Luis Armando González
(b) Enfoque sociológico. La sociología se ha ocupado den distintas maneras del tema de la violencia. Algunas corrientes de ella han enfatizado el conflicto social, de suerte que la violencia –como manifestación del conflicto social— ha estado en el centro de sus preocupaciones. Obviamente, el conflicto social tiene que ser necesariamente leído como violencia, pero en sus formas más agudas aquél puede desembocar en ésta. Las distintas variantes del marxismo prestan atención a los condicionantes socio-económicos de la violencia, entendiendo a esta última como un fenómeno social connatural a las sociedades divididas en clases sociales.
“En forma muy esquemática podemos resumir el problema de la violencia en la sociedad capitalista, según el planteamiento de Marx, a partir de los siguientes elementos: (a) la alienación económica supone la separación, por la violencia, entre los trabajadores y las condiciones de producción; (b) el aparato jurídico-político (cristalizado en el Estado) tiene como funciones fundamentales controlar coercitivamente los posibles desbordes de clases subordinadas o reprimirlos violentamente si se hacen efectivos; (c) las clases subordinadas pueden revertir la situación de despojo (alienación económica), para lo cual tienen que valerse de la violencia en dos sentidos: para desplazar del control del Estado a la clase dominante y para, desde el control del Estado recién conquistado, dar inicio a la recuperación por parte de los trabajadores de sus condiciones de producción; y (c) toda forma de violencia llegará a su fin una vez que los vestigios de las formas de dominación económica del viejo orden (el orden burgués), sean erradicados totalmente, es decir, cuando se instaure la sociedad comunista”1.
En Vladimir Lenin la apelación a la violencia revolucionaria para derribar la violencia del orden capitalista es contundente2.
También fue contundente Mao Tse Tung en su apelación a la violencia revolucionaria. “A nosotros nos incumbe –dijo en alguna ocasión— organizar al pueblo. En cuanto a los reaccionarios chinos, nos incumbe a nosotros organizar al pueblo para derribarlos. Con todo lo reaccionario ocurre igual: si no lo golpeas, no cae. Esto es como barrer el suelo: por regla general, donde no llega la escoba, el polvo no desaparece solo”3.
Incluso autores como Antonio Gramsci, que se preocuparon por lo cultural, no dejaron de lado el factor “clases sociales” en su análisis de la violencia que, en definitiva, siempre es una violencia de clases. Esta se expresa en el plano económico como explotación; en el plano jurídico-político como coerción y represión; y en el plano ideológico como imposición (educativa, cultural) de la ideología dominante.
De hecho, para Gramsci la lucha por la hegemonía cultural de las clases subalternas tiene como fin último acabar con la violencia estructural propia de la sociedad de clases capitalista. En Gramsci –según Christine Buci-Gluksmann,— “no hay una teoría de la hegemonía sin una teoría de la crisis de hegemonía (conocida como crisis orgánica); no hay un análisis de la integración de las clases subalternas por una clase dominante sin la teoría de los modos de autonomización y de constitución de clase que posibilitan a una clase subalterna el convertirse en hegemónica; no hay una ampliación del concepto de Estado sin la redefinición de una perspectiva estratégica nueva, la ‘guerra de posiciones’, que posibilita a la clase obrera luchar por un nuevo Estado”4.
En algunos enfoques recientes del conflicto social, la violencia es vista como resultado de la lucha entre grupos sociales determinados que se disputan recursos económicos, políticos, sociales o medioambientales5. Otras corrientes sociológicas, aunque renuentes a aceptarla tesis del conflicto, no ha sido ajenas al mismo y lo han integrado en sus concepciones6. El estructural-funcionalismo, por ejemplo, ha visto el conflicto como disfuncionalidad y en algunas formulaciones no como un conflicto clases, sino como un conflicto de roles: si el rol es el comportamiento que se espera de los individuos de acuerdo a una ciertas normas socialmente aceptadas, hay roles que pueden ser no compatibles, sobre todo en procesos de cambio social acelerado. De todas maneras, la concepción de la violencia como disfuncionalidad social se ha traducido en las más variadas opciones de tratamiento para la misma, concebidas como terapias de “readaptación social” para quienes realizan prácticas violentas.
Cabe destacar aquí que la sociología no ha dejado de lado el tema de la violencia en la escuela. Así, los dos enfoques sociológicos expuestos –el enfoque del conflicto y el enfoque funcionalista— tienen una postura bastante clara en torno al problema de la violencia en la escuela. El primero –en las versiones clásicas del marxismo— ve en la violencia en la escuela una manifestación de los conflictos de clases que afectan y dinamizan a la sociedad. La lucha de clases se reflejaría y reproduciría en la escuela.
En esta visión, el cuerpo docente y de dirección escolar son los agentes de un Estado controlado por la clase dominante, autorizados para aplicar la coerción para disciplinar a los alumnos y lograr que interioricen –mediante la aceptación de la ideología dominante— su papel en la estructura social. Antonio Gramsci dedicó buena parte de su obra al tema educativo e hizo énfasis en los aspectos culturales y disciplinares de la educación. El libro Cartas desde la cárcel7 recoge buen parte de sus intuiciones educativas. Un autor que vio al sistema educativo como pieza clave para la reproducción ideológica del capitalismo fue Louis Althusser8. Y Michel Foucault9, sin ser expresamente marxista, destacó las relaciones de poder –con la violencia que les es propia—, que se interiorizan mediante la institución educativa.
