PRESENTE SIEMPRE
Álvaro Darío Lara
Inspirado, como pocos, en los sabios apotegmas de los padres del desierto, el monje benedictino Anselm Grün, escribe estas profundas líneas, sobre el temor y la angustia: «La angustia y el temor oprimen hoy a muchas personas. Sienten angustia ante la posibilidad de hacer el ridículo, de parecer débiles ante los ojos de los demás. Tienen miedo de cometer errores, de fracasar en su existencia. Otros se sienten angustiados cuando piensan en su muerte. O buscan ansiosamente la manera de no caer enfermos (…). La causa de tal angustia está en el hecho de que para nosotros la vida en este mundo es aún muy importante. Estamos apegados a la vida, a una vida de éxito, a una buena fama, a nuestra salud, a nuestra seguridad. En cuanto tengo experiencia de la vida del más allá, en cuanto experimento la vida divina en mí, la angustia se hace cada vez más débil. Ya no me importa cuánto tiempo viviré, si tengo éxito exteriormente, si gozo de buena salud o soy amado y reconocido por los demás. Todo esto se vuelve relativo para mí, porque percibo en mi interior otra dimensión de la vida divina, que no puede verse afectada por la enfermedad y la muerte».
Esta es, en mi opinión, la verdadera naturaleza espiritual de los seres humanos, sean creyente en lo divino o no lo sean.
Es la dimensión, el impulso vital que animó siempre a mi padre, un economista marxista, a la lucha política, a la escritura, a la lectura, a la academia, a su familia. Es lo que lo hizo enfrentar y aceptar su partida física, con una admirable serenidad. Un hombre no anclado en el pasado, ni en el incierto futuro. Un hombre muy de presente, en el mejor sentido.
En mi caso, desde niño, fui un fiel devoto de esa realidad misteriosa y fascinante: la trascendente realidad del arte, principalmente de la pintura, la arquitectura y la literatura. Y de esta última, de la poesía. En ella encontré, el feliz, cautivante y milagroso soplo de la eternidad. En ella supe que los seres humanos jamás morimos, y que son los artistas los verdaderos magos del mundo. Por ello, no hay razón para el temor ni para la angustia, ya que nunca nos vamos, y siempre estamos de regreso a esta maravillosa y terrible «Casa de las criaturas».
El gran poeta británico-estadounidense T.S. Eliot (1888-1965) lo dijo muy bien en este fragmento de su inmortal «Burt Norton» (I), que hoy invocamos, al final de esta Claraboya: «El tiempo pasado y el tiempo futuro,/ Lo que pudo haber sido y lo que ha sido/ Tienden a un solo fin, presente siempre».
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