José M. Tojeira
Algunos empresarios se quejan con frecuencia diciendo que el Gobierno los trata mal o no les reconoce sus méritos. En una reciente sesión de reparto de premios a empresarios ese fue el discurso más reseñado por la prensa. Por supuesto, tienen derecho a quejarse, pero que no lloren si después alguien les dice que hacen el ridículo. Decir que lo que hay en el país es gracias a ellos no es decir gran cosa. Porque lo que hay no es gran cosa. Y dado que los empresarios han tenido un peso muy especial en los gobiernos de nuestros casi doscientos años de independencia, no sería irracional decir que nuestro subdesarrollo se debe en buena parte a ellos y a sus deficientes políticas cuando controlan el gobierno. Esto es tan opinable como el decir que los gobiernos tratan mal a los empresarios. Pero hay algo en algunos empresarios, no en todos, que resulta enfermizo y que deben corregir. Cuando un empresario dice una tontería, cuando afirma algo alejado de la realidad, cuando se pone a hablar de política sin saber mucho del tema, es casi imposible que otro empresario, sobre todo de los importantes, le contradiga. Resultado: muchas personas critican a los empresarios como gremio, y estos repiten sus quejas de que hay una conspiración contra ellos. Un círculo vicioso que da la impresión que comienza cuando un gobierno no le dice amén a todo lo que los empresarios o sus lumbreras más vistosas dicen en público.
Un segundo problema es pensar que el mercado soluciona todo. Es cierto que el mercado es importante para producir riqueza y que la empresa, como institución, es el mejor mecanismo para producir riqueza. Pero al mismo tiempo que la empresa es un instrumento muy importante de producción de riqueza, tiene con demasiada frecuencia la tentación, o la deriva, de ser un pésimo distribuidor de riqueza. El hecho de que durante dos siglos los gobernantes de El Salvador hayan sido mayoritariamente empresarios, cuando no militares, no habla muy bien de ellos. Y el hecho de que se presenten como víctimas cada vez que se habla de impuestos tampoco mejora las cosas. Incluso, hablando de impuestos, algunos tienen muy poca claridad mental. El señor Samuel Quirós tendrá sin duda un gran mérito como hombre trabajador. Pero decir que la mayoría del dinero que va al gobierno proviene de los impuestos de los empresarios es simple y sencillamente falso. El gobierno recoge más dinero del IVA que de la renta. Y la renta personal es mucho mayor que la renta empresarial. Pero los periódicos hambrientos de publicidad no se atreven a contradecir este tipo de frases. Al contrario, las subrayan con fuerza, como si fueran ideas de un premio nobel. Pero no nos equivoquemos: La Palma de Oro de la Cámara de Comercio no brilla por su pensamiento económico.
La Doctrina Social de la Iglesia Católica, hablando del agua, dice que “no puede ser tratada como una simple mercancía más entre las otras, y su uso debe ser racional y solidario”. Una frase tan sencilla y tan evidente debería ser reflexionada a fondo.
No todo lo resuelve el mercado. Hay demasiadas cosas que deben estar en manos de toda la sociedad a través de leyes acordadas desde el bien común. Y los temas que afectan a derechos fundamentales de la persona tienen que ser tratados de modo “racional y solidario”. Entendiendo racional como algo que no crea ni graves desigualdades ni problemas sociales. Y entendiendo solidario como un esfuerzo generoso por compartir y proporcionar a otros las herramientas para salir de la pobreza. La Iglesia anima a los empresarios en su labor de emprender. Pero les recuerda que son parte de la sociedad y que tienen que tener, más allá de su riqueza, una postura abierta a la reflexión y a la solidaridad. Y que necesitan apoyo de la sociedad e incluso de Estado, en vez de construírselo a sí mismos con ideas equivocadas.
Desde hace un poco más de treinta años, por poner un lapso de tiempo, es difícil encontrar una autocrítica seria de los empresarios. Es cierto que hay empresarios abiertos y dialogantes, que no desean que la ventaja competitiva de El Salvador consista en ofrecer mano de obra barata al mercado internacional. Pero corporativamente falta que eso se exprese públicamente con hechos. Pues cuando se habla de subir el salario mínimo con cierta seriedad, el coro empresarial se expresa de tal manera que pareciera que viven de la mano de obra barata, aunque ello no sea cierto en todas las empresas. La autocrítica es necesaria en las iglesias, en las universidades, en la ciencia y en toda institución humana. Los buenos empresarios suelen hacer autocrítica precisamente para mejorar rendimientos. Pero esto que se hace individualmente, rara vez se realiza con una dimensión social y pública, y mucho menos en debate con la sociedad civil. Se prefiere traer gurúes que canten las alabanzas empresariales y continuar posteriormente autoincensándose y viviendo bien mientras otros quedan en la pobreza.
Lo repetimos, no hay otro instrumento mejor para crear riqueza que el sistema empresarial, como método. De la empresa han aprendido a manejar sus bienes las ONG, las Iglesias, e incluso los gobiernos (mal que bien). Pero la empresa y los empresarios deben aceptar que no son los mejores distribuidores de riqueza. Los hechos en nuestra propia historia son palpables. Los empresarios deben ser escuchados y tenidos en cuenta cuando se habla de redistribución de la riqueza. Pero no pueden ni deben tener siempre la última palabra. Si se quiere salir del subdesarrollo hay que invertir más en educación, por poner el ejemplo más obvio. Y eso puede significar, en algún momento, poner más impuestos a quienes tienen más. Por supuesto con racionalidad, pero también con solidaridad. El presidente Franklin D. Roosevelt, a quien San Salvador honra con una importante calle, llegó a subir el impuesto sobre la renta a más del 90% del ingreso de los más ricos para poder ganar una guerra.
Vencer la guerra pacífica contra la deficiente situación educativa de El Salvador tal vez no amerite subir los impuestos más altos al 90%. Pero quedarse en las miserias fiscales actuales ni es racional ni mucho menos solidario. Los empresarios tienen derecho a pedir que los impuestos se inviertan bien, como lo tenemos todos los ciudadanos. Pero tienen también que darse cuenta de que solo con inversiones mayores en desarrollo social se logrará un país más justo e incluso con mayor respeto a una empresarialidad más racional y solidaria.
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