José M. Tojeira
Vivimos tiempos complejos. El nuevo presidente, que es el mismo del quinquenio anterior, ha pedido seguir y apoyar al pie de la letra los pasos que dé el gobierno hacia el desarrollo, aunque para ello haya que tragar medicina amarga. Una petición que en el pasado han usado líderes de otros países en tiempo de guerra o de catástrofe nacional. Aunque la lucha contra la desigualdad y la pobreza requiere sacrificio, está por ver si esa será la lucha fundamental del nuevo gobierno.
Para tener confianza en ese camino el gobierno actual debe corregir algunos problemas que pueden frustrar los intentos de un desarrollo equitativo y solidario. Porque el desarrollo de unos a costa del sacrificio de muchos, que es el esquema se siguió en la colonia y que ha continuado como dominante en El Salvador prácticamente desde la independencia, no es el camino que lleve ni al desarrollo, ni a la convivencia pacífica, ni a la amistad social.
Ese esquema desigual a corregir se da en el régimen de excepción cuando se trata de superar la violencia dañando con violencia también a un buen grupo de personas inocentes. El nuevo gobierno, después de haber controlado básicamente la violencia, tiene la oportunidad de mantener la paz social apoyándose en las instituciones sin necesidad ya de una ley y un modo de proceder que restringe exageradamente derechos básicos y que ha abusado del poder en perjuicio de gente pobre.
Aprovechar la situación de tranquilidad para fortalecer las instituciones encargadas de velar por la seguridad ciudadana y no renovar las medidas del régimen sería una buena medida. Abrirse más al diálogo y no ver la crítica como un acto de enemistad sino como una oportunidad de discernimiento, es también la mejor manera de posibilitar un camino de desarrollo social en el que la colaboración sustituya al modelo autoritario.
En su discurso de toma de posesión el a la vez nuevo y antiguo presidente habló con entusiasmo de la libertad. Bueno sería en ese sentido dar garantía de libertad de expresión, especialmente a los periodistas. Algunos de ellos, a causa de diferentes amenazas, muchas de ellas en las redes, han acudido al autodestierro. Aunque la libertad de expresión sigue siendo una realidad vigente en El Salvador, es cierto que las amenazas e insultos en las redes la opacan. No es buena señal que algunos periodistas tengan que optar por un “autodestierro” no querido.
En Nicaragua, en donde el gobierno se ha convertido en una verdadera dictadura, no solo hay desterrados y desnacionalizados por el delito de tener opinión propia, sino también muchas personas que han optado por el autodestierro. Aunque nuestra situación es diferente a la de Nicaragua, es necesario garantizar con mayor fuerza y eficacia la libertad de expresión y la capacidad de dialogar ante la diferencia de opiniones en vez de recurrir a la amenaza.
Y finalmente el otro tema que se debe corregir es la problemática que sufre nuestra gente en el campo de la economía, el punto más débil del quinquenio pasado en las encuestas. Nuestro país ha sufrido durante doscientos años una economía diseñada para favorecer a los que tienen más y repartir pequeñas migajas a las que solemos llamar las mayorías populares.
El presidente ha prometido medicina amarga en este campo. Ojalá esa medicina no sea la medicina de siempre. Creeríamos en ello si viéramos una reforma fiscal que grave más a quienes tienen más y corrija la desigualdad impositiva actual entre el IVA que pagamos todos y el impuesto sobre la renta en el que deben pagar más quienes tienen más. En ese campo hay mucho que hacer.
Las redes de protección social, tan débiles, tan desiguales y tan poco universales en El Salvador, es otro tema a corregir y mejorar. En este campo de la economía la gran mayoría necesita que la situación mejore. Ojalá confiemos más en el diálogo que en soluciones iluminadas desde pequeños grupos, interesados desmedidamente en el enriquecimiento de los más ricos.