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Problemas de la izquierda, males de la civilización -2

Iosu Perales

Sin lugar a dudas la primera premisa de la persona revolucionaria es la conciencia. No es una frase, es la interiorización de aquello que cognitivamente se cree. Pero hay otro factor, algo más externo, que influye de sobremanera en la dificultad de ser revolucionario/revolucionaria hoy y que puede sintetizarse en este título: “Problemas de la izquierda, males de la civilización”.

Es necesario tener en cuenta que la izquierda es una parte de la civilización en que se asienta. En nuestro caso en la civilización occidental. Y que como ella padece de sus mismos males. Para empezar vivimos una época de destrucción de los vínculos asociativos convencionales o tradicionales. A la vez, las redes que se tejen por las nuevas tecnologías, siendo potencialmente positivas, representan también un universo atomizado que es suma de seres relativamente aislados. El cambio que se ha producido ha empobrecido la individualidad, proponiendo una participación virtual, desde el ordenador, que sustituye la relación viva y directa entre personas por cruces de mensajes. La nueva modalidad, con toda su carga positiva es, no lo olvidemos, básicamente una fórmula controlada y “dirigida” por los ingenieros ideológicos del neoliberalismo que fabrican postverdades que penetran en las redes.

La militancia revolucionaria necesita de una vida social dinámica, creadora de personalidades libres, autónomas y creativas. Pero el curso que sigue nuestra civilización va en sentido contrario: promueve la uniformidad, el pensamiento único y reduce la vitalidad de la izquierda que muestra sus debilidades. Esto ocurre al mismo tiempo que un debilitamiento de la memoria colectiva, lo que actúa en contra de los intentos de construir una sociedad consciente de dónde viene, que se apoye en las experiencias anteriores. Borrado el pasado es más fácil dominar a la sociedad y más difícil la acción de la izquierda. Quien pierde es la conciencia popular que queda desnutrida y ciega. Perder el pasado es perderse.

Estamos viviendo un tiempo de declive de los mejores valores  de la vieja izquierda. La solidaridad, la experiencia y sentido de lo colectivo, la aspiración a la igualdad, la rebeldía. En su lugar ganan terreno el utilitarismo, el individualismo, el consumo compulsivo, el conformismo, el relativismo moral, la disciplina pasiva, la pérdida de prestigio de la militancia. A todo esto ha favorecido la vida en las grandes ciudades, otrora escenario de gestas revolucionarias, convertidas ahora en un escenario de soledades, fragmentadoras de la vida en sociedad, lugar de competencia salvaje por sobrevivir.

Sí, hoy es difícil ser revolucionaria/revolucionario. Más cuando la propia idea de hacer la revolución está bastante maltrecha, al menos en occidente. Hemos perdido capacidad para imaginar una sociedad globalmente diferente. Y ello contribuye a que perdamos asimismo ideales y valores de vida. No somos los mismos de hace treinta o cuarenta años. Pero no vivimos bajo una maldición, se puede cambiar a mejor, a mucho mejor.

Para cambiar a mejor hemos de rescatar: primero que todo los valores y junto con ellos la ideología. Pero no una ideología cerrada, manual de respuestas a todas las preguntas, sino entendida como un sistema de creencias abiertas a contrastar con la realidad y con otras ideas. La ideología abierta al conocimiento de una diversidad de pensamientos, incluso para afirmar la propia o corregirla. La ideología fuente al fin y al cabo de lo que nos mueve a luchar, a pensar una sociedad libre y justa. La ideología recreada de acuerdo con nuestro tiempo, no anclada en pasados ya lejanos. Capaz de combinar una permanente búsqueda con las certezas de la vieja izquierda en cuanto a aspiraciones y anhelos igualitarios.

Lo mejor de la vieja izquierda sumado con el conocimiento de los problemas de nuestro tiempo, exigen respuestas también nuevas; es una buena alternativa. La izquierda no necesita recitadores de frases elaboradas hace ciento cincuenta años, sino pensadores forjados en el tiempo que vivimos, conocedores de la historia y de gestas revolucionarias pasadas, como también de la obra de los clásicos socialistas.

Para ser revolucionarios/revolucionarias hoy, es necesario ocuparse de reflexiones, estudios, debates, en el seno de los partidos de izquierda que, con frecuencia se limitan al comentario político de la actualidad, la consideración de problemas tácticos y discusiones internas relacionadas con los cargos directivos y las elaboraciones de listas de candidaturas electorales. No hay más que observar los congresos y convenciones en los que muy poco espacio se dedica al debate y elaboración de propuestas de una sociedad distinta y postcapitalista. Generalmente el punto fuerte de estas reuniones son las elecciones de cargos en forma de disputas entre familias políticas y alrededor de líderes.

Es en un escenario partidario de cuidado de las ideas que conforman un horizonte por el que luchar y de elaboración de verdaderas alternativas al neoliberalismo que las mujeres y hombres revolucionarios podemos alimentar nuestra conciencia y un modo de vida. ¡Cuidado! no decimos que quienes se sientan y son revolucionarios/revolucionarias sean seres superiores ni mejores que las personas anónimas y comunes; no decimos que están obligadas a poner en práctica lo que escribió Leonel Rugama. Aquellos eran otros tiempos. Decimos que no pueden afirmar que lo son y practicar lo contrario. Ni más ni menos.

Hay quienes pronostican la caída inexorable del capitalismo, pero el revolucionario/revolucionaria negocia con la incertidumbre. Un optimismo desmedido solo sirve para consuelo propio. Tan solo sirve para vivir en una falsa seguridad intelectual. Cuando se vislumbra que el pronóstico no se cumple viene la caída. ¿Cuántas veces hemos previsto el velorio del capitalismo? antes, los partidos revolucionarios aspiraban a conquistar el poder para emprender la obra de las transformaciones y su aspiración se basaba en la pronta caída de un capitalismo colapsado. Pero ocurre que es cada vez más hegemónico. En un escenario como el actual, las fuerzas sociales y políticas revolucionarias han de repensar la forma de hacer frente al sistema dominante, aprovechando sus puntos débiles: que los tiene. El mayor de ellos es la enorme cantidad de víctimas que fabrica. El punto de apoyo está en la gente, en los actores llamados a crear un modelo de sociedad dentro del propio capitalismo basado en la economía solidaria, las luchas de protección ambiental, el Buen Vivir de los indígenas. Es decir, hay que abrir ya –sin esperar a tener el poder central estatal- espacios populares de gestión socialista, de economía cooperativa y solidaria, levantada desde las bases que vayan minando esa pirámide capitalista que produce una desigualdad brutal.

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