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…porque nadie te quiere (ensayo filosófico desde las ideas de un círculo literario desconocido)

…porque nadie te quiere

(ENSAYO FILOSÓFICO DESDE LAS IDEAS DE UN CÍRCULO LITERARIO DESCONOCIDO).

Por Evenor Saavedra

Escritor

 “Esas cosas sin alma que nos rodean, están pidiendo a gritos que se la demos”.

Salarrué (El Señor de la Burbuja).

Preguntar si existe literatura que no esté involucrada con la sociedad es de por sí un absurdo. Retrocediendo antes de la palabra escrita, la palabra como tal sólo nace bajo la égida de la necesidad social, la necesidad de comunicar. El homínido elegido se encontró desamparado ante las terribles fuerzas de la naturaleza, y su pertenencia biológica a la especie no era suficiente para escapar de las incertidumbres de un mundo que se presenta como otro, como algo ajeno a la propia existencia y a las propias fuerzas. La consciencia del estar separado del mundo y de autoidentificarse como uno lleva a la invención de la soledad. Ese desvarío del hombre recién nacido puede tomarse como un primitivo nihilismo. El hombre tiene que encontrarse derrotado, desarmado, inadaptado, expulsado del medio para comenzar a desplegar las consecuencias de la naturaleza propia. Salvar esa contradicción que el homínido encontraba entre su existencia y una realidad hostil, significaba conquistar lazos entre él y la naturaleza, comenzar un diálogo con lo otro y regular la interacción que aspiraba a convertirse en esa condición amable de los contrarios, que siempre se buscan y se dan la identidad al encontrarse diferentes. A la invención de la soledad, por tanto, sigue la invención del amor. Y a diferencia de la soledad, el amor necesita de una constante actividad para existir. Es un constante intercambio, una constante batalla –si se quiere– entre dos fuerzas antagónicas que se necesitan para realizarse en su autonomía relativa. Esta lucha constante no es más que el esfuerzo de volver una la realidad que se presenta fragmentada. Es el esfuerzo por resolver el conflicto, es el eterno combate entre el amor y la soledad.

La constitución biológica del ser humano posibilita su soledad, y el nacimiento de ésta significa el advenimiento inexorable del amor. Así nace la necesidad de estar en compañía, necesidad que comienza con ser una impresión de separación. La síntesis de los contrarios no representa la vuelta al estado previo a la soledad. El hombre nació y le corresponde no el regresar a la “naturaleza primitiva” existente antes de su aparición, sino posibilitar el advenimiento de una nueva naturaleza, una naturaleza humanizada. El hombre es, por tanto, creador.

Es por eso que los estados de separación y compañía no son superables mientras no se extinga la especie humana, convirtiendo a la actividad de esa contradicción en el sentido primario de su vida. El sentido de la existencia del hombre es ser creador de realidades, necesita crear la realidad para superar el estado de separación y medrar en el amor.

Pero el individuo no se enfrenta en completa soledad a este desgarramiento de la naturaleza.  Se debe recordar que la relación más natural del ser humano –y por tanto la primera impresión de separación– es la que lleva acabo con los miembros de su propia especie, incluyéndole. La palabra, bajo este contexto, nace de la necesidad de mayor compenetración con los demás miembros de la especie, y a lo largo de la historia su función no ha variado en ese hecho fundamental. La palabra, como catapulta para el despegue de la evolución cultural, permite la acumulación de experiencia a nivel genérico. Cada fragmento de la realidad experimentada (como acto de creación, además) es arrebatado al influjo del tiempo, y utilizado como herramienta para la regulación de la relación humano-naturaleza (que incluye la relación humano-humano).

El lenguaje no sólo representa el mundo que nos rodea, sino también la totalidad de la experiencia de la especie, aspira a eternizar los actos humanos, y dado que no es posible realizar acto alguno al margen del lenguaje y la cultura, las acciones de los individuos -aún en nuestros tiempos de aires postmodernos- son acciones del ser Humano como especie, o podríamos decir que son acciones que representan a toda la humanidad, porque física y espiritualmente se trata de toda la humanidad. El individuo creado y liberado por la sociedad actúa bajo las condiciones materiales que el hombre genérico creó para él. No existen los actos aislados de los individuos, esa es sólo otra mentira de la modernidad. El hombre es un ser genérico y tiene la necesidad de los otros miembros de su especie.

Si la palabra hablada ya es un acto de rebeldía contra la mortalidad, la palabra escrita es la verdadera llave de la inmortalidad. Su fuerza de compenetración abarca generaciones y generaciones.

Pero no se trata de una simple abstracción del mundo y las relaciones existentes en él, pues la palabra es la mejor herramienta de los seres humanos para inventar la realidad. La palabra escrita y leída da rienda suelta a la imaginación. No refleja el mundo, sino que lo recrea, es capaz de corregirlo a través de la ficción y convencer sobre la posibilidad y necesidad de un mundo que sea concebido de otra manera. Esta capacidad de mentir, de hacer creer las ficciones, puede llevar a la creencia de que la literatura puede existir independientemente de la realidad tangible, puede llevar y ha llevado a la concepción de un arte por el arte en las letras. La obra literaria tendría valor en sí misma, sin importar las condiciones reales en las que fue creada.

