René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES
La crítica problemática del risible monto de las pensiones en El Salvador –después de su oscura e inconsulta privatización- se junta con los años de manoseos, resoluciones, amaños antipopulares y perversos hechos con la venia de todos los partidos políticos. Esa perversión que le da continuidad a la crisis de la gente, forma parte de la lógica usada para justificar la privatización de prácticamente todo lo que quedó disponible en el país (después de la gran expropiación del siglo XIX que dejó en la calle a los campesinos e indígenas), lo cual explica por qué lo público ha sido desatendido por los distintos gobiernos en los últimos cuarenta años, sin perder el paso neoliberal ni uno de ellos, para presentar lo público como algo obsoleto, incompetente y corrupto que debe ser manejado por la empresa privada. Ese es el mayor de los fraudes cometidos hasta el momento en el país, pues sustituye la corrupción por la explotación más acre, dejando en peor situación a los usuarios.
En la presente coyuntura, lo más preocupante es el monto de las pensiones, que provoca que jubilarse sea una decisión trágica que no tiene nada de júbilo. La falta de valor y voluntad política para resolver ese problema, se ha ido consolidando con el paso de los años, hasta convertir a los distintos gobiernos en los responsables de “la caja chica y la caja grande” de las administradoras de las pensiones, y les han facilitado los reajustes necesarios para que sigan engordando sus cuentas de ahorros sin darle mayores explicaciones al pueblo, ni pedirles disculpas por hacer de la vejez un crimen, un suicidio o un purgatorio. Lo anterior pone en evidencia algo que los partidos políticos no quieren asumir: ya es hora de nacionalizar las pensiones sin usar la media tinta o la falacia del sistema mixto. Los pensionados lo saben porque lo sufren en arrugas propias; el pueblo lo sabe porque cada día la tristeza es más cotidiana; y el gobierno –y los gobiernos anteriores- también lo saben, pero se hace el desentendido porque, seguramente recibe jugosos favores de los empresarios. No nos ahoguemos en la falacia de los discursos políticos. La mayoría de veces son los mismos gobiernos –que de oficio, deberían custodiar lo público- los que evaden el impulso de los cambios necesarios para salir de la crisis beneficiando al pueblo, porque en el fondo abrazan la opción capitalista: la privatización de todo lo que se mueve en el país, desde las hojas, pasando por el agua, hasta llegar a las risas. El haber abrazado esa opción capitalista, es la que tiene a los partidos políticos en cuidados intensivos.
En el caso de la privatización de las pensiones, los partidos usaron las mismas excusas de siempre para justificarla como una urgencia avalada por la gente: el sistema público ya no basta y es ineficiente; no hay nada que el gobierno pueda hacer para mejorar el sistema; se acaban los fondos; hay que buscar en la empresa privada la solución. Si bien la población salvadoreña, no envejece a un ritmo alarmante y la cantidad de cotizantes ha decrecido producto del trabajo informal y la migración, la captación de fondos sigue siendo muy rentable y suficiente para establecer pensiones dignas cercanas o iguales al último salario percibido, pues de no ser así, las AFP ya hubieran abandonado ese negocio. Es evidente entonces, que los perjudicados son los pensionados y los beneficiados son los empresarios, quienes ven reventar de billetes sus enormes cajas fuertes, mensualmente, sin mover ni un tan solo dedo.
Buscando antecedentes históricos, nos damos cuenta de que la privatización de las pensiones no es una patente reciente. En Chile de los años 80 –subsumida en los ajustes estructurales propuestos por el neoliberalismo- se hizo famosa la figura patética del economista José Piñera, por idear –en el marco de lo que él llamó: “las siete modernizaciones”- un proyecto de jubilación que fue alabado y replicado en muchos países por los grandes impulsores del libre mercado, que no trata a los países pobres como países libres. Este siniestro personaje se montó en los privilegios que le dio la cruenta tiranía de Augusto Pinochet, para crear el Sistema Privado de Pensiones (mejor conocido como AFPs), que se basa en la capitalización individual y con ello, se perdió todo el espíritu de la seguridad y solidaridad social y además, se condenó a los miles de futuros jubilados del país a una vida miserable, mezquina e incierta. Esa condena a la vejez se extendió a casi todo el continente en menos de una década, debido a que Chile, fue usado como conejillo de Indias para todos los procesos de privatización, impulsados por el capital en su afán por llevar a otros espacios su proceso de revalorización ampliada. En todos los países en los que se ha privatizado el sistema de pensiones (siendo Chile el emblema) los índices de pobreza en la vejez se han incrementado considerablemente (hasta el límite del insulto y la indigencia virtual), razón por la cual los pensionados nunca dejan de trabajar (informal o formalmente) o retrasan lo más que pueden la jubilación, aunque anden arrastrando los pies.
Esa situación de miseria –así como lo soez del monto de la pensión- no la resuelven bonos ni programas de caridad, debido a que no permiten recuperar la dignidad que la vejez demanda y merece después de toda una vida de trabajo. El punto es que el sistema privado, ha puesto en crisis a los pensionados sobre la base de la riqueza de los dueños de las AFPs, pero ninguno de los gobiernos de turno después de la privatización, tuvo el valor suficiente de volver al sistema público. En ese contexto de la crisis de los pensionados, resultan paradójicas las afirmaciones de que el país ha mejorado muchísimo en materia de igualdad social, porque la riqueza se sigue distribuyendo de forma injusta y esos pensionados –y quienes viven con el salario mínimo- son la mejor prueba de ello. Ciertamente, el sistema privado de pensiones, mejora significativamente sus estados de ganancias y pérdidas, pero amamanta bestialmente la desigualdad. Y no se trata de que el experimento de la privatización haya salido mal, es que así funciona en todas partes del mundo porque esa es su lógica: la lógica de la plusvalía capitalista.