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Presentación del libro de Luis Armando González

Rommel Rodríguez

Bnas tardes a las autoridades de la Universidad Francisco Gavidia; buenas tardes a los catedráticos, sovaldi alumnas y alumnos de este centro de estudios; un saludo a las amigas y amigos que nos acompañan en esta actividad; un saludo especial a mis otrora catedráticos Luis Armando González y Oscar Martínez Peñate. Un saludo a todas y todos, ed público en general.

Hoy presentamos a la comunidad universitaria el libro del maestro Luis Armando González Las ideas y el poder en América Latina. Un libro que nos presenta la visión de la realidad de 18 intelectuales que tuvieron incidencia en el quehacer político de América Latina a través de sus interesantes ideas en el mundo académico, político y cultural.

I

Como intelectuales, es decir, como hombres y mujeres que mediante el uso de la razón aportaron ideas para comprender su tiempo y apuntar soluciones, encontramos personas dedicadas a profesiones tan diversas como poetas, filósofos, sociólogos, novelistas, abogados, periodistas, etc. Un conocimiento que a pesar de tener un grado de especialización en alguna disciplina, no fue obstáculo para que pudieran razonar y comprender el mundo que vivieron desde una perspectiva más amplia.

Quizás este sea uno de los rasgos más interesantes de los intelectuales, que a pesar de manejar una disciplina, profesión o arte específico, no se limitan a ella, sino que su curiosidad, su interés por conocer aún más, su interés por aportar soluciones, su preocupación por transformar el mundo, orienta su atención hacia otras disciplinas, a otra formas de comprender la realidad, dándoles por tanto una perspectiva más amplia al abordar los temas de su interés. Han superado el problema que el premio nobel de economía Friedrich Hayek ha llamado “El dilema de la especialización”. Ese problema que enfrenta el especialista de una rama del conocimiento al darse cuenta que su disciplina es ya de plano insuficiente para comprender su objeto de interés, por lo cual si quiere aprender más y comprender mejor debe abrirse a otros campos del conocimiento.

En tal sentido, no es raro, pues, que encontremos en este libro a una poeta que se ocupa de una manera muy particular de la teoría del conocimiento, como fue el caso de Sor Juana Inés de la Cruz. A un abogado que está interesado en comprender como su país y América Latina como región se inserta en el patrón de comercio mundial, como sucedió con José Martí. A un médico analizando la realidad desde la perspectiva de la economía política, como Ernesto Che Guevara. A un filósofo fuertemente preocupado por los problemas políticos, como el Padre Ignacio Ellacuría. A un poeta que analiza las ideologías políticas y los sistemas económicos del siglo XX, como fue el caso de Octavio Paz.

Creo que en esto hay una lección a nosotros las y los profesionales de hoy en día. Que nuestra formación académica, que nuestra área de especialización debido a la formación que hemos tenido, no sea un obstáculo para saber más y comprender mejor la realidad de nuestro tiempo. Por tanto, sin ser intelectuales, si tenemos alguna simpatía o gusto por una disciplina o tema que no corresponde a nuestra profesión pero que nos parece interesante, debemos hacer lo que estas personas hicieron una regla en su vida: leer mucho y reflexionar mucho.

II

El libro que nos ocupa esta tarde también presenta a mi juicio una manera muy particular de ser del intelectual. En el sentido que es un individuo que con cierta conflictividad interna busca equilibrar o balancear su vida personal entre su pasión por el saber y la praxis política, es decir, su forma particular de hacer actividad política. Estos dos aspectos están presentes en la vida de estos interesantes personajes, sólo que en cada vida en particular se acentúa más alguno de ellos.

Al leer estas páginas encontraremos a veces hombres y mujeres volcados más a las letras, la reflexión y el análisis y poco menos a la acción; en otro caso sucederá lo contrario, es decir, hombres y mujeres que sin dejar de tener un conocimiento amplio de la realidad se sumergen sobre todo en una serie de acciones que buscan transformar la realidad política de su tiempo. Este esquema dual de teoría y praxis se hace más visible, más patente creo yo, en los intelectuales con una formación marxista como Adolfo Sánchez Vasquez, Luis Emilio Recabarren, Julio Antonio Mella y el peruano Jose Carlos Mariátegui. De los tres últimos dice Luis Armando González en su libro: “Mella, Mariátegui y Recabarren dieron vida, cada uno a su modo y desde una inspiración socialista-comunista, al intelectual identificado plenamente con un proyecto político, al servicio del cual pusieron no sólo sus energías intelectuales, sino también sus energías personales”.

III

Por otro lado, al leer este libro me surgió la pregunta si habremos entrado en una etapa donde cada vez escasean más el tipo de intelectual que este libro presenta. Me temo que sí, pues cada vez se ha ido estableciendo más en el ámbito de la opinión pública y con la complicidad de los medios de comunicación la palabra y la visión del “especialista”, de aquella persona que domina a profundidad solo un campo de conocimiento —y que por tanto su saber es míope, por así decirlo—, donde sus palabras, valoraciones e incluso someras opiniones son puesta en la palestra de la opinión pública con un halo de cientificidad, objetividad y, por tanto, son cuasi indiscutibles. Además, es un conocimiento, potente quizás, pero que no conlleva a su poseedor a un compromiso permanente por transformar la realidad.

