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¿Por qué no creo en la santidad de Juan Pablo II?

Ricotier Varug

El 27 de abril de 2014 recién pasado, look el papa Francisco canonizó a dos papas del siglo XX: al recordado y bien llamado Papa bueno, cialis Juan XXIII y al denominado Papa viajero, ailment Juan Pablo II.

En esta ocasión trataré sobre el segundo, Juan Pablo II, de origen polaco, cuyo nombre de pila es Karol Wojtyla; pero antes de continuar debo decir que me declaro creyente cristiano y seguidor de Jesús de Nazareth, quien por su compromiso por la construcción del reino de Dios y coherencia de vida me ha parecido el horizonte de luz que debo seguir; aunque sea desde lejos, pero siempre con la determinación de no perder su mirada en la lucha por la justicia y su compromiso vital por instaurar el reino de Dios aquí en la tierra. Asimismo, debo declarar que respeto la decisión del Vaticano de canonizar a Juan Pablo II, pero no comparto dicha acción y decisión. Adelanto que me parece un acto simbólico para buena parte del pueblo creyente que, a la postre, se volverá en contra del mismo Vaticano y por derivación, también en contra de la misma Iglesia católica como institución.

Antes de abordar los hechos que me fuerzan a pensar como pienso, habrá que recordar el significado del vocablo Santidad o Santo; que es el vocablo con el que en las religiones se denomina al elegido de Dios para una misión ejemplar. La santidad en tanto término remite inexorablemente a la idea de pureza de corazón y a la figura del que es apartado de la corrupción. Por tanto, la santidad que Dios transmite remite a la idea de perfección moral. Perfección que al modo salvadoreño debe abordarse desde la perspectiva histórica y la mayor concreción que como pueblo hemos vivido. Y esto puede verse en la figura de otro religioso del siglo XX, muy representativo para los cristianos salvadoreños como es Monseñor Romero, a quien por ser testigo de Dios y defensor del pueblo creyente, pobre y católico, los poderosos salvadoreños lo asesinaron vilmente el 24 de marzo de 1980.

Este talante de vida es el que me induce a pensar el modo cómo se puede concretar el carácter de santidad de un creyente. En definitiva es bajo el estandarte del servicio a los desvalidos y que por ser lo que son, no pueden defenderse por sí mismo. A partir de esto es que juzgo la santidad, desde la ejemplaridad del servicio a los demás, especialmente a los más pobres.

En este marco de referencia, el obispo de Cracovia, Karol Wojtyla, fue uno de los líderes de la ultraderecha política polaca que logró influir en su país natal, logrando desarrollar un trabajo político muy importante, sin que el régimen de la Polonia socialista pudiera detenerlo. Cuando el estado Vaticano lo instituyó papa, tomó el nombre de Juan Pablo II con el que se convirtió en uno de los líderes más influyentes del mundo a finales del siglo XX. En la actualidad se le recuerda como símbolo del anticomunismo por su lucha contra el supuesto expansionismo del marxismo por América latina donde combatió enérgicamente la Teología de la Liberación y sus representantes más eximios: Gustavo Gutiérrez y Leonardo Boff.

Como papa, Juan Pablo II llevó a su máxima expresión el centralismo hegemónico de su liderazgo y aprovechando sagazmente que para el catolicismo mundial, el jefe del estado Vaticano es el representante de Cristo, con mil millones de creyentes cristianos católicos romanos, la Iglesia católica no hizo más que agachar la cabeza ante una especie de líder carismático que en palabras nuestras lo podríamos tipificar más como un dictador revestido con piel de oveja que como Pontífice Máximo.

Hay varios hechos importantes de los cuales se ha hecho caso omiso, o mejor dicho se han ocultado como labor política desarrollada por Juan Pablo II. Uno de ellos fue, por ejemplo, el que sucedió en febrero de 1982, cuando Juan Pablo II y Ronald Reagan, presidente de los Estados Unidos de Norte América firmaron un pacto político al que le denominaron “La Santa Alianza” (Ver Revista Time del 24 de febrero de 1992), pacto que les comprometía a ambos gobernantes a luchar contra el comunismo internacional patrocinado por la ex Unión Soviética y a liberar a Polonia de las garras con que la Unión Soviética tenía aprisionada a dicha nación. Esto requirió de la creación y financiamiento multimillonario del sindicato Solidaridad polaca que desestabilizó al régimen socialista polaco y adelantó el resquebrajamiento de la Unión Soviética en 1989.

Ahora bien, si la santidad es la perfección moral entendida en manera concreta, en el caso de Juan Pablo II, esta perfección moral habría que analizarla en términos éticos al menos desde dos dimensiones: La primera es desde su participación política en favor de los potentados del mundo, representados en el imperialismo liberal y el capitalismo salvaje de los Estados Unidos, en detrimento de los más pobres del mundo y especialmente los de América latina y África. Y la segunda es la tolerancia que este papa mantuvo ante la corrupción vaticana y los curas abusadores de niños y niñas, curas pederastas que han abundado en la Iglesia católica romana.

La primera le costó a este papa dos atentados contra su vida, una el día 13 de mayo de 1981 en la misma plaza de San Pedro, cuando el activista político turco Mehmet Alí Agca, disparó cuatro veces al papa, hiriéndole de gravedad y el segundo atentado sucedió el 13 de mayo de 1982 a manos de un sacerdote católico radical en Fátima, Portugal. Hecho que fue mantenido oculto por cuestiones obvias.

Habrá que hacer memoria, por otra parte,  y recordar que en el mes de abril de 1987, en Santiago de Chile, Juan Pablo II dio la comunión a uno de los mayores asesinos del pueblo chileno, al dictador Augusto Pinochet. Asimismo, a Juan Pablo II le faltó muy poco para condenar la Teología de la Liberación. Teología que ha significado para toda América latina y el mundo, una verdadera teología de la esperanza de los pobres de la tierra y de los hombres y mujeres que históricamente han sido oprimidos y reprimidos por sujetos aliados del Vaticano.

Pero el papa Juan Pablo II, sí condenó el aborto, la eutanasia, la anticoncepción, la unión libre, el divorcio, la fecundación artificial, pero no condenó la pedofilia y curiosamente la Iglesia católica romana estaba repleta de curas pedófilos y este papa decidió ocultar los dizque buenos nombres de representantes de la Iglesia católica.

No obstante, habrá que reconocerle a Juan Pablo II que ha sido un líder más mediático que un servidor del reino. Y quizá eso haya pesado mucho en la decisión de canonizarlo.

Por otra parte, doy por supuesto el hecho de que el papa Francisco se vio forzado por la derecha eclesiástica estatal vaticana, a  llevar a los altares a su santo patrono. Es decir, a aquel que les patrocinó y promovió en todas las injusticias, violaciones y faltas a la coherencia de vida. No obstante, no admito que el estado Vaticano continúe con la hipocresía y falacia de querer seguir presentándole como uno de los legítimos representantes de Cristo, cuando en realidad en vida fue todo lo contrario, cosa que se convierte en un lastre más para la misión eclesial de predicar la buena nueva de Cristo a los pobres del mundo; y que con esta acción queda claro que también habrá que predicar y desarrollar dicha misión al Vaticano, puertas adentro.

Para finalizar habrá que ver entre líneas que la canonización de Juan Pablo II, ha sido aparejada con la de otro que no necesita de este proceso para ser santo como es Juan XXIII. A él mi reverencia y respeto por haber salvado tantas vidas de seres humanos judíos y no judíos que iban a ser asesinados cruelmente por agentes nazis en las postrimerías de la segunda guerra mundial. Pero de esto hablaremos otro día.

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