Sin temor a equivocarnos, muchos esperaban escuchar el cómo enfrentar los grandes problemas del país: el tema de la seguridad, de la economía y la salud, entre otros, que según las encuestas han sido el talón de Aquiles de los distintos gobiernos.
No obstante, el Presidente Bukele, prefirió hacer un diagnóstico general del país, usando metáforas, al compararlo con un niño en estado grave en su salud, y como familia debe hacer todo por salvarlo, incluso, tomar “medicamentos graves”.
A lo mejor en esta frase podrían estar pensadas algunas medidas en algunas áreas de la problemática del país, que habrá la necesidad de tomar medicinas o medidas “amargas”.
Lo distinto del discurso Bukele, puede considerarse más en lo emotivo y lo simbólico, de ahí quienes esperaban anuncios, como suelen hacerlo los presidentes recién son juramentados, pero en este caso no fue así; salvo que dio la primera y última orden de su gobierno para su Gabinete -que hasta la juramentación solo se conocía a la mitad de sus nuevos funcionarios-, que cumplan con sus funciones a favor del pueblo. También dijo que debería invertirse en la niñez.
De lo más importante del discurso de Bukele, más allá de generar esperanza y expectativas, fue su apelación a la unidad del país, de comprometer a cada uno de los salvadoreños, que cada uno debe aportar desde su lugar de trabajo o vivienda, a resolver los problemas del país y que será el presidente no de un grupo, ni partido político o sector, sino de los siete millones de salvadoreños que viven el país, y los tres millones que viven allende nuestras fronteras.
Este compromiso, lo amarró, con el principal acto simbólico de la toma de posesión: la juramentación de quienes allí se encontraban, que en coro iba repitiendo las palabras del presidente.