Alberto Romero de Urbiztondo
@aromero0568
Llevamos poco más de una semana de Gobierno del Presidente Nayib Bukele, desde la ciudadanía defensora del principio de laicidad del Estado, queremos hacer algunas reflexiones.
El Salvador es un país plural, donde convivimos ciudadanía con diversas creencias y convicciones, existiendo diversidad de iglesias e instituciones religiosas. Gestionar esta pluralidad es responsabilidad del Estado, a través del principio de laicidad, un principio de organización del Estado tan importante como la separación de poderes o la electividad de los cargos de gobierno o del legislativo.
Una primera señal de la prioridad que da el actual Gobierno a la laicidad del Estado, fue el acto de toma de posesión del 1 de junio. Reconocemos la importancia de realizarlo frente al Palacio Nacional, símbolo del carácter civil y republicano del Estado. Sin embargo se mantuvieron algunas acciones en las que persisten muestras de la “alianza entre el trono y el altar”, de los reinos que nos invadieron durante 300 años.
La juramentación se hizo presumiblemente sobre una Biblia, un texto importante para mucha población salvadoreña, que lo puede considerar un referente de creencias y principios morales, pero un gobernante se debe comprometer sobre el texto que nos une y obliga a todos los habitantes de la República, es decir, la Constitución.
Intervinieron dos jerarquías religiosas, el Arzobispo católico José Escobar Alas, recordando las opresiones que ha enfrentado el pueblo salvadoreño desde la colonización y reivindicando que se garanticen sus derechos, finalizando con una súplica a la divinidad para que “conceda iluminación y mueva voluntades” del gobernante.
Clausuró un pastor argentino, de Asambleas de Dios, corriente evangélica mayoritaria en El Salvador. En su prédica insistió en que la divinidad debe guiar al Presidente, que el país prosperará si la ciudadanía cumple los mandamientos de Jehová.
Respetamos las diversas creencias o convicciones particulares de cada ciudadano, pero quien da legitimidad al Presidente, no es ninguna jerarquía religiosa, sino el pueblo soberano con su voto. Por ello, la responsabilidad de que haya un gobierno eficiente y justo es del Presidente y su equipo, no pudiendo delegarla a ninguna divinidad. Somos República.