Rafael Lara-Martínez
New Mexico Tech,
Desde Comala siempre…
El 6 de enero de 2016, F. T. se levantó de madrugada. Sabía que lo esperaba una ardua jornada en la que su cuerpo sufriría una nueva mutilación. Su cuerpo se desmembraba entre cirugías internas y jirones dentales. A imagen de la noche estrellada, se esparcía vivaz en migajas hacia un entorno falto de retoño. Los órganos emigraban sin previo aviso. Parecían expatriados ilegales en busca de un paraíso soterrado. Luego de ducharse y desayunar, se disponía a leer las noticias en el internet. Empero, pese al oscuro invierno, un fulgor resplandeciente lo desvió de su propósito inmediato. La nevada nocturna había dispersado un manto blanquecino en el jardín y en la calle. Su espejo reflejaba el plenilunio solemne, como si el sol tardío se aprestara a salir. El frío matinal no amedrentó su curiosidad por observar el destello de los astros en el suelo cano. Luz de luna en el solar — Solar en luz de luna — Luz solar de la luna. Grávida se alineaba a otros astros que la perseguían, en descenso, o le anticipaban la senda de su camuflaje diurno. De la ringlera diagonal en el firmamento, reconoció Venus. Nextamallani se dijo. “Sólo por al amanecer”, escuchó en eco, “ya que al crepúsculo se llama Xólotl”. La estrella matutina evoca a la mujer adulta en su quehacer cotidiano de preparar el maíz para las tortillas; el astro vespertino, a un perro, a un paje bobo. Si a la luz la ceniza, nextli, emparienta Venus con el auge y el surgimiento, nextia, al atardecer, su figura de joven tosco chismea, calumnia, xolopihti, y se resbala enlutado, xoloa/xolohua. La señora sería lo que se descubre, como el alimento diario que hace brillar y salir lúcido al trabajo. En su envés, el adolescente taciturno sería el descenso nocturno cuya metamorfosis en fantaseo —del maguey, mexolotl, a la salamandra, axolotl— induce niñerías, xolopiuia. Lo pueril se machaca a la sombra, xolouia. “Ya le otorgaste la ceniza necesaria, nextli, al pan cotidiano de maíz, tamalli” —reverbera la nieve— “ahora que tu pelo —cual plumas de loro, xolotl— nutra la tierra cada primavera en su verdor inocente”. Al instante, F. T. intuyó una epifanía deca-dente disgregada por la nieve. Vacía, la gruta de ingreso desalojaba la solidez de una raíz derretida. El renacuajo se hunde en semilla; el canino le advierte el camino. La senda anfibia lo había encaminado hacia la muerte.
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