Juan Vicente Chopín
Los autores intelectuales del asesinato de Monseñor Romero, es decir, los miembros de la oligarquía recalcitrante salvadoreña, argumentaron en su momento que Monseñor Romero constituía una amenaza para la Patria, en tanto en cuanto él estaba infectado de las ideas marxistas. En esa acusación hay, por lo menos, dos cosas falsas. Primera, presuponer que el patriotismo de ellos, de los oligarcas salvadoreños, es correcto y no así el patriotismo de Monseñor Romero. Segundo, suponer que Monseñor Romero era marxista. En esta nota me quiero detener en el patriotismo de Monseñor Romero contrastándolo con el patriotismo de los oligarcas salvadoreños. Para ello tomo como fuente los escritos que el entonces padre Oscar Romero publicó en el Semanario Chaparrastique, entre 1944 y 1967.
Monseñor Romero era un patriota convencido. Ahora bien, se trata de saber qué tipo de patriotismo profesaba. Se trata de un patriotismo en primer lugar teísta, según su propia tesis: «siempre será cierto que los mejores patriotas coinciden ser los hombres que mejor adoran a Dios» (Semanario Chaparrastique, 24 de agosto de 1963). En segundo lugar, es un patriotismo socio-eclesial. Monseñor Romero busca una concomitancia entre amor a la patria y amor a la Iglesia. En este sentido nos dice: «Un motivo que impele al sacrificio, es el amor a la patria. Como ningún egoísmo es más repugnante que el de aquellos falsos ciudadanos que, pudiendo hacer algo por su patria, se resguardan en su vida muelle a costa tal vez de los esfuerzos ajenos. El hombre debe amar a su patria. Y cuando el bien de ella lo exige, debe el patriota sacrificarle hasta la vida. Lo contrario sería no ser patriota. Sin arrancar ese amor a la patria ―y más bien robusteciéndolo― el católico debe amar hasta el delirio, hasta el sacrificio, a su Iglesia» (Semanario Chaparrastique, 10 de febrero de 1945). Estas son palabras que Monseñor Romero dijo cuando tenía apenas tres años de ser sacerdote, es decir, son argumentos de juventud, pero que nos dan la clave del porqué treinta y cinco años después, ya siendo arzobispo, no se echó para atrás ante la posibilidad real de su muerte. Es evidente la línea de coherencia en su pensamiento y en su actuar.
En su forma más radical, para el entonces padre Oscar Romero «tener patria libre es un don inapreciable de Dios» (Semanario Chaparrastique, 21 de septiembre de 1946). Y el modelo de patriotismo es Jesucristo: «Jesucristo mismo ―flor de la humanidad y modelo de hombres― es el modelo de patriotismo» (Ibídem). Él condensa su patriotismo en una frase muy utilizada por los salvadoreños y que él considera que resume el alma nacional: «¡primero Dios!» (Semanario Chaparrastique, 10 de junio de 1950). Para poder entender esta forma radical de patriotismo católico es necesario resaltar que para el padre Oscar Romero el patriotismo no es solo un sentimiento, sino sobre todo una virtud y, por tanto, exige una praxis histórica: «Con frecuencia se repite la objeción de que el catolicismo por vivir soñando en la patria del cielo, descuida su trabajo por la patria del suelo. ¡Calumnia! Nuestro evangelio tiene una máxima de oro: dar al César lo que es del César, dar a Dios lo que es de Dios. Y el cristianismo proclama como una virtud el patriotismo. Y porque anhela la patria eterna y muchos méritos para la gloria, trata de perfeccionarse aquí abajo siendo útil a los demás» (Semanario Chaparrastique, 21 de septiembre de 1946). Se llega entonces a lo que el padre Oscar Romero entiende por patriotismo: «patriotismo ni es solo la emoción del 15 de septiembre. Patriotismo es estudiar para que la ciencia nacional se eleve; patriotismo es contribuir con su conducta a que la juventud de la patria sea una juventud de carácter; patriotismo es hacer con mi comportamiento que los ciudadanos de otras patrias aprecien a mi nación porque tiene hombres de palabra, de moral pura, de fe limpia. Y ese patriotismo solo lo forja un gran a mor a la Patria inmortal» (Ibídem).
A primera vista podría pensarse que estamos ante un patriotismo ingenuo, sin embargo no es así, puesto que el padre Oscar Romero tiene también un juicio crítico de frente a lo que podríamos llamar un falso patriotismo, que adquiere formas unas veces acríticas y otras veces dominadoras. En un primer plano arremete contra la falta de criterio que él en su momento nota en la población salvadoreña: «El salvadoreño es por naturaleza un ciudadano que se lleva a donde se quiere; basta empujarlo. Parece que no tiene voluntad propia, porque cualquiera lo puede manejar. Pueblos de esta clase solo necesitan un capataz y ya se subyugan» (Semanario Chaparrastique, 24 de marzo de 1962). Luego pone al descubierto la falsa concepción de la categoría patria: «¿Cuál Patria? ¿La que sirven nuestros gobiernos no para mejorarla sino para enriquecerse? ¿La de esa historia cochina de liberalismo y masonería cuyos propósitos son embrutecer al pueblo para maniobrarlo a su capricho? ¿La de las riquezas pésimamente distribuidas en que una “brutal” desigualdad social hace sentirse arrimados y extraños a la inmensa mayoría de los nacidos en su propio suelo? ¿La de los profesionales y obreros y padres de familia, etc. sin pisca de sentido de responsabilidad?» (Semanario Chaparrastique, 8 de septiembre de 1962).
La conclusión a la que llega el padre Oscar Romero es lógica y además coherente: «No se puede pensar que manden menos y que impongan su voluntad con la anuencia omnímoda a la manada de ovejas. Es necesario [que el salvadoreño] sacuda su marasmo y su apatía, el miedo lo apabulla pues teme las represalias de los pocos que manejan a los dos millones. Que deje el salvadoreño de ser manada o hato para que entre en rol de los hombres libres, mediante el uso de sus derechos que nadie ni nada le puede restringir» (Semanario Chaparrastique, 24 de marzo de 1962). Es curioso ―¿o providencial?― que esto lo dijo un 24 de marzo, la misma fecha en que posteriormente (en 1980) será asesinado por incitar a la desobediencia social a las bases del ejército.
Del análisis del patriotismo radical del padre Oscar Romero se deducen algunas consecuencias. En primer lugar, el patriotismo de los asesinos de Monseñor Romero es falso, por homicida y porque no busca el bien común, sino la subordinación de todo el pueblo salvadoreño en modo acrítico, a sus intereses capitalistas. En segundo lugar, encontramos una línea de coherencia en el pensamiento y en el ministerio pastoral de Monseñor Romero en lo que respecta el análisis socio-religioso. De modo que no es cierto que se «convirtió», como muchos sostienen, sino que fue coherente con su forma de pensar y de actuar, puesto que la llevó hasta sus últimas consecuencias. En tercer lugar, la concepción de la religión ―en este caso cristiano-católica― de los oligarcas asesinos es meta-ideológica, en cuanto el concepto de religión que manejan no está sustentado en un proceso histórico, sino en la presunción de que la única forma correcta de cristianismo que los salvadoreños debemos practicar es la que ellos proponen, llegando incluso a atentar contra la misma jerarquía católica, con tal de defender su ideología.
Fuente consultada: ARZOBISPADO DE SAN SALVADOR, Mons. Oscar A. Romero. Su pensamiento en la prensa escrita 1944-1967.