En lo que se refiere a la violencia en la escuela, los enfoques estructural-funcionalistas y afines también han dado pie distintos análisis de la misma. Se ha insistido en entenderla como una “desviación” o incluso como una patología. Los tipos de violencia escolar de los que se ocuparon inicialmente estos sociólogos fue la generada en la interacción entre adolescentes al interior del recinto escolar, aunque con el auge de las drogas en los años sesenta (especialmente, en EEUU) en entorno escolar fue tomado en cuenta como factor propiciador de la violencia en las escuelas.
Esta visión de la violencia en las escuelas –centrada en el entorno escolar— tiene en estos momentos un enorme peso, sobre todo porque se ha articulado con interpretaciones epidemiológicas de la violencia; es decir, interpretaciones para las cuales la violencia es un asunto de salud pública que debe ser atendido tratando los factores de riesgo que la favorecen.
(c) Enfoque psicológico.
La psicología, en buena parte de la primera mitad del siglo XX, estuvo fuertemente dominada por el conductismo, lo cual fue reflejo del predominio que en alcanzó a mediados de ese siglo el positivismo cientificista. Sin embargo, hubo una reacción muy fuerte a las tendencias conductistas –que explicaban el comportamiento humano mediante la lógica “estímulo-respuesta”— por parte de corrientes psicológicas de carácter genético que prestaron atención a la vida mental. Cuatro figuras destacan en este campo: los rusos Alexander Luria y Lev S. Vigotski, el francés Henri Wallon y el ginebrino Jean Piaget.
Cada uno de ellos aportó –en sendas obras teóricas y experimentales— lo propio para dar a la psicología unos sólidos fundamentos teóricos y metodológicos que justificaran su objeto de estudio: la vida subjetiva de las personas convertida en realidad exterior a través del lenguaje y la actividad práctica. En esta línea, Wallon sostuvo que “por el lenguaje, el objeto del pensamiento deja de ser quien, por su presencia, se impone a la percepción. Da a la representación de las cosas el medio de ser evocadas, confrontadas entre ellas y de compararlas con lo que en ese momento se percibe… A los momentos de la experiencia vivida superpone el mundo de los signos, que son las referencias del pensamiento, en un medio en el que puede imaginar y seguir trayectorias libres, unir lo que estaba desunido, separar lo que se había presentado simultáneamente”10.
Así las cosas, a la psicología le interesan los procesos que llevan la interiorización de creencias, valores, opciones y formas de ver la vida (signos y representaciones, diría Wallon) y que, en definitiva, son los que orientan y dan sentido a los comportamientos efectivos de las personas. Es decir, lo que desde fuera se ve como una mera relación estímulo-respuesta en realidad está mediado por los factores biológicos y psicológicos que internamente condicionan el comportamiento de los individuos.
Específicamente, en el tema de la violencia la psicología se centra no sólo en los factores subjetivos que alientan prácticas violentas, sino en los mecanismos que hacen posible la interiorización de opciones, valores y creencias violentas por parte de los individuos.
Es decir, se preocupa por cómo la violencia se hace parte de la subjetividad individual. Y para atender a esa preocupación entra en escena la psicología social que ofrece un enfoque interesante: la subjetividad individual vista como la confluencia de factores psicobiológicos y sociales, siendo estos últimos, sin desmedro de los primeros, el principal objeto los de su interés. En esta última perspectiva, para explicar la violencia se tendría que recurrir a los condiciones sociales y culturales en la que se fragua la subjetividad de cada cual.
Un autor decisivo en los enfoques las psicología social en América Latina (y no sólo en El Salvador) es Ignacio Martín-Baró, cuyos aportes esenciales se recogen en los libros Problemas de psicología social en América Latina y Acción e ideología, así como en innumerables ensayos publicados en la revista ECA. La tesis general de Martín-Baró es que la ideología condiciona las acciones humanas. Y la ideología, como cosmovisión que domina la subjetividad humana, se construye social e históricamente. La violencia, como acción social –así la entiende este autor— se inscribe en una ideología que justifica, legitima y valida el uso de la fuerza en contra otros. Hay que decir aquí que Martín-Baró no entiende ideología como “ideología política” o como “visión falsa de la realidad”, sino como la visión de la realidad –creencias, opciones, valores, usos y costumbres— que cada individuo construye en su relación indisoluble con otros individuos en una sociedad determinada11.
Desde el enfoque de Martín-Baró, la violencia en la escuela pone en juego, en las acciones de sus agentes, la ideología que ellos han interiorizado, la cual está tejida de valores, creencias, formas de ver la vida y opciones violentas. Esa ideología violenta se ha fraguado fuera de la escuela, pero se hace presente en ella, dado que alumnos, maestros y directores escolares son parte de una sociedad articulada según mecanismos que generan violencia y moldean la subjetividad de sus miembros. Conocer la dinámica de la violencia en la escuela supone entender la ideología (cosmovisión) que la alimenta y comprender los factores sociales, económicos y políticos que, en una sociedad determinada, condicionan y exigen la vigencia de una ideología que se nutre de componentes que inducen a la violencia y la legitiman. Atender problema de la violencia en la escuela significa salirse de la escuela e ir a los factores societales que la generan efectivamente y que generan también la ideología que la sustenta.