En sintonía con esto me gusta mucho lo que dice el libro de Luis Armando: “A diferencia de lo que sucede en la modernidad europea, en la sociedad colonial (en continuidad con el orden español) no hay “especialistas”, porque personas concretas busca concentrar el saber, el poder y la autoridad religiosa: esta es la matriz del caudillo, que tanta presencia va a tener en la historia latinoamericana. Los criollos ilustrados se mueven en el mismo esquema: intentan poner entre paréntesis la religión, pero mantienen la vinculación saber-política; y las grandes personalidades intelectuales latinoamericanas en el siglo XIX y XX, quizás hasta Octavio Paz, se mueven en ese esquema. Son personalidades que no sólo saben, sino que quieren dictar y ejecutar determinadas formas de organizar la sociedad. Esta imbricación de saber y poder en una persona es peculiar en América Latina: los dictadores, quieren también ser reconocidos como intelectuales y de allí la profusión de obras escritas que suele ir aparejada su labor política”.

Creo que no se equivoca Luis Armando al referirse a los tiempos, ya que durante el último periodo de vida de Octavio Paz, que es la década de los años noventa, irrumpe, primero en la esfera estatal y, posteriormente, en la social gracias a los medios de comunicación un nuevo tipo de intelectual, un individuo “especialista” que aduciendo cientificidad, objetividad en el análisis e incluso independencia ideológica dice trabajar por el desarrollo económico del país o región, me refiero específicamente al economista formación y corte neoliberal.

En estos años varios presidentes y altos funcionarios de la región fueron economistas, y como tales, bien vistas las cosas eran ideólogos que decían no ser ideólogos —apologetas del mercado y del consenso de Washington—, sino objetivos y técnicos. El tipo que pasa al diseño, elaboración y prescripción de políticas, sin entender de plano la historia de su país, ni siquiera que es la política y mucho menos la democracia. El individuo que con su hacer, lamentablemente, y contrario al interés de los intelectuales de otro tiempo que se preocuparon por el bienestar de las grandes mayorías, impulsaron mediante su aval los programas de ajuste estructural y las políticas de estabilización monetaria, fruto del consenso de Washington, que tanto afectaron a las mayorías de las sociedades latinoamericanas. Al decir que no son ideológicos, sino técnicos y no políticos, no cuestionaron el poder de su tiempo y se mostraron complacientes de las élites de su país, lo contrario a los intelectuales que aparecen en el libro de Luis Armando González. Con todo, su voz durante ese tiempo, e incluso ahora, se considera cualificada e importante.

IV

Quiero finalizar destacando el interés de los intelectuales de legarnos a través de sus ideas y acción un mundo justo y más humano. Cada uno de ellos desde perspectivas diferentes fueron hombres que se preocuparon no sólo por comprender su tiempo sino por favorecer a su prójimo en la construcción de un mundo mejor.

Tenemos, por ejemplo, a un José Martí que apuesta por una alianza entre clases para construir una identidad nacional que favorezca los intereses de la nación por encima de los intereses extranjeros. A un Raúl Haya de la Torre que desea integrar diversos estratos sociales a través de la institucionalidad del Estado para construir un capitalismo nacional pero de corte más humano, quizás una especie de estado de bienestar. A un José Ingenieros que apuesta por establecer el socialismo en la Argentina para ver una mejoría en los sectores que no son favorecidos por el fuerte crecimiento económico de la época, pues logra ver que quienes recibe los beneficios del crecimiento es el parásito el que no labura como dirían los argentinos de ese tiempo. De un Luis Emilio Recabarren que desea fortalecer los sindicatos para dignificar el trabajo, y hacer de ese sindicalismo fortalecido un instrumento de lucha y reforma socioeconómica para su país. Un Che Guevara, que según Adolfo Sánchez Vasquez vinculó en su vida personal, pensamiento y acción, en busca de una auténtica libertad de los pueblos. Un Ignacio Ellacuría que propugnó la búsqueda del bienestar de las mayorías populares mediante una tercera fuerza, independiente que elaborará un proyecto de país que recogiera los intereses de la mayor parte de la población, siendo estas mismas mayorías no objeto sino sujeto de su destino.

Durante este trabajo, el intelectual no sólo se ocupan de las ideas, de su entorno sino en lo más íntimo de sí mismos, esto se colige de las palabras de Octavio Paz con las que quiero cerrar mi intervención: “el mal es humano, exclusivamente humano. Pero no todo es maldad en el hombre. El nido del mal está en su conciencia, en su libertad. En ella está también el remedio, la respuesta contra el mal. Esta es la única lección que yo puedo deducir de este largo y sinuosos itinerario: luchar con el mal es luchar contra nosotros mismos. Y ese es el sentido de la historia”.

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