Álvaro Darío Lara,
Escritor y poeta
En 1983, gracias a mi querido amigo y compañero de bachillerato, José Douglas Ramírez Juárez, conocí al poeta, periodista, escritor y profesor, Luis Galindo, quien por ese tiempo, jubilado ya de lo estatal, trabajaba aún como maestro de Letras, en el recordado colegio “Liceo Salarrué” de San Salvador.
Era un gran maestro de literatura y un entrañable hombre de versos, que de forma gentil, aceptó ser entrevistado para el periódico colegial “El Cervantino” que el suscrito dirigía en el Instituto Cultural “Miguel de Cervantes”. Fue el inicio de una hermosa amistad que duró hasta su fallecimiento.
Don Luis, cómo le llamé siempre, había nacido el 25 de agosto de 1929 en Sonsonate, y desde muy joven, abrazó una doble pasión: el magisterio y las letras. Estas dos vocaciones que ejerció, en primera instancia, en su natal departamento, luego lo llevaron a San Salvador, donde continuó impartiendo sus enseñanzas en numerosos centros educativos públicos y privados; y por supuesto, escribiendo y publicando sus artículos literarios y de crítica estética; y sus poemas, en la gran mayoría de los medios impresos nacionales.
Fue él, quien lanzó a la luz de las rotativas, mis primeros escritos, en la esperada página literaria de Diario “El Mundo”: “La Salamandra de Oro”, que aparecía puntualmente todos los sábados, bajo la responsabilidad del poeta. Ahí don Luis, desplegó un plural y efectivo trabajo de periodismo cultural, que tanta falta hace ahora, en la mayoría de los periódicos nacionales, saturados de política, espectáculos, y pavorosos crímenes.
Amigo noble de los jóvenes, en quienes creía y animaba profundamente, fue un escritor muy cercano al grupo de “La Cebolla Púrpura” (generación poética de inicios de los años setenta), y particular amigo y compañero, del recordado escritor asesinado, Jaime Suárez.
Junto a don Luis Galindo, fundamos la Revista Cultural Bitácora, de la cual hicimos tres números a lo largo de 1989. A este esfuerzo se sumó, mi amigo y compañero de estudios universitarios, Víctor Hugo Granados González. La ofensiva guerrillera de noviembre de ese año, la posterior muerte del poeta, ocurrida el 1º de enero de 1990, y la etapa convulsa que sobrevino a los hechos de noviembre, pusieron punto final a este proyecto.
Don Luis siempre escribió una prosa periodística de agradable barroquismo, de mucho cuido formal. Culta, en el sentido clásico. Nada sosa, mucho menos vacua. Ese era su estilo. Poéticamente era un gran lírico, entregado a la métrica; pero con exploraciones e importantes aciertos en el verso libre. Poemas suyos aparecen en dos antologías: “Poesía salvadoreña 1963-1973” (Editorial Mesoamérica, El Salvador-México, 1974) y “Poesía a mano” (Selección y notas de Joaquín Meza, Editorial Universitaria, El Salvador, 1997).
El poeta dejó mucha obra inédita, que -imaginamos- resguarda su familia. Entre sus últimos poemarios, trabajados con gran esmero y dedicación, recuerdo su libro “Cantos a Lídice”, donde el amor y la sensibilidad social, se explayan intensamente.
El país y sus profesionales de la literatura, tienen una deuda con la obra del escritor. Hay que rastrearla en las hemerotecas, y en sus inéditos. Seguro que una investigación universitaria de grado, nos ofrecería una excelente ruta, hacia la configuración de un volumen antológico de su obra poética y periodística. Los jóvenes estudiosos de la Carrera de Letras, de la Universidad de El Salvador y de otros Centros de Educación Superior, tienen la palabra.
Quedan entonces, estos poemas, como joyas perdidas, que nos hablan de los niños, de la luz, del paso del tiempo, de la orfandad humana, de lo cósmico, y del insondable amor que, a pesar de todos los pesares, deberá arder -por siempre- en nuestros corazones.
EN LA ÚLTIMA COMO EN LA VEZ PRIMERA
Ah, tu forma de amar, parra encendida.
Tu forma de tocar lo inexistente.
Así tan sólo así, tan de repente
surges, llama de un tiempo, renacida.
Te precede una luz impresentida.
La de siempre, la de arcano continente.
Hecha para soñar lo impenitente,
desparramar la tarde detenida.
Escoltada en la luz de la pradera
del tiempo, eres ilesa primavera.
Turgente línea no apagó el deseo.
En mi delirio de ser Odiseo,
siento, que sin embargo, te poseo
en la última como en la vez primera…
TUS PASOS EN MIS PASOS
De spray están llenos
los murales de la mañana
de esa mañana en que profetizaste
mi arribo a otros asombros.
Desceñida está la rama
de la tupida fronda
que lleva a la montaña.
No puedo con mis pasos en tus pasos.
Cuánto sereno caído.
Cuánto huracán vaciado.
Después de aquel encuentro
nuestras almas
cruzaron las latitudes de otros tiempos.
Jugamos nuestras vidas
apostamos
y no hubo vencedor ni vencido.
En los murales de la mañana
llenos de spray
estábamos, mejor dicho estaremos
sin estar en la estancia
de tardes estadías.
A UN APRENDIZ DE MIDAS
A ti
que ves revistas pornográficas
que echas cada sábado
una canita al aire
-fósil invertebrado de los libros-
que vas del brazo
con el sueño de Midas
y te burlas de poetas y filósofos
vengo a decirte,
que tu mundo se acaba.
Se acaba
en la píldora, el smog,
en Irlanda, Camboya y el Mediano Oriente.
Se acaba en la droga, la computadora
la sicosis
en la chequera
que te socava el sueño
y en el vértigo
pegado a esa piel
que te depara el siglo…
A ti
que te devora el número
la técnica y los “business”
a ti,
ciudadano robot
vengo a decirte:
no te puede salvar ni la esperanza…