Pero, ¿para qué leer y hacer literatura en este sentido? Para escapar de la realidad, o para buscar una belleza más pura que la que se nos presenta en la vulgar cotidianeidad. El lenguaje y las creaciones humanas toman autonomía propia y se realiza una segunda separación del hombre, esta vez ya no con su medio, sino con su propia fuerza creadora. Aunque también podría concebirse como la separación del hombre de su cuerpo y afianzarse como la existencia de una pura fuerza creadora, pero limitada a la imaginación, y dejando de lado su potencial íntegro, de su existencia psico-somática. Esa elevación de la capacidad creativa del ser humano, se convierte en la negación de la potencialidad del ser humano mismo.

Sin embargo, toda expresión literaria debe su existencia a la realidad, y hasta el escritor más elitista debe su Cultura a la humanidad. Lo cotidiano es venero inacabable de belleza, pero ésta depende del modo como se enfrente el ser humano a lo cotidiano, pues la belleza sale de su modo de ver las cosas y actuar en ellas, y no de las cosas en sí mismas. El hombre que cree en la vida es el que da la vida a las cosas.

Una literatura comprometida con la creatividad humana y con la realidad que la humanidad crea día a día, sería una literatura que potencialice la capacidad genésica íntegra de la humanidad, la capacidad creadora de realidad. La imaginación comprometida con lo real, con la sociedad, es el mejoramiento, embellecimiento del mundo con el que lidiamos cada día. La vida se convierte en la verdadera obra de arte, y la vida sería el lugar donde se afirma la poesía, y no la poesía el lugar donde se aísla lo mejor de la vida.

Evidentemente el arte siempre tendrá autonomía en la medida que no es un mero reflejo de las relaciones de producción existentes; el arte niega la realidad en el sentido que la deforma y no la refleja. Sin embargo, esa autonomía nunca es absoluta, sino relativa. El arte debe relacionarse con la realidad, y no puede crear sin esa realidad. Lo mismo ocurre con la literatura, la cual es en primera instancia un acto comunicativo, por lo que está fuera de su naturaleza el aislarse. Un escritor puede escribir para sí mismo; puede encontrarse, escribiéndose; pero lo que encontrará y lo que creará a través de la palabra siempre estará integrado a su ser genérico. Cada palabra, cada oración, es la comunión con el ser genérico y con el mundo real que este crea cada día.

Comunicar, eso es lo que hacemos cada vez que nos enfrentamos a lo otro. Se trata de una comunión. Es ahí donde afirmamos nuestra fuerza frente a lo que nos rodea, es ahí donde hacemos partícipe a lo otro de nosotros mismos, y nos integramos a lo otro al darnos en el acto comunicativo. Una literatura inconsciente de esta verdad es una literatura que corre el riesgo de caer en el vacío. No es posible el encuentro con nuestro yo literario sin afirmar primero el yo comunicador. El escritor es, antes que escritor, hombre creador de realidad en la integridad de su ser genérico. Desde el momento en que es escritor, ya sabemos que es un ser social. La labor del poeta no puede ser considerada al margen del resto de su vida: de su trabajo, sus convicciones políticas, etc. Dado esto, no es conveniente ver el acto de crear literatura como un ejercicio independiente de las luchas cotidianas en las otras facetas de la vida. El escritor es el ser de realidad por antonomasia.

Por lo tanto, de la soledad (de la experiencia de la separación) nace la necesidad de querer. Sólo se quiere algo otro, algo capaz de atraer al concebirse como separado. La razón de comunicar es la gana de conquistar lo que se presenta ajeno a nosotros, lo que inicialmente nos rechaza, lo que nos da la posibilidad de consumar la atracción, amando, haciéndonos cargo de ella en la más conmovedora fusión consciente, y así colmar nuestro mundo de felicidad. Amar es el estado de realización de las fuerzas del querer, pero esta realización sólo se da en la medida que comprendemos que la realidad nos necesita, y que de ella dependemos para existir; de otra manera, el querer se vuelve interminable, así como los objetos que le suscitan. Amar es saber orientar las fuerzas del querer para gozar de la bondad y la belleza, como ser genérico y como individuo reactualizador el ser genérico.

Nuestra literatura (del Círculo literario porque nadie te quiere) comienza con la consciencia de esa verdad: el hombre es un animal desarraigado, libre por su desamparo, y todopoderoso en el querer, en su búsqueda incansable de la unión, la plenitud y la felicidad. La poesía circula en sus venas y arterias, y es la vitalidad en cada momento de su ser, ya sea que llore, ría, sufra, goce, odie o ame… porque la poesía siempre estará en la energía creadora, en el deseo que aspira a ser consumado. Es momento de reconocer nuestra soledad radical, y aspirar conscientemente a una unión más plena, aunque efímera en su paradoja, pero siempre dispuesta a ser reactualizada. Ha llegado la hora de desplegar toda nuestra capacidad de amar… aunque el fantasma del egoísmo nunca deje de rondar…

Porque nadie te quiere estamos aquí.

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