, pues obras son amores. Pero es un buen punto de partida para levantar un nuevo país.
Hoy América Latina, vive un neocolonialismo con nuevos actores. Estados Unidos, China, Japón, Taiwán y Corea del Sur y en menor medida España y países europeos, compran tierras a mansalva con lo que incluye el subsuelo en recursos naturales. Venezuela con su 20 % de reservas de petróleo está en el centro de la disputa.
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