Orlando de Sola W.
Hace mucho tiempo que un mago me enseñó la diferencia entre urgente e importante.
Años después, cuando colaboraba en el ordenamiento de una oficina, me dí cuenta que allí todo era “urgente”, resultando en la invalidez al término y dándole un mal sentido a la autoridad, allí convertida en autoritarismo. Traté de corregir la mala praxis, pero no sirvió de mucho porque prevaleció la actitud autoritaria, muy común en nuestro medio. En el ámbito nacional sucede lo mismo, porque se confunde la “chicha” con la limonada y la gimnasia con la magnesia. Por eso no se prioriza.
Los estados nacionales, como las familias, necesitan establecer prioridades entre una gran cantidad de alternativas. Algunas son mas importantes que otras. Y esas son las que deben atenderse primero. Pero el sentido de urgencia se desvirtúa cuando atendemos lo importante antes que lo urgente, como sucede cuando tratamos de ponerle el cascabel al gato antes de ordeñar la vaca, o cazar al tigre.
No se puede ser libre cuando se está muerto. Por eso concluimos, hace tiempo, que los derechos a la Vida, Libertad y Propiedad son más importantes que los derechos de segunda, tercera y cuarta generación, que dependen de los primeros.
Debería ser evidente, aunque no lo es, que los derechos políticos son secundarios ante la necesidad urgente de proteger los derechos primarios a la Vida, Libertad y Propiedad. Por eso nos confundimos y a veces desviamos los verdaderos propósitos del estado nacional, que deberían ser superiores a la obsesión de celebrar orgías electoreras, mientras se desatienden las máximas prioridades, ligadas a esos derechos fundamentales. De que me sirve, por ejemplo, ser libre, si me estoy muriendo de hambre, como decía mi querido hermano Carlos.
Parte de esa confusión de prioridades viene de nuestra pobre interpretación del concepto de derecho, cuyo origen es la malformación profesional en las escuelas y facultades de derecho. Algunos juristas piensan que los derechos son necesidades, o deseos. Otros que son capacidades, o facultades. Otro que logros, o conquistas. Y otros que prohibiciones, como en los Mandamientos. En el campo de los hechos, sin embargo, en la aplicación de justicia, el derecho resulta ser la capacidad de unos para imponer su voluntad a la de otros. Para ello existen gran cantidad de argucias y argumentos, legales e ilegales, judiciales y extrajudiciales.
Destacan en lo penal los llamados “sicarios del derecho”, que no escatiman esfuerzos para imponer su voluntad, o la de su cliente, que puede ser víctima o victimario, sin importar la verdad, o la justicia, porque lo importante es su capacidad, o la de su cliente, para imponer. ¿Será eso derecho?
Una de las causas mas importantes de nuestro estado de postración es la mala administración, o aplicación de justicia. Eso se debe a que no está claro el concepto de derecho, ni las razones más importantes del estado, cuyos propósitos han sido desviadas por la malapraxis, tanto en los juzgados como en el resto de instituciones del sistema, incluyendo Fiscalía, Policía, Jueces, Magistrados y, por supuesto, los mercenarios que abogan por causas injustas.
Una de las prioridades del estado es la seguridad de los ciudadanos, sin distingos de clase, posición, o condición. Esa tarea es la más importante, pero no se cumple porque le damos mayor importancia a actividades periféricas, como interpretar la legalidad, no la justicia, de nuestros hábitos y preferencias en la calle, o en la alcoba.
Vivimos en un estado a la deriva que no subsistirá si no restablecemos prioridades, que no pueden distanciarse de los derechos individuales a la Vida, Libertad y Propiedad, aunque el preámbulo de la Constitución de Estados Unidos no diga propiedad, sino “búsqueda de la felicidad”, en un intento por eludir el espinoso tema de la esclavitud, aceptada por la mayoría de los padres fundadores, o próceres de ese admirable país.
Si no tenemos claras las prioridades de nuestro estado nacional, seguiremos confundiendo lo urgente con lo importante y desatendiendo lo urgente para distraernos con lo baladí, como la forma de gobierno, la división (no la unión) de poderes, o la manera en que nos califican los mercaderes de ilusiones y de deuda en Las Vegas, Washington, o Wall